“I am filling the room with the words from my pen” (ANNE SEXTON)
Llevo un tiempo leyendo clásicos de literatura española por razones de mi profesión. También estoy releyendo obras que leí en mi adolescencia de estudiante como Don Juan Tenorio o Don Álvaro o la fuerza del sino. Ahora mismo es el turno del Romanticismo del siglo XIX. Bueno, me doy cuenta mientras releo las aventuras de don Álvaro, por citar un caso, de que aún siendo el mismo libro, yo soy otro. Mi encuentro con los diálogos y la acción es diferente. La impresión de las letras sobre mí parece haber mutado. Soy yo quien aprecia la rima y la actitud de los hombres decentes, la fuerza del amor y el destino, la elegancia del lenguaje bien hablado y bien escrito. Y pienso en las polémicas y las dudas acerca de la conveniencia o inconveniencia de exigir a un adolescente la lectura de obras clásicas. Pregúnteme a mí si creo que merece la pena. Merece la pena. El lector se construye desde abajo a partir de la lectura y el sacrificio, el esfuerzo y la disciplina, los diccionarios de papel o de pantalla de cristal y los cuadernos y las anotaciones. Todo esto me viene hoy a la cabeza y quiero escribirlo aquí para dejar constancia, a modo de recordatorio en una página de diario.