Oskar Groning vivía en Alemania como un aparente anciano apacible e inofensivo. Así pudo haber pasado el resto de sus días, disolviéndose entre la normalidad del mundo europeo. Pero la mala conciencia lo carcomía. A su alrededor escuchaba historias insólitas de negacionismo del holocausto. Para él fue suficiente. En adelante decidió ofrecer a los medios su testimonio de lo que vivió en Auschwitz como contador del dinero de las víctimas de los campos de concentración.
Desfiló por los medios de comunicación de Alemania. Concedió entrevistas para los principales periódicos. Se hizo una celebridad de la banalidad del terror. A su modo ejecutaba un plan de lavado de imagen y relaciones públicas con el objeto de salir ileso.
En su estrategia, ofrecía descripciones detalladas de la historia negra del nazismo a cambio de una cierta impunidad y libertad. ¿Les suena familiar? ¿Cuántas figuras del chavismo no cumplen el mismo ritual delante de las cámaras de televisión, después de ser cómplices de tortura y violación de los derechos humanos?
La historia del nazismo se repite como farsa en Venezuela. Múltiples periodistas y canales condescendientes se prestan para escenificar una vulgar operación de encubrimiento. ¿Lo harán de gratis? Dude usted de cualquier testimonio de un uniformado arrepentido, cuyo pasado lo condena por acción y omisión, por permitir el abuso contra los derechos de los presos políticos de oposición.
Hablamos de falsos héroes y de reporteros al servicio de una mascarada demagógica.
En tal sentido, el valioso documental El contador de Auschwitz cobra una segunda carta de naturaleza en la república de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias, las ejecuciones extrajudiciales y las prácticas denunciadas por el informe de Bachelet.
La película, de no ficción, se encuentra disponible en la plataforma de streaming Netflix. Es una producción del año 2018. Pero su vigencia es absoluta.
Según el guion del largometraje, la edad no prescribe el delito, atempera la carga o exime al verdugo de pagar por sus crímenes.
En efecto, la película describe el arco dramático del juicio a Oskar Groning, a los 94 años de edad, por pertenecer a la máquina de destrucción de Hitler en Polonia.
El personaje fue miembro de las juventudes de la SS en plena complicidad con la solución final del Tercer Reich.
Ante un lento y burocratizado tribunal, el funcionario gris relata anécdotas espeluznantes del calvario sufrido por los judíos en las zonas adyacentes a los hornos crematorios. Diferentes testigos de origen hebreo cumplen un digno papel de defender el lugar de la memoria durante el proceso. Para ellos es fundamental reconocer su voz y versión de los hechos. Puede existir reconciliación y perdón, pero antes debe llegar la justicia.
El contador de Auschwitz cuestiona la excesiva indulgencia y dilación del sistema germánico, para dictar sentencia y poner a los culpables de la Shoah tras las rejas.
De 80.000 miembros de la SS, registrados a partir de la Segunda Guerra Mundial, apenas 124 terminaron sus días en la cárcel. Los demás gozaron de unos privilegios ridículos y kafkianos, para su condición de matones.
Oskar Groning recibió una condena menor de 4 años. Pudo pasar el resto de su vida en casa, aprovechándose de los subterfugios de la Constitución, de las clásicas posibilidades de apelación. Con todo, el cine se ocupó de bajarlo del pedestal, de colocarlo en su puesto de colaborador de los fascistas.
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