«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera».

Definamos qué es «autoconocimiento”. Auto: por uno mismo; conocimiento: es comprender por medio de la razón. Esta inscripción se hallaba en el «pronaos del Oráculo de Delfos», ha ganado el más alto prestigio filosófico, que encierra en pocas palabras un significado muy profundo que está más allá de la razón y del tiempo.

Según la mitología, Apolo mató al dragón Pitón y en este lugar se instituyó el culto, allí las pitonisas ofrecían sus oráculos. Fue Platón, el filósofo, quien lo difundió ampliamente en sus obras. Sócrates aconsejaba dedicarse al conocimiento de sí mismo, antes de estudiar los misterios de los dioses.

Platón, en su escuela, nos muestra que es esencialmente místico, porque cualquier tema que trata, ya sea ética, dialéctica, matemática, en el fondo es una teología, pues sus conclusiones lo llevan a la contemplación y veneración a Dios.

En Grecia hubo escuelas iniciáticas en los misterios, y muchos filósofos y eruditos de la época se iniciaron en este difícil sendero. Hay un limitado conocimiento sobre los misterios de Eleusis, donde había una experiencia mística ligada a la inmortalidad del alma y el conocimiento de Dios.

Muchos filósofos griegos utilizaron esta subliminal frase, que encierra en sí misma la comprensión de la existencia de un ser superior y sobre todo, lo más importante, es que sugiere que ese ser superior que tanto buscas e invocas, no está arriba ni abajo, ni a los lados, «está dentro de ti mismo». Por este motivo, trasciende su mensaje más allá del tiempo.

La frase «conócete a ti mismo» sugiere que el autoconocimiento es un acercamiento a la divinidad. Conocer la verdad sobre ti mismo es ser honesto, por qué crees en ti mismo y abona el camino para conocer lo divino. «Si quieres ser capaz de reconocer a Dios, debes primero aprender a conocerte a ti mismo», esta es la vía para conocer la divinidad.

Esotéricamente, podemos interpretar la frase «conócete a ti mismo» como un llamado al principio del microcosmos, pues el ser humano es la imagen de la divinidad y hay una correspondencia con el universo.

Hay una leyenda mitológica que nos dice: Los dioses preocupados por los bajos niveles de conciencia del ser humano trataron de esconder “la sabiduría” de la ignorancia de los seres humanos, porque está en manos de ellos la tergiversan y la destruyen. Está en los símbolos. Solo puede estar en manos de seres cualificados para descodificarla. La escondieron en el centro de la Tierra, la escondieron en el fondo del mar y la escondieron en las alturas de las montañas, y hasta allí el ser humano por su ambición desmedida trató de buscarla. En un convenio entre los dioses llegaron a la conclusión de que había un escondite donde el ser humano no la encontraría: «Dentro de sí mismo», y solo en ese lugar la encontrarán. «Los seres puros y de noble corazón» se les ocurre buscarla allí.

Deducimos de esta leyenda mitológica que “la sabiduría” no la posee ninguna escuela iniciática, ni religión… está dentro de nosotros mismos. Estas escuelas solo pueden instruir y dar pautas como luz, para que la descubra. En ti se halla el tesoro de los tesoros. También se interpreta esta frase como el saludo que Dios dirigía a los visitantes del templo, deseándoles la sabiduría.

Dentro de la frase «conócete a ti mismo» se encuentran sugeridas las preguntas: quién soy, de dónde vengo y para dónde voy, y sus respuestas la comprenden y la definen cada quien según su estado de conciencia.

Para ser gobernante, primero hay que gobernarse a sí mismo, y primero debe “conocerse a sí mismo”. Nosotros no podemos desarrollar nuestra naturaleza, si no sabemos cuál es. “Conocerse a sí mismo” es un camino de perfeccionamiento y es un paso para acceder al conocimiento. Es el comienzo de la filosofía trascendente.

En psicología conocerse es mirar al pasado, en filosofía es mirar al futuro, pero en el sendero iniciático es en el ahora y siempre. La idea de que al conocernos trascendemos lo individual para fincar en lo universal.

“Una vida sin reflexión no vale la pena ser vivida” (Sócrates).

 


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