El ascenso al poder del chavismo y su gestión de gobierno, tanto de Chávez como de Maduro, ha sido nefasta para el país. Ha devenido en un colosal retroceso en todos los órdenes de la vida nacional, los viejos problemas y carencias han empeorado, nuevas y peores dificultades aparecido. La consecuencia principal de tan negativo desempeño es la crisis humanitaria compleja en desarrollo que padece la nación y que no tiene visos, no digamos de resolverse, tampoco de amainar en el corto plazo.
La continuidad del régimen imperante solo servirá para continuar la senda de calamidades y en la conversión del Estado venezolano en uno a la vez forajido y fallido. Forajido porque es un Estado asociado y alineado militantemente a las causas más retrógradas que lastran a la humanidad; fallido porque tiene una incapacidad estructural y sus conductores carecen de voluntad política para facilitar y promover el progreso y el bienestar espiritual y material de los venezolanos.
De terminar de consolidarse la dictadura chavista –escenario que puede materializarse pronto, a pesar de sus carencias y debilidades– el futuro que nos aguarda es el de una sociedad sistémicamente carenciada, incapaz de utilizar su potencial para generar las condiciones que allanen el camino al progreso civilizatorio en los diferentes ámbitos del devenir de la sociedad; nos estamos convirtiendo en la Cuba del siglo XXI o, peor aún, en el clon de algunos Estados africanos, en los cuales el Estado es una realidad formal y no efectiva por no poder cumplir con las necesidades de las sociedades respectivas y estar desarticulados.
Ante tal perspectiva, la sumisión, la resignación, la asimilación y el colaboracionismo con la dictadura no son en términos del interés nacional ni ciudadano la alternativa conveniente ni tampoco viable si aspiramos a tener un país y una vida mejor.
Los venezolanos no tenemos otra alternativa que resistir los intentos continuistas del chavismo y construir las condiciones e instrumentos que hagan posible el cambio político necesario.
Es preciso entender que lograr el cambio político no será tarea fácil porque ese objetivo es enfrentado por fuerzas poderosas nacionales y foráneas políticas y parapolíticas decididas a todo evento a mantener el régimen por cuanto les permite pingües beneficios y gratificaciones ideológicas, geopolíticas, económicas…
Es conveniente recordar que los venezolanos hemos perdido la capacidad soberana de resolver entre nosotros nuestros diferendos políticos; la internalización del conflicto venezolano es consecuencia de las decisiones tomadas –por demás erradas, visto los resultados– por el chavismo de inmiscuir a otros Estados y actores internacionales al margen de la legalidad en los asuntos internos del país.
La resistencia será posible y exitosa si las fuerzas democráticas políticas y sociales logran construir una plataforma unitaria lo más amplia posible con el objetivo de recobrar la capacidad de presión y de movilización ciudadana, hoy bastante disminuida, para convertir la impopularidad del régimen en acción política sobre la base de un discurso que combine de manera eficaz lo político con lo social, que se acerque y sea portavoz de las reivindicaciones ciudadanas por una vida mejor.
Siendo que el diferendo venezolano está internacionalizado es necesaria una mayor coordinación entre los demócratas venezolanos y los diversos actores de la comunidad internacional democrática. También es clave en todo este esfuerzo la creación y ejecución de una política comunicacional dirigida a la opinión pública internacional para recordarle constantemente que la continuidad de la dictadura conspira contra sus intereses, seguridad nacional y contribuye a la corrosión del sistema de libertades en el mundo.
La resistencia no será fácil ni sencilla, no solo por la magnitud y posicionamiento de las fuerzas e intereses que enfrentará sino también por el entorno dictatorial existente en Venezuela. Lo cual plantea algunas exigencias orgánicas y de funcionamiento acordes con las condiciones opresivas existentes. Pero no hay otra opción.