OPINIÓN

Obreros de Hiram Abif. Meditaciones iniciáticas (II)

por Mario Múnera Muñoz P.G.M. Mario Múnera Muñoz P.G.M.

San Pablo, en la Biblia, nos manifiesta lo siguiente: “Si mi fe pudiera transportar las montañas, yo no sería nada sin la caridad”. La caridad la defino como un compartir del ser humano con sus semejantes, en un momento difícil que este la necesite. No debemos confundirla con la bondad, cuyas características principales el amor y el desprendimiento. Es lo más sublime del amor, y es característico de los espíritus más elevados. Porque el amor es la vía, la causa  y el fin de todas nuestras aspiraciones. Es el principio mismo de un iniciado en la masonería y se demuestra con la fraternidad y la tolerancia.

La caridad es el amor en el ser humano y la bondad es de seres de conciencia expandida. El amor es luz y detesta las tinieblas. Vivir sin amor es vivir en la animalidad ancestral. Amar es odiar el error y por lo tanto el mal, amar es no ser fanático, no tener ambición desmedida y, sobre todo, amar es no aceptar la hipocresía. El amor es luz y las tinieblas no prevalecerán contra él. Cuando el amor no prevalece en el ser humano, los individuos se dirigen contra los individuos, contra los pueblos para conquistar sus riquezas.

La humanidad, con base en el amor, debiera unirse para combatir las injusticias, la codicia, el egoísmo, la hipocresía, la envidia. El que no ama abandona la cima para hundirse en el abismo. El masón no está diseñado para odiar y para eliminar el odio no hay que eliminar las personas, el odio no está en las personas, ellas no son el mal, dentro de ellas habita el espíritu. Lo que hay que combatir y destruir es el mal  en sí.

«La caridad consiste en combatir las tendencias malvadas propias de este plano, pues estamos sometidos bajo la ley de la dualidad. Hay que iluminar a otros para conducir a nuestra humanidad por el camino del bien en pos de la luz.

La humildad, su definición, la más distorsionada que hay en este plano. Solemos identificar la humildad con la sencillez, dos cosas muy diferentes. Una persona sencilla depende de su formación en el hogar, y el medio donde se desarrolla su personalidad. La humildad no depende en nada de este plano, le sirve solo para cumplir su misión. La humildad es un estado de conciencia elevado, que trae su evolución de vidas pasadas y continúan en ascenso en esta vida, hasta llegar su trascendencia y se libera de esta dimensión.

Nadie se hace humilde ni se estudia para serlo. Las personas con este estado elevado de la conciencia reflejan luz, son desprendidas, llenas de bondad; son personas muy especiales en el medio que se desarrollan. Todo lo que les rodea son llenas de paz y armonía. El ser humilde pierde toda iniciativa en sus actos y pensamientos, no le interesa el protagonismo, su estado no le permite sobresalir, solo servir, ella va solo por un objetivo: el reino del G.A.D.U.

La humildad se anida en el corazón. El maestro Jesús lo dijo: “Yo soy dulce y humilde de corazón”. Quiso decir, que levantemos el velo de la humildad divina, porque la nuestra es débil. La felicidad es armonía, y el amor es el reposo en la armonía, bella definición de la humildad.

Ser humilde es olvidarse de sí mismo para pensar en los demás. La humildad trasciende la dualidad, en la cual la vida florece. La humildad no es una virtud, es un estado espiritual y por lo tanto se debe al espíritu puro. No es una virtud, pero esta tácita en ella: la fe, la esperanza y la caridad, y bajo estos tres aspectos, la humildad es el suelo donde crecen y se desarrollan  todas las virtudes. Todo proviene de la Unidad: la luz, la verdad y el amor. Un ser humano sin virtudes está en disonancia irremediable con el mundo de las realidades. La humildad le confiere al ser humano la libertad, desprecia las contingencias de la nada material. Se abstiene de abrigar las satisfacciones efímeras de la vanidad, es la raíz del amor y se eleva hasta la sabiduría y la santidad.