Arancha González Laya está haciendo una de las gestiones ministeriales más sectarias de la Historia de España. Lo que después de la de Borrell (con Juan Pablo de la Iglesia a su lado) y de Moratinos es una plusmarca difícil de igualar. Pero ya dice el refranero popular que «otros vendrán que bueno te harán».
Lo que está sucediendo ahora es mucho más grave. Porque no sólo afecta a miembros de la carrera que son preteridos por otros de menor mérito. Aquí lo que se está haciendo es dar una grave carga ideológica a nuestras embajadas desde las que Podemos está marcando la política exterior española en Iberoamérica.
A principios de semana conocíamos que Jesús Silva, el impecable embajador de España en Caracas, que ha sufrido reiteradas humillaciones por parte del régimen chavista, va a ser reemplazado por Juan Fernández Trigo, un hombre de firmes convicciones izquierdistas y que hasta ahora era embajador en La Habana. Fernández Trigo fue embajador en Haití, donde sus ideas «progresistas» sufrieron un duro golpe. El terremoto de 2010 en la isla le causó una grave herida en un brazo y hubo de ser evacuado para salvarle esa extremidad al hospital norteamericano de… Guantánamo. Aquello debió de traumarle y decidió renunciar a su embajada. Como bien dijo la exministra Ana Palacio, «el miedo es libre». El gobierno de Rodríguez Zapatero le distinguió con la Orden del Mérito Civil en el grado de comendador de número por haber sufrido el terremoto lo que, al parecer, era un mérito. Fernández Trigo tiene también entre sus atributos el haber sido uno de los diplomáticos que firmó una carta contra su gobierno por ir a la Guerra de Irak -aunque todo el mundo sabe que sólo fuimos a la posguerra.
Con el gobierno de Zapatero ya estuvo de número dos en La Habana, donde fue crítico con su embajador (político) Carlos Alonso Zaldívar, al que debía considerar un moderado por tener una visión bastante objetiva del régimen. Ha escrito novelas de calidad literaria descriptible y estuvo destinado en Paraguay, donde el personal de la embajada se quejó del trato que recibían.
El papel de Fernández Trigo durante la visita de Estado de los reyes, el año pasado, fue perfectamente descriptible. Fue un viaje desastroso, que nunca se debería haber hecho y menos en esas condiciones y a cambio de nada. Cuando fue Hollande, Francia consiguió el aeropuerto de La Habana para una empresa francesa, un magnífico edificio en la avenida del Prado para la Alianza Francesa. España estaba pidiendo un edificio para el consulado y nada; estábamos pidiendo la apertura de un consulado general en Santiago de Cuba y tampoco. Y ni hablemos de la devolución del centro cultural.
Su nombramiento en Caracas es una clara maniobra de acercamiento al régimen chavista. Le mandan a negociar la salida del opositor Leopoldo López de la Embajada de España, lo que esperan que sea el inicio de la «normalización».
Y, como no paramos de mejorar, a sustituirle en La Habana se envía un embajador político, no de carrera, y de izquierda dura: Ángel Martín Pecci, hasta ahora al frente de la Oficina de Educación Iberoamericana en Bogotá. La combinación es perfecta. Si el ministro de Exteriores fuera Pablo Iglesias, no lo hubiera hecho mejor para sus intereses. Tenemos en La Habana y Caracas dos embajadores tan afines a esas dictaduras que podrían sentarse en sus consejos de ministros. Total, en tiempos de Chávez, el embajador cubano ya lo hacía.
Artículo publicado en el diario ABC de España