Desde los comienzos de la existencia humana, según nuestros historiadores, ha estado impregnada de: mentiras, juicios, celos, poder y la más grave de todas: “la envidia”. El ser humano, por naturaleza adolece de estas cinco bajas virtudes, que han originado grandes conflictos, guerras, dictadores, y por el mismo “poder”. Vamos a hacer una reflexión sobre “la envidia”. El maestro Buda nos dice en sus cuatro nobles verdades (base de su mensaje espiritual) lo siguiente: Todo ser humano sufre. El sufrimiento es causado por los “deseos”. Y si deseas dejar de sufrir, hay que suprimir los “deseos”. Y para ayudar a suprimir los deseos, nos propone el Óctuple noble Sendero: visión correcta – Pensamiento correcto – Habla correcta – Acción correcta – Modo de vida correcto – Esfuerzo correcto – Atención correcta y Concentración correcta. El maestro Buda, generosamente nos muestra el camino de la liberación de la “envidia” que también está incluida en los “deseos” y el apego. El desprendimiento es la base para suprimir los deseos. En este caso los deseos están desmedidos por querer obtener los que otros tienen y no lo ha podido alcanzar, por algún otro motivo. El mayor problema del ser humano es que no disfruta de lo que tiene, y vive deseando lo ajeno, casi que llega al nivel de robo, porque el deseo es tan extremo que lo lleva al delito. Como lo expresa José Ingenieros en su libro El hombre mediocre, la envidia es la “pasión de los mediocres” y lo describe en esta forma: “La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el acíbar que paladean los impotentes. Es un venenoso humor que mana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia”. Y también se expresa François de La Rochefoucauld sobre la envidia con estas palabras: “Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance”. Desde el punto de vista de la Religión Católica, la envidia es una tristeza que se experimenta ante la bien de otra persona y el deseo desordenado de apropiárselo. La envidia y el remordimiento carcomen el espíritu humano. Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance. (François de La Rochefoucauld). Dante Alighieri define la envidia como una ceguera que impide reconocer el bien y sus ojos se han cerrado con el metal de hierro de la amarga malicia. Son como los invidentes, que no perciben la Luz y viven en las sombras, pero los invidentes tienen un talento de dirigirse por su luz interior, los envidiosos, su ceguera es debido a que están velados de la luz. Santo Tomas nos dice que la envidia es una perversión del juicio, por el cual el bien ya no suscita alegría sino tristeza por la alegría de los demás, y no aporta ningún tipo de disfrute a la propia vida. La envidia es considerada una experiencia hedónicamente desagradable. Una envidia benigna motiva a realizarse a sí misma, en cambio la envidia maligna nos lleva a una posición inferior con relación a la otra persona. La envidia tiene que ver con lo social, pues siempre nos estamos comparando con otros que tuvieron logros. La envidia es inherente al ser humano, por naturaleza todos somos envidiosos, mentirosos y expertos en hacer juicios. Está en el nivel de los deseos, y como lo dice Buda, hay que suprimirlo para poder ser feliz: desapego. En psicología, la envidia la ven en dos formas: sentir envidia y ser envidiosos. Sentir envidia sana es muy propio del ser humano, incluso nos puede impulsar a superarnos. Si una persona logró algo con su trabajo, entonces hago lo mismo para lograrlo, nos puede subir la autoestima. El ser humano observa y compara, y toma determinaciones en el derrotero de su vida para su bien y su estatus. ¿Dónde está lo negativo de sentir envidia?, está en convertirse en envidioso y todo porque es un perezoso mental. La palabra “envidia” viene del latín “envidia”, derivada de Invidere. In, hacia adentro, y Videre, ver, lo cual traduce: meter la mirada, mirar con malos ojos y malicia. Cicerón, el famoso escritor, orador y político romano, decía que “nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro”. Los envidiosos tienen una baja autoestima y toman los éxitos de otro como una ofensa a su propio ego. La envidia, provoca ansiedad, hostilidad, rabia y depresión. Es una pasión malsana que afecta más a quien la vive que a aquel que la despierta. Una frustración en el ser humano puede convertirse en envidia, que genera rencor, el rencor genera en mentiras, mentiras genera en traición y está en deslealtad, y la deslealtad genera en ingratitud y está en castigo. La envidia se puede definir como algo que no veo con buenos ojos. Cervantes, en sus consejos a Sancho, la envidia la llama «raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes». La Biblia nos relata un caso de envidia, los Hermanos Caín y Abel; Génesis, Reina-Valera 1960, Cap. 4:1-16. La Biblia nos relata el primer acto de envidia del ser humano, y lo más grave, entre hermanos y familia. Y este flagelo continúa igual en toda la humanidad, siempre estamos observando qué hace alguien a nuestro alrededor con suma malicia: envidia y egoísmo. Para mí estos dos términos nos tratan de gobernar por medio del apego. Bertrand Russell dijo que la envidia era una de las causas más potentes de la infelicidad humana. Se combate la envidia con el desapego, con un corazón en paz, satisfecho y complacido con lo logrado. Si trabajamos con amor no estamos trabajando, porque lo hacemos en paz y con servicio. La envidia está llena de odio por lo deseos y anhelos no alcanzados y satisfechos. Los deseos y la angustia por conseguir, a veces lo inalcanzable de los deseos, te nubla la mente y no disfrutas de lo que tienes, que a veces es más importante que lo que deseamos conseguir. El envidioso produce el deseo de hacer mal en otros. Los errores de Caín: se dejó dominar por las emociones, el ego y la prepotencia. No mostró ningún arrepentimiento por la muerte de su hermano Abel, un corazón duro e inflexible. Pero el Padre Celestial mostró misericordia con él, colocándole un distintivo para que nadie fuera a hacerle daño. No dice qué distintivo o marca le colocó, solo con impregnarlo de una energía especial que lo protegía de los ataques de su congéneres. Porque Abel fue visto bien ante los ojos de Dios: por la pureza de su corazón. Fue muerto por su fe, porque dio su corazón a Dios y toda su fe. Caín y Abel, la dualidad, el bien y el mal. Las enseñanzas de este relato basados en la envidia son las siguientes: “Conócete a ti mismo”, cuando no nos conocemos bien, y estamos alejados de nuestro nivel de estado de consciencia, seremos errantes como Caín sobre la tierra, sin rumbo y desorientados. Tenemos que abrir consciencia y ser libres, uno de los objetivos de nuestra Augusta Institución Masónica. Tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos, impregnarnos de “voluntad” e “inteligencia”, representados por los símbolos del mazo y el cincel, y así labrar nuestra propia personalidad y carácter espiritual. Dediquemos A.G.A.D.U. lo mejor de nuestro tiempo, talento y ofrendas. Y para concluir, Dante Alighieri en La Divina Comedia, El Purgatorio, define la envidia como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos. El castigo para los envidiosos es el de cerrar sus ojos y coserlos con alambres de hierro, porque habían recibido placer al ver a otros caer”. La persona arrogante considera que es arbitrario o injusto que otro posea algo de lo que él carece. El que se conceptúa a sí mismo como mejor que los demás, se sentirá irritado si es superado por otros. Superar la envidia es un desafío personal que requiere autoconocimiento, autorreflexión y esfuerzo continuo. Se combate con el agradecimiento, desapego y la aceptación y disfrute de lo que se posee.
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