OPINIÓN

¡Nunca nos quedaremos sin recursos!

por José Tomás Esteves Arria José Tomás Esteves Arria

La sostenibilidad es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social. Dicho así, pareciera que es un meta fácil pero no es así. Por otra parte, tenemos que la palabra “recurso” es extraordinariamente ambigua. En este contexto, la manera en la que algunas personas piensan y creen imperturbablemente, además están convencidos de que esos recursos son como una bandeja de pasteles y que cuando nos comamos todos los que hay en ella, ya no nos quedará alguno.

Ahora bien, cuando los economistas emplean la palabra recursos se refieren no solamente al planeta Tierra y a sus recursos naturales, sino también al trabajo, al capital, a las empresas y a otros factores de producción. En este sentido, el aumento de la población potencia al mismo tiempo estos recursos.

En efecto, la población mundial se ha multiplicado por ocho desde 1800, y el nivel de vida nunca ha sido tan alto. A pesar del aumento del consumo, y en contra de las profecías de generaciones de malthusianos, el planeta Tierra no se ha quedado sin un solo metal o mineral. De hecho, en general los recursos se han abaratado en comparación con los ingresos en los dos últimos siglos.

¿Cómo puede una población siempre creciendo ampliar la abundancia de recursos? Algunas formas son bien conocidas. Muchos consideran simplemente el incremento  de la oferta. Cuando el precio de un recurso aumenta, la gente tiene un incentivo para buscar y encontrar nuevas fuentes. Los geólogos apenas han analizado una pequeña parte de la corteza terrestre, por no hablar del fondo de los océanos. A medida que se perfeccionen las tecnologías de prospección y extracción, los geólogos e ingenieros, alcanzarán más profundo, más rápido, más barato y de una manera más limpia a minerales hasta ahora vírgenes.

El aumento de la eficiencia ayuda mucho a la abundancia de recursos. A finales de los años cincuenta, una lata de aluminio pesaba cerca de 3 onzas. Hoy pesa menos de media onza. Esa menor masa representa un considerable ahorro  en términos ambientales, energético y de materias primas. Los alicientes del mercado motivaron a la gente a buscar oportunidades o nuevos conocimientos para disminuir el costo de un insumo (aluminio) para producir un producto más barato (una lata de cocacola o de cerveza). La mejora tecnológica ha empujado un proceso sin interrupción por el cual podemos producir más con menos.

La innovación ha generado oportunidades de sustitución. Durante siglos, el esperma de ballena, una sustancia cerosa que se encuentra en la cabeza de los cachalotes, se empleó para fabricar las velas que iluminaban los hogares. Mucho antes de que las ballenas se agotaran nos pasamos a la electricidad. ¿Le preocupa disponer de litio suficiente para alimentar todos los vehículos eléctricos que circulan por las carreteras? Las baterías de iones de sodio de carga rápida ya están en el horizonte. Existe mucho más sodio que litio en la superficie de la Tierra o cerca de ella.

Vivimos en una época de desmaterialización. No hace mucho, todas las habitaciones de hotel de Estados Unidos estaban equipadas con un grueso cable de cobre azul para conectar el portátil del huésped a Internet. Hoy en día, los huéspedes utilizan Wi-Fi, sin necesidad de cables. Del mismo modo, el smartphone ha reducido, si no eliminado, la necesidad de calendarios, mapas, diccionarios y enciclopedias de papel, así como de radios de metal o plástico, cámaras, teléfonos, equipos de música, despertadores y demás.

Puede que se hayan «empleado» ingentes cantidades de acero para erigir nuestros rascacielos, y de cobre en los cables eléctricos, pero todo ese metal podría reciclarse de nuevo y reasignarse. En efecto, durante la Segunda Guerra Mundial, 14.000 toneladas de plata del Depósito de Lingotes de West Point del Tesoro de Estados Unidos se convirtieron en alambre de plata para electroimanes como parte del Proyecto Manhattan. Prácticamente toda la plata fue reciclada.

