Enceguecidos. En medio de tanta tiniebla se escuchan cantos de sirenas. Y creen que van hacia un refugio extraordinario. Tapador. La cueva. Olvidan que existe una realidad, un contexto del cual resulta imposible desprenderse con sueños. Olvidan eso que no en balde se llama concreción. Parece un tratamiento terminal con alguna poderosa droga. El choque al «despertar» podría ser doloroso nuevamente. Frustrante.
Digo nuevamente porque no es primera vez que nos ocurre. Este rumiar casi religioso, dislocado, en torno a un posible salvador. Sin describir bien. Sin analizar. Sin percatarse. Aunque en la actualidad, o aún, parece todavía adormilado, tal vez por verlo de reojo todavía, con algún cuidado propio de la experiencia quemante.
¿Recuerdan El Flautista de Hamelín? Alguien en Amazonas me contó la experiencia con los dantos en manadas. Es por allí y van detrás, así caigan al despeñadero, al vertedero del que nunca saldrán. Por eso resultan tal vez presa fácil todos. Por la idea de grupo cegado que sigue y sigue. Menos mal que la supuesta oleada tiene un toque profundo de artificio, de impostura. ¿Saben los dantos lo que al grupo le conviene en general? No. ¿Alguien en la manada se rebela? No creo. No resulta posible luego de iniciada la torpe carrera al vacío.
Hablo de un grupúsculo bullanguero, más que efectivo. Pero no deja de llamar la atención. Como de una orquesta que, aunque desafinada y con mal cantante suena y atiborra los oídos, atormentando. Que está allí como un dolor de muelas. Malo, cruel, pero persistente en su provocación del malestar general. Antes hubo conductores de manadas que nos trajeron a esta, la peor desgracia, conductores de manada que terminaron desgraciadamente presos, conductores de manadas que, por cierto se aprovecharon ruinmente de todos y se escabulleron. La pregunta central es: ¿Algún día dejaremos de ser manada arrastrada para alcanzar la cima de la ciudadanía que disfruta y exige? ¿Que reclama y quita? Para eso tenemos que salir de dos males: la opresión y la creencia en la manada conducida a ciegas, con ruido como de quien percute.
Invito a dejar atrás la concepción de grupo con ojos tapados. A sopesar la circundante realidad, a medir situaciones y desencadenamiento de hechos, a retirarnos un poco de los aplaudidores de Sábado Sensacional y del llanto romántico, telenovelesco, de Corín Tellado. Invito a la seriedad y a la responsabilidad. Las de los posibles flautistas y las de quienes escuchamos cantar a las sirenas que no son de bombardeo precisamente. Llamar fantasmas es propio de locos, o de quienes ganan dinero con las creencias espiritistas. De esto solo saldremos entre todos con suma inteligencia y con la conducción respetuosa de algún o alguna estadista capacitado (a). No con los ruidos navideños del furruco, la tambora y los fuegos fatuos artificiales en sus colores y sus estallidos. Seriedad y responsabilidad. De todos.