El tosco desplante del dictador turco Erdogan a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al dejarla de pie, sin ofrecerle una silla donde sentarse para conversar en el sitial protocolar, no es un incidente fortuito, todo lo contrario, es consustancial a la visión del islam de una Europa sin estadistas, debilitado por los despropósitos de gobernantes y políticos sin solidez y sin el necesario rigor que el momento exige. Las humillantes imágenes del encuentro, el pasado 6 de abril en Ankara, difundidas urbi et orbi por los noticieros de televisión, sorprendieron solo a quienes propician esa diplomática blandengue que durante varias décadas ha consentido (sin querer queriendo) el crecimiento exponencial de las teocracias supremacistas islámicas y sus satélites globales en guerra contra Occidente. Pero el agravio sufrido se torna patético al conocer que la visita fue una iniciativa de la UE para “dialogar” sobre las tensiones que ha provocado Turquía debido a su injerencia y beligerancia en el Medio Oriente, así como sus amenazantes actuaciones en el Mediterráneo contra Grecia y sus insultos contra Francia y Europa. Este déspota que pretende erigir un califato mundial se siente “guapo y apoyado” por Rusia (zorro en gallinero), proveedor de armas y tecnología militar, aparte del armamento con el que la OTAN ha dotado a Turquía desde 1952.
La pesada y burocrática diplomacia occidental, tristemente apoyada en tradicionales análisis muchas veces concebidos por un pensamiento “políticamente correcto” o bajo el sesgo de funcionarios de una izquierda aliada con el islam o con el comunismo internacional (todas las instituciones están penetradas), continúa sumando fracasos. Tanta ingenuidad y despropósito abruman. Basta con recordar los acuerdos (2015-2018) de Obama y la UE con Irán, país que desde el mismo instante de las firmas ha duplicado el enriquecimiento de Uranio para la fabricación de bombas atómicas. La incertidumbre que produce la amenaza iraní es alimentada día a día por la irresponsabilidad, la ingenuidad, el colaboracionismo en los negocios (corporaciones privadas de la UE) y la superficialidad de los políticos occidentales. En días recientes, Biden ha anunciado la reanudación del “diálogo” para revisar los acuerdos anulados por su predecesor, mientras Irán expande su llamado esencial de sojuzgar a los infieles de Occidente, acelerando los ensayos de misiles balísticos de largo alcance y su retórica genocida contra Israel, la única democracia del Medio oriente, país al que ha jurado borrar del mapa de un bombazo.
Un indicio de donde comenzar a hilvanar las respuestas a los desatinos de la diplomacia occidental, lo leemos en un trabajo titulado: “Cómo los déspotas interpretan los tratos con Occidente” (Bassam Tawil, How Despots Interpret Deals with the West, Gatestone Institute, September 2019). Se trata de un análisis sobre las tensiones diplomáticas entre Irán, la Unión Europea y Estados Unidos sobre el acuerdo nuclear de 2015. El tema de dicho informe debería sacudir la ingenuidad de los negociadores europeos y de todos aquellos que creen en el diálogo con terroristas, criminales, dictadores y déspotas, al evidenciar que estos cuando se sientan a negociar lo hacen para ganar tiempo mientras se rearman e incrementan su violencia y perversidad contra las democracias occidentales, interpretando cada gesto de acercamiento y diálogo civilizado como un signo de debilidad. Para ilustrar esto último, resulta interesante revisitar el acuerdo de Oslo (1993), entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El informe revela que Yasser Arafat, representante de la OLP, nunca tuvo la intención de apartarse del terrorismo contra el Estado judío y que, mientras avanzaban las conversaciones, su objetivo no era otro que rearmarse y movilizar a sus combatientes a zonas estratégicas. De nuevo en Camp David (2000), Arafat pateó otra mesa de negociación y acuerdos, al lanzar la famosa «Intifada», pese a que había recibido la oferta de “establecer un estado palestino desmilitarizado en el 92% de Cisjordania y el 100% de la Franja de Gaza y el establecimiento de la futura Capital palestina en el este de Jerusalén, siendo rechazada dicha propuesta sin siquiera una contraoferta. “La respuesta de Arafat y la OLP fue la de arremeter contra Israel con atentados terroristas cobrando la vida de miles de israelíes (Tawil). Israel nuevamente pagó otro alto precio por una “mesa de diálogo” donde se trató la retirada israelí de la Franja de Gaza, que promovería la paz y la estabilidad en Oriente Medio, pero fue utilizado por la propaganda palestina como un signo de debilidad y cobardía del Estado judío, exclamando a los cuatro vientos que “los habían obligado a huir de Gaza”. Desde allí, los palestinos no han cesado de perpetrar atentados contra Israel. Yo añadiría que a la OLP y después a Hamas nunca les ha interesado la creación de un Estado Palestino, ya que eso significaría establecer y respetar las reglas de juego de la comunidad internacional y traicionar su juramento de jamás reconocer la existencia del Estado judío y de no cesar de combatirlo hasta su aniquilación.
En el contexto de las múltiples formas de agresión desatada contra las democracias, la frágil y limitada visión de este estilo diplomático se agrava al no aceptar ni entender que estamos insertos en una guerra contra nuestros valores, instituciones y modo de vida, pero guiados por la peregrina idea del appeasement, estos nuevos Neville Chamberlain están empecinados en negar esa realidad. Si alguien te declara la guerra y te ataca, tienes que defenderte y en respuesta atacar con la voluntad de vencer, de no ser así el otro terminará por aniquilarte.
Cada vez que un diplomático o un político by the book se sienta “dialogar” con estos tiranos, terroristas o criminales, le brindan tiempo para fortalecerse mientras son objeto de burlas y desplantes ante la falta de solidez y rigor del interlocutor, que pretende lograr algún resultado favorable inspirándose en el método “ganar-ganar” de los manuales de autoayuda corporativa. La única manera de lograr zanjar una negociación es que la otra parte entienda que está enfrentando un contendor de peso, un estadista con férreas convicciones, decidido a responder con firmeza las afrentas, defender y hacer prevalecer sus valores al costo y al sacrificio que sea, con un poder igual o superior que implique riesgos y pérdidas para el contendor si no acepta negociar y pactar. De no ser así, continuarán las humillaciones y se intensificará la guerra “asimétrica” contra nuestras sociedades.
@edgarcherubini
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