OPINIÓN

Nunca dejó de ser comunista

por Ramón Pérez-Maura Ramón Pérez-Maura

Foto EFE

Mijaíl Gorbachov

Fiel miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética fue visto en Occidente como un reformista que quería acabar con el sistema comunista aunque todo indica que sólo quería salvar el sistema. Acabó desahuciado del poder y nunca fue reconocido por sus compatriotas. En 1990 recibió el Premio Nobel de la Paz.

Mijaíl Gorbachov no fue realmente un gran reformista. Fue un comunista que se dio cuenta de que se le caía encima el sistema soviético porque era insostenible. Y tuvo la inteligencia de no querer suicidarse. Hizo concesiones porque aspiraba a salvar el comunismo. Como los comunistas españoles, desde Pablo Iglesias hasta Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España, que como saben que las políticas comunistas de la Segunda y Tercera Internacional son insostenibles en el siglo XXI han reconvertido sus partidos hacia un comunismo que busca el control de la sociedad mediante la limitación de las libertades imponiendo políticas supuestamente ecologistas y de género que sólo buscan cercenar la libertad. Gorbachov buscó salvar el monopolio del poder en la Unión Soviética haciendo concesiones que le convirtieran en un héroe de la población. La realidad fue que se convirtió en un héroe en Occidente, pero en un ser odiado en la Unión Soviética, que se acabó desmembrando inevitablemente.

En las 2.077 páginas de las Memorias de Mijaíl Gorbachov publicadas en 1996 por Círculo de Lectores no hay ninguna verdadera denuncia del comunismo, salvo las típicas referencias a los errores «de procedimiento» y, al final, su convicción de que había que proceder a partir de donde estaban. Pero no denunciar su pasado.

Gorbachov fue bautizado en el seno de la Iglesia Ortodoxa porque su madre, durante lo peor del estalinismo, se mantuvo una cristiana devota. En 1948, por su voluntariado para cosechar grano, se le otorgó la Orden de la Bandera Roja del Trabajo. En 1952 entró en el Partido Comunista y como miembro también del Komsomol, las juventudes del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), se le encargó vigilar a posibles disidentes. En 1955 se graduó con una tesis sobre las ventajas de la democracia socialista sobre la democracia burguesa.

Estuvo destinado entre 1955 y 1969 por la Kmosomol en la localidad ucraniana de Stavropol, en la frontera occidental del país que hoy quiere liberarse del yugo ruso. Se convirtió en el primer secretario del partido Comunista allí entre 1970 y 1977. Y de allí fue promovido en 1978 a secretario del Comité Central del PCUS. Eso le valió una dacha en Moscú y todas las comodidades de personal que tenían los jerarcas del partido. Desde ahí fue escalando lentamente en el escalafón del PCUS hasta que a la muerte de Konstantin Chernenko, el 10 de marzo de 1985, le llegó su hora como secretario general del PCUS, a propuesta de Andrei Gromyko, el ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética.

A diferencia de sus predecesores en la jefatura del partido y del país, Gorbachov se paraba a escuchar a la gente. Renovó el aparato del partido con sus aliados y pronto se creyó seguro y transmitió esa sensación fuera de la Unión Soviética. Después de su primer encuentro, Margaret Thatcher afirmó «Mr. Gorbachov is a man with whom we can do business». Un hombre con el que se podía negociar.

Pero no había forma de detener el derrumbe interior de una Unión Soviética en la que nada funcionaba. En Occidente había la impresión de que él intentaba acabar con el comunismo y la realidad era que sólo intentaba salvar el sistema reformándolo.

El 9 de noviembre de 1989 el pueblo alemán derribó el Muro de Berlín y en cuestión de semanas cayó toda Europa del Este, que volvía a ser Europa Central, como dijo San Juan Pablo II a Helmuth Kohl. Gorbachov no pudo hacer nada para impedirlo, pero, como es lógico, el terremoto se extendería a los países sometidos bajo el Imperio Soviético.

En el congreso del PCUS en julio de 1990, Gorbachov prometió un plan de 500 días que no llevaría a la democracia sino al «socialismo moderno». El programa tuvo que ser abandonado.

En agosto de 1991, mientras estaba en su dacha en Crimea, un grupo de la línea dura del PCUS dio un golpe de Estado y tomó el poder. Para entonces ya era presidente de la Federación Rusa Boris Yeltsin, que se plantó frente a los golpistas en Moscú mientras Gorbachov seguía incomunicado en Crimea. El golpe fracasó por falta de apoyo, pero ya fue el final de Gorbachov. El 29 de agosto el Soviet Supremo declaró el fin de la actividad del Partido Comunista, que dejaba de gobernar en Rusia.

Su último gran acto internacional fue en Madrid, el 30 de octubre de 1991 en una gran conferencia sobre Oriente Medio promovida por la Unión Soviética y Estados Unidos y celebrada el Palacio Real.

Pero su situación ya era de salida. Yeltsin iba asumiendo todas las funciones y el 25 de diciembre Gorbachov pronunció su discurso de dimisión. Al día siguiente el Soviet de las Repúblicas, el senado de la Unión Soviética, votó la disolución del país. Según Vladímir Putin, la mayor tragedia del último siglo.

Desde su salida del poder, Gorbachov presidió Pizza Hut en Rusia, la Fundación Gorbachov y el Partido Social Demócrata de Rusia. En 1996 se presentó a presidente de Rusia consiguiendo el 0,5% del total de los sufragios emitidos.

El gobierno de Gorbachov fue el de un surfista. Un gran surfista con espectaculares cabriolas sobre las olas que hacían que el público occidental que lo veía por televisión lo adorase. Pero sus paisanos, desde la playa, lo odiaban. Y al final la ola se lo llevó por delante, como a todos los surfistas. Nunca consiguió el amor, ni siquiera el reconocimiento de los suyos.

Artículo publicado en el medio español El Debate