El “apego” es la relación afectiva másíntima con las personas o cosas. Es el mayor motivo de sufrimiento de la humanidad. Walter Riso, en su libro Despegarse sin anestesia, nos dice: “Crear una relación dependiente significa entregar el alma a cambio de obtener un falso placer y seguridad”. “El apego” es inherente al ser humano en este plano, y comienza cuando nosotros expresamos la palabra: “Esto es mío”. Y este término cubre todas las acciones del ser humano: en lo religioso, lo político, filosófico, psicológico, etc. y es causa de todos los conflictos, desde nuestro trato con nuestros congéneres hasta los extremos entre naciones, e incluso en estos momentos lo estamos experimentando por lo diferentes conflictos entre naciones, familias, y cosas más grabes, como son los conflictos religiosos donde impera el dogmatismo, el fanatismo y la ortodoxia. Puede ser imprudente decir que esta práctica del apego comienza en el hogar con la información que recibimos de nuestros protectores, claro está, no tiene nada de negativo, es nuestra forma de darle orientación a nuestros hijos. El apego en vez de crearnos felicidad, nos lleva al estrés porque muchas cosas nos limitan por estar pendiente o cuidando. “El apego” es hijo del deseo y mientras más deseamos más apego tenemos. El inconveniente con el deseo es que es difícil que satisfaga, siempre hay algo mejor de lo que poseo. Nuestro apego al sentimiento, al placer, nos arrastra hacia actos perturbadores y puede desencadenar en deseo y odio. El objeto de poseer algo no es malo, porque el objeto puede ser útil y bueno, lo negativo es que dependas del objeto, te domine y limite, lo malo es que nos posea. Como dice el Dalai Lama en su libro Los siete pasos hacia el amor: “El deseo contraproducente es el apego irrazonable a las cosas, pero se vence con la práctica de percibir lo opuesto de la ignorancia”. Mientras más apegado estamos a los objetos, personas e ideas, creencias más parciales, somos y más limitados. El apego limita tu acción, es un obstáculo. El amor, la bondad y la compasión son lo contrario al apego. El odio y el deseo proviene del apego a esta vida porque atribuimos demasiado valor a los cosas. El maestro tibetano Tsongkhapa nos dice sobre el apego: “Es una práctica del altruista disminuir el apego a esta vida” y a la hora de desencarnar: “La morada del cuerpo se abandona por la morada de la conciencia”. El apego es muy viral, cuando nos invade es difícil de dejarlo. Al pasar de plano nada de lo que has adquirido te lo llevas: propiedades, objetos, personas y familia, animales, amigos y amigas. Bajo el apego todo parece perfecto, pero solo es ilusorio. Los maestros Buda y Jesús basaron sus mensajes en el desapego. El maestro Jesús nos dice: “Si quieres seguirme, deja todo, toma tu cruz y sígueme. Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como ata mismo”. El maestro Buda nos dice en su enunciado: “El ser humano sufre en este plano –Los deseos acusan su sufrimiento–, suprimiendo los deseos se suprime el sufrimiento”. Cierta vez un profano se acercó al maestro Buda y le preguntó: Maestro, yo quiero ser feliz, ¿qué hago? El maestro le contestó: Suprime el “Yo” que es Ego y “quiero ser” que es el deseo”, y te queda “ser feliz”. El apego se basa en el temor, en la angustia e inseguridad y en lo religioso es el origen del fanatismo y lo ortodoxo que se usa para controlar y poder. Una persona que tiene “apego” ve enemigos por todos lados. El desapego es símbolo de ser “libre” y su campo de acción es creativo, alegría y felicidad. En el apego no hay evolución, todo se estanca y sobreviene el caos, y ¿cuál es el caos?, la inseguridad. En el sendero espiritual el apego fanático a las ideas, la verdad se vela, no hay cualificación, es cerrado a la gnosis y a la luz. Cuando no hay apego se abre la puerta a lo desconocido, es el campo de todas las posibilidades para escuchar a todos los maestros. Para ser libre hay que tener desapego, es símbolo de evolución. La diferencia entre el amor y el apego: el amor es ser libre y tener libertad, el apego es una prisión con muros infranqueables y es velado para ver la luz. Nos narra la historia de Alejandro Magno, que encontrándose  al borde de su muerte convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos: 1-que su ataúd fuera transportado en los hombros de los mejores médicos de su época, porque ellos no tenían ante la muerte el poder de curar; 2- que los tesoros que había conquistado fueran esparcidos por el piso hasta su tumba, para que todos pudieran ver que los tesoros aquí conquistados, aquí se quedan; 3- que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, a la vista de todos. Para que las personas pudieran ver que venimos con las manos vacías y con las manos vacías partimos cuando se nos termina lo más valioso: el tiempo. Este pasaje nos lleva a la reflexión sobre el “no apego”. La ignorancia nos lleva a pensar que las cosas no cambian y duran para siempre, y así vivimos sumidos en la infelicidad. Es un confort limitante. Cuando estoy desapegado estoy “libre” de influencias de cosas y personas, puedo ver con claridad y escuchar todo sin que me altere, me da libertad en mi espacio interior para tomar mis decisiones. Cuando las energías del Universo te quitan algo, no lo perdemos, nos libera.


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