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Las relaciones entre la Unión Europea y China, desde los inicios de la pandemia, se han estado entibiando. Las razones han sido variadas y una a una han sido temperadas, pero la sacudida que el orden internacional está acusando, como consecuencia de las políticas externas de Donald Trump, está tornando el ambiente bilateral más complejo y de difícil manejo para los líderes que rigen los destinos de estos dos titanes económicos y políticos.
La arremetida militar de Rusia contra Ucrania y el respaldo de Pekín a esta invasión son elementos que cuentan por mucho en el escenario de las relaciones mutuas. La falta de una condena explícita por parte de China hacia los estragos causados y su continuo apoyo económico y tecnológico a Rusia han sido motivos de preocupación para los europeos.
Concentrémonos en el ámbito económico. Allí la balanza comercial entre la UE y China se ha inclinado significativamente a favor del coloso asiático en la última década. Según datos de Eurostat, en 2021, China fue el principal proveedor de bienes de la UE, representando 22,4% de las importaciones totales, mientras que solo absorbió 10,2% de las exportaciones europeas. Esta disparidad resultó en un déficit comercial de 248.900 millones de euros en 2021, más del doble que en 2014. Ya para 2024, el desequilibrio había escalado un 20% adicional: 304.500 millones de euros, consolidando a China como el mayor socio comercial de la Unión en términos de importaciones, pero el tercero en exportaciones.
Protegerse de los subsidios chinos a sus productos de exportación, un subterfugio que permite a las empresas locales del gigante de Asia ofrecer bienes a precios más competitivos en el mercado internacional ha sido la estrategia del conjunto de los 27. Para ello se han abierto innumerables investigaciones sobre casos de esta índole, lo que ha sido malinterpretado por las autoridades comerciales chinas. El recurso a la imposición de tarifas compensatorias se mantiene, pero de cara a los nuevos factores de distorsión del comercio global surgidos a raíz de la llegada de Donald Trump al poder, los dos lados de esta ecuación se disponen a reevaluar la relación.
Algunos líderes europeos que tradicionalmente abogaron por una postura más firme frente a Pekín hoy están sugiriendo mantener canales de diálogo abiertos para abordar las diferencias y buscar soluciones conjuntas. Se trata de no cerrar la puerta a una cooperación con una potencia global como China mientras se buscan vías para defender los intereses económicos y geopolíticos de la UE.
A Pekín también le está tocando ordenar su juego interno frente a la amenaza de tarifas norteamericanas que apenas comienza a asomarse. Vale la pena señalar que el crecimiento de las exportaciones chinas se enfrió en los primeros dos meses de 2025 y que es difícil anticipar su retroceso ante la eventual aplicación de las medidas comerciales estadounidenses. La tradicional estrategia china en caso de conflictos severos es la del no enfrentamiento y, mientras el horizonte se define, mantener el tenor de una relación proactiva y cooperante con el viejo continente es lo que conviene.
En conclusión, las relaciones entre la Unión Europea y China atraviesan un periodo de tensión marcado por desacuerdos en prácticas comerciales, al igual que en políticas internacionales de otra índole. La capacidad de ambas partes para gestionar estas diferencias será crucial para la estabilidad y prosperidad futuras en el ámbito global. Estrechar vínculos pudiera ser beneficioso para los dos lados si se llegara a producir una “entente” entre Estados Unidos y Rusia.
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