OPINIÓN

Ópticas virales

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Los olas rompen contra las piedras de la costa, marcando los créditos iniciales del estreno de la semana y uno de los del año en generación de contenidos fantásticos.

El agua despeja la silueta de la fuente de las letras, tal como lo vimos en el enigmático arranque de Crash de David Cronenberg, el autor de la nueva carne y el Kafka de las metamorfosis del cine posmoderno.

Así comienza El Hombre Invisible, una inquietante abstracción, de temas y formas, alusivas a la estética de los últimos maestros del horror.

Por múltiples afinidades mutantes, el filme de 2020 puede abrazar el contagio de La mosca de 1986, un título sobre la progresiva descomposición del cuerpo como símbolo del ascenso del sida.

Hoy el pánico mundial se asienta en otros lugares y referentes, bordeando la paranoia del coronavirus y el síndrome del miedo ante la corriente subterránea de abusos sexuales, tras las denuncias del movimiento Me Too.

Varias producciones intentaron, sin éxito, sacar una tajada, del diablo, a la torta puesta por Harvey Weinstein y Roman Polanski.

La lista es larga y prescindible, justificando las quejas por la obsesión de cumplir cuotas de igualdad, para complacer a la tendencia progresista de Hollywood.

Recientemente, en El Nacional, estudiamos las carencias del fenómeno en la caso de la muy fallida Los Ángeles de Charlie, una cinta oportunista de un esquematismo ramplón. Los hombres eran malísimos, de una sola pieza, mientras las chicas se empoderaban por inercia y demagogia, asumiendo un rol de heroínas moralizantes.

El público no es tonto y la castigó en taquilla. Uno de sus errores fue no ofrecer contrapunto a su tesis, dedicándose por completo al mercado de las adolescentes. La audiencia masculina, al no sentirse bien representada, condenó al largometraje a una bancarrota comercial y de crítica.

El Hombre Invisible viene a enmendar la plana, a corregir el desliz creativo, en todo sentido.

¿Cómo lo hace? Primero, el guion profundiza en la psique de cada personaje. Obviamente, el libreto plasma el conflicto actual de la guerra de sexos, a través de una adaptación inteligente de la historia original de H.G. Wells, cuyas versiones contemporáneas desdibujaron la esencia maldita del relato homónimo.

El independiente John Carpenter tuvo un tropiezo en la meca, al brindar su lectura del argumento con Chevy Chase y Daryl Hannah.

El realizador holandés Paul Verhoeven buscó rescatar el costado salvaje del arquetipo, pero perdió la apuesta en la mesa de los efectismos.

El Hombre Invisible mejora la calidad del espectáculo audiovisual y de la trama de base, logrando convertirse en una metáfora perfecta de la condición femenina, en su estado de trastorno y convulsión por el influjo de los fantasmas de la violencia de género.

El director Leigh Whannell rueda su obra de consagración en la industria, al ensamblar un complejo ejercicio técnico con un inquietante desarrollo de acciones.

El suspenso reaviva la magia salvaje y manierista de Alfred Hitchcock, con recursos tan aparentemente simples como el paneo lateral, el fuera de campo y la profundidad de las composiciones simétricas.

La riqueza semiótica de la película no se agota en los enunciados, los títulos y los mensajes problemáticos del subtexto.

Parte de la responsabilidad, del triunfo, recae en la desesperada interpretación de Elisabeth Moss, quien valida su fama de ícono del trauma, la tortura y la cautividad, a manos de una estructura de poder secreta y oculta.

Ella vuelve a desenmascarar a los señores de las sombras, dándoles una dosis de su propia terapia de choque.

El Hombre Invisible es experto en espejismos ópticos y fabrica una aplicación para hostigar a los demás, desde su desaparición del encuadre.

El trabajo de desvanecimiento, por supuesto, habla de nuestra relación con los demás en la era de las redes sociales, la posverdad y el deep fake.

La cinta se engrandece cuando se entrega a su experiencia física de narrar en bruto. Las explicaciones, for dummies, empequeñecen la magnitud del largometraje.

Al final gana la visión pesimista, de un cuadro ambiguo, por encima de la literalidad de un desenlace consolador.

La víctima ahora es victimaria y deviene en un espejo de El Hombre Invisible.

Es el círculo vicioso de la venganza, donde no hay salida.