El 29 de septiembre se conmemora en todo el mundo el Día de la Concienciación sobre la Pérdida y Desperdicio de Alimentos. A simple vista parece una efeméride irrelevante, pero cuando ahondamos en el tema nos damos cuenta de que no lo es, que requiere atención, difusión y acciones.
Para hacernos una idea de la importancia de la fecha, actualmente un tercio de todos los alimentos producidos a nivel mundial se desperdicia. Este proceso productivo perdido requirió unos 1.400 millones de hectáreas de las tierras agrícolas del mundo (14 veces la extensión de Venezuela) que, si el destino final de la cosecha es la basura, se convierten en recursos naturales mal utilizados y en suelos deteriorados; además de que se traduce en horas de trabajo y recursos económicos malgastados. El desperdicio de alimentos representa una ineficiencia de la cadena alimentaria, que tiene consecuencias económicas, sociales y ambientales, que llama a la conciencia de todos.
Disminuir la pérdida y desperdicio de alimentos forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible incluidos en la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas. El documento establece la aspiración de “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha”.
Según datos oficiales de FAO, en América Latina y el Caribe se pierde al año alrededor de 220 millones de toneladas de alimentos, número que, si lo comparamos con los 47 millones de personas que padecían hambre para 2019, es aún más impresionante. Y es que, con esa enorme cantidad de alimentos que se desperdician, es posible alimentar a esos 47 millones de personas por lo menos por 10 años.
Estos datos reafirman la importancia de nuestra misión para contribuir en la reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos. Depende de nosotros cambiar nuestras costumbres, para que desperdiciar alimentos no se convierta en un modo de vida.
Son muchas las acciones que, en nuestras casas, con nuestras familias, podemos poner en práctica para evitar las pérdidas de alimentos. Comprar solo lo que se necesita, de esta manera evitamos que los alimentos se descompongan; destinar las frutas más maduras a jugos, batidos o postres, pese a su apariencia, conservan su sabor y valor nutricional.
A la hora de almacenar los alimentos, siempre ubicar los más viejos de primeros en las alacenas, para así consumirlos antes de que se dañen. Lo que sobre de una comida, puede elaborar sopas, congelarlo para comer después o para usarlo como ingrediente de otra preparación. Los alimentos descompuestos no los deseche, prepare abonos orgánicos con ellos. De esta forma devolverá nutrientes al suelo y reducirá la cantidad de gases de efecto invernadero.
Además de estas prácticas, también es fundamental crear consciencia en los comerciantes y consumidores en general, sobre el valor y uso eficiente de los alimentos, porque involucra recursos como agua, tierra, horas de trabajo y esfuerzo biológico, humano y tecnológico. No basta con aumentar la productividad en el campo y mejorar la eficiencia en toda la cadena de suministro, si no se combate la pérdida y desperdicio de alimentos.
Su reducción es un asunto que debe integrarse, de manera impostergable, en las agendas gubernamentales. Fomentar alianzas entre los actores del sistema alimentario, impulsar la aprobación de leyes y regulaciones, así como programas público-privados de promoción del consumo local, para apoyar a los pequeños agricultores, pueden ayudarnos a caminar hacia hábitos más sostenibles.
La prioridad máxima siempre debe ser el consumo humano, a través de la donación o redistribución de los alimentos, a través de entidades de iniciativa social o bancos de alimentos. En el segundo orden de prioridades se debe promover la transformación de los alimentos que no se hayan vendido, pero que mantengan sus condiciones óptimas de consumo, en insumos industriales para obtener otros productos. Cuando los alimentos ya no sean aptos para el consumo humano, la preferencia deberá ser la alimentación animal y el uso como subproductos en otra industria.
México, Chile, Uruguay y España ya han comenzado a legislar en la materia. En Uruguay, por ejemplo, está el Proyecto de Ley sobre el mejor aprovechamiento de productos alimenticios, la cual establece la prohibición de destruir o tirar comida o productos de alimentación que se han quedado en los establecimientos sin vender y que aún se encuentren en condiciones de ser consumidos; o que ya no se encuentran aptos para su venta, pero todavía sean válidos para el consumo humano. El documento incluye que las empresas deberán acordar convenios de colaboración con bancos de alimentos, ONG u organizaciones benéficas o de caridad, donando esos alimentos.
Brasil propone evitar la pérdida y desperdicio de alimentos con el Proyecto de Ley que plantea la concesión del Sello Establecimiento Sostenible para certificar a los establecimientos que adoptan medidas de reducción del desperdicio de alimentos. La propuesta se basa en investigaciones que demuestran la efectividad de los sellos verdes en la promoción de alimentos orgánicos.
Venezuela se ha comprometido con Naciones Unidas en un Marco de Desarrollo que prevé la transformación de los sistemas alimentarios. Promover modelos de producción y consumo responsable es tarea de todos.
En nuestras manos están las soluciones. Reducir el desperdicio es un imperativo ético.