El sentido común ya de por sí implicaría, puesto que ningún recurso físico es infinito, que la despensa acabará por quedarse vacía.

Ahora bien, esta tesis o argumento no tiene nada que ver con el problema real de los recursos. Invoca un futuro hipotético en el que extraemos elementos raros del núcleo de la Tierra y vaciamos sus océanos para mantener a miles de millones de seres humanos sedientos. Se trata de un futuro tan lejano que no es relevante para ninguna política o planificación actual. Hoy por hoy,  el verdadero problema no son los recursos físicos, sino el conocimiento de cómo utilizarlos en nuestro beneficio. No sólo conocimientos teóricos, sino conocimientos prácticos de ingeniería. Se deben optimizar y perfeccionar lo antes posible. En Israel se tienen ya grandes plantas desalinizadoras del agua, para aprovechar las aguas del mar en los regadíos para cultivos.

Durante milenios, expertos y charlatanes soñaron con transmutar elementos. En 1919, el físico Ernest Rutherford logró la primera transmutación artificial al convertir el nitrógeno en oxígeno. Hoy por hoy, la transmutación nos asedia. Los detectores de humo contienen americio, un elemento artificial producido por transmutación. Los físicos nucleares lograron la transmutación del plomo en oro hace décadas, aunque el proceso requiere demasiada energía para ser una alternativa factible a la minería.

Pero el costo de la energía está destinado a bajar. El sol es un reactor natural de fusión nuclear que transforma millones de toneladas de masa en energía cada segundo. Algún día podremos aprisionar toda la energía que queramos con el concurso de paneles solares ultraeficientes. La dificultad no será recoger o atrapar esa energía, sino deshacernos del calor residual irradiándolo al espacio. Podría ser tal vez que nos resulte más interesante fabricar nuestros propios reactores de fusión. Todos los elementos que se encuentran en la Tierra, excepto el hidrógeno y el helio, se elaboraron por transmutación en diversos tipos de estrellas. En un futuro lejano, podríamos utilizar la fusión artificial no sólo para obtener energía, sino también para la transmutación artificial, para fabricar los elementos que deseemos. Todo lo que requerimos es energía abundante e hidrógeno, que abunda en el agua que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra y es el elemento más común del universo.

El conocimiento es el recurso por excelencia y su creación no tiene límites. En este sentido, Friedrich von Hayek, en su libro La fatal arrogancia, cita al físico-matemático, quien explica que lo que produce un sistema económico no son cosas materiales, sino conocimiento  o información inmaterial, y ha concluido que el límite máximo a la expansión del conocimiento y al desarrollo económico en la tTerra en la época presente es de 1064  ¡bits!. Por lo tanto, sería factible aumentar en 100 billones de veces los límites físicos de crecimiento hasta ahora considerados (véase, F. von Hayek en bibliografía p. 21).

En una ocasión, un grupo de “expertos” congregados en torno a un denominado Club de Roma, atrajo gran parte de la opinión mundial en torno a un Informe que este Club, había encargado al MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets). Así surgió en dicho documento la propuesta de que se tenía que reducir la población del mundo para evitar el hambre generalizada por la incapacidad agrícola (la avaricia de la naturaleza según los economistas clásicos) de producir más alimentos. Sea como fuese, el informe partió del falso supuesto de que se necesitarían por lo menos 4.000 metros cuadrados de tierra cultivada por persona para proveer de alimentos a una persona, cuando la realidad es que bastan 2.300 metros.

Bibliografía

CLARK, Colin: El aumento de la población, Madrid, Ensayos Aldaba, 1977.

HAYEK, Friedrich von: La fatal arrogancia, los errores del socialismo, Caracas, edición especial de CEDICE, 1990.

TUPY, Marian y David Deutsh, “Nunca nos quedaremos sin recursos”, artículo publicado originalmente en The Wall Street Journal, el 20 de julio de 2023, y reproducido en la página Web del Instituto Cato.