OPINIÓN

¡Nuestros propios destinos!

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Sé que todos debemos cultivar y mantener una firme conciencia política y cada uno de nosotros buscará la manera de encontrarla y asumirla absorbiéndola de la experiencia familiar, de algún libro oportuno o de la vida liceísta o universitaria o de la vida misma que a veces arroja experiencias aceptables y en otras discursos en plazas, marchas y concentraciones que se disuelven en una retórica generalmente estridente, ampulosa y vacía de verbos de acción y plagada de adjetivos recurrentes o inservibles.

Un alud verbal que nos sepulta; la avalancha de la incontinencia, una oratoria de viejo teatro español que alarga, por ejemplo, la palabra «patria» hasta evidenciar la necedad fascistoide y el vacío provocando un doloroso estremecimiento que se adueña de todos. Es lo que siempre detesté en muchos de nuestros políticos de oficio. Un narcisismo declamatorio que instala una fría distancia con la audiencia impasible o impávida que finge escucharlo. Es el discurso inflamado, vibrante, patriotero, amarillo, azul y rojo. Y al oírlo, sientes que estás escuchando al farsante, al hombre que te va a traicionar una vez que hayas depositado en él tu voto y toda tu confianza.

Si me es dado el privilegio de expresar abiertamente lo que siento sabiendo que hay millones de compatriotas que no lo pueden expresar, comprendo que semejante distinción me obliga a mantener cierta seriedad  y respeto por esos seres cada vez que escriba mi voz.

Es más: si se considera que esa voz clama desde el suelo venezolano en este difícil momento de su historia, convertido en una desdicha que se extiende en un territorio desolado donde hubo una vez un país que comenzaba a enderezar sus pasos afirmándose en una sólida cultura y en una imperfecta democracia, debo entender que la voz tiene que ser clara y solidaria porque se levanta contra la marginalidad, la exclusión y la ignorancia. Es una voz que trata de exaltar al país que vive y se defiende del ultraje a que lo somete un régimen militar narcotraficante, corrupto y despótico.

Hay en él gente que permanece, que no se ha ido y se esfuerza por restablecerse, reinventarse; y en ausencia de empresas, industrias, negocios de prosperidad, de nuevas escuelas, liceos, museos y galerías de arte encuentro, sin embargo, ánimos dispuestos a emprender y culminar creaciones artísticas, producir bienes y sentirse satisfechos y orgullosos. La catástrofe del socialismo «bolivariano» y su nefasto empeño en mantenerse en el poder nos incita a convertirnos en exploradores de nuevas maneras de vivir; nos obliga a no sucumbir a los estragos.

Si mi voz pretende alzarse en un país donde las libertades permanecen entre rejas, cada palabra que escriba tendrá entonces que enfrentar con valentía al autoritarismo de la perversidad.

¡Salvo enamorarme apasionadamente del amor y de la belleza y adorar a mis hijos, escribir es lo único que sé hacer!  A mi avanzada edad, escribir es un procedimiento que me permite no solo hablar conmigo mismo y con el país, sino ejercer una anhelada aunque tardía desobediencia civil. Es mi ofrenda a esta tierra que amo y me vio crecer en libertad, y abrigo la esperanza de que aquellos que escuchan mi voz también buscan justicia y se sienten dueños de sus propios destinos.