OPINIÓN

Nuestro voto y el papel de los partidos políticos

por José Azel José Azel

En una columna anterior titulada “¿Por qué votamos como lo hacemos?” me basé en la investigación de los cientistas sociales Christopher Aachen y Larry Bartels para revisar teorías prospectivas y retrospectivas de conducta del votante. Una respuesta parcial a la pregunta de por qué votamos como lo hacemos es que no votamos expectativamente, con base en ideologías políticas; votamos retrospectivamente basados en nuestra aprobación o desaprobación del resultado de líderes políticos o partidos.

Un asunto relacionado es el papel de los partidos políticos en nuestro comportamiento como votantes. Aquí me baso nuevamente en la investigación de los profesores Aachen y Bartels y busco explorar cómo los partidos políticos influyen nuestro voto. Ambos argumentan que “aun los votantes mejor informados deciden típicamente no basados en referencias políticas o ideología, sino con base en quiénes son, es decir, sus identidades sociales”.

Un aspecto central de la teoría democrática es que la democracia es una metodología para convertir nuestras preferencias, desarrolladas individualmente, en una decisión colectiva. Entonces, como votantes, maximizamos nuestra satisfacción política votando por el partido ideológicamente más cercano a nosotros.

Sin embargo, académicos cuestionan la noción de que preferencias individuales puedan ser agregadas coherentemente, porque el sistema de creencias políticas de la mayoría de los votantes es una mezcla compleja de ideas liberales y conservadoras. “Para la mayoría de los ciudadanos la ideología es, cuando más, un subproducto de políticas partidistas y de grupos. Los americanos están más dispuestos a identificarse con partidos políticos que con ideologías”.

Nuestra comprensión actual de “identidad” es que las personas forman parte de grupos que tienen significado para ellos. Así, para los votantes americanos la identidad política es más una cuestión de identificación partidista que de ideología política. Las identificaciones con partidos son un agregado emocional que trasciende el pensamiento, y nuestras lealtades partidistas definen nuestras posiciones sobre un tema, y no a la inversa.

En pocas palabras, la mayoría de los votantes se identifican con un partido político, y esta identificación partidista conforma su conducta de votante. Como señalan los estudiosos, nuestro partidismo es simultáneamente una forma y un producto de identidad social.

Dicho de otra manera: ¿Las personas votan Republicano porque son conservadores sobre el papel del gobierno, o son conservadores sobre el papel del gobierno porque son Republicanos? ¿Las personas votan por candidatos Demócratas porque favorecen regulaciones gubernamentales, o favorecen regulaciones gubernamentales porque son Demócratas?

Aparentemente tendemos a escoger nuestras afiliaciones partidistas basados más en quiénes somos -nuestra identidad social- que en qué pensamos. Para la mayoría de nosotros el partidismo es más una decisión de dónde pertenecen “personas como yo” que una reflexión de ideología política. Entonces, si la fuente primaria de nuestras lealtades políticas es nuestra identidad social, cuando los votantes asumen posiciones políticas lo hacen con escaso compromiso ideológico. Sin embargo, la lealtad partidista influye poderosamente en la conducta política en las democracias modernas.

Aachen y Bartels destacan que las lealtades partidistas se correlacionan solo modestamente con nuestras preferencias políticas y no representan necesariamente un acuerdo del votante con temas o ideología. Los partidos políticos representan a sus votantes en un nivel diferente, en una promesa de representar “gente como nosotros”.

Los votantes no reexaminan sus creencias políticas en cada ciclo electoral, y en tiempo de elecciones escogen un partido o candidato que valide su identidad política y social. “Un partido conforma un punto de vista conceptual que da sentido al mundo político del votante… Ese marco identifica amigos y enemigos, proporciona temas de debate, y dice a las personas cómo pensar y qué creer”.

Si Aachen y Bartels tienen razón, sus tesis sobre la conformación de nuestras creencias políticas tienen serias implicaciones para la teoría y práctica democráticas. Entre ellas un reto a nuestra creencia básica de que los votantes deben ser representados, no solamente gobernados, y que los ciudadanos deben involucrarse activamente en el monitoreo atento de su gobierno. El gobierno debe derivar sus poderes no solo de nuestro consentimiento, sino también de nuestros juicios políticos. Este concepto no funciona si votamos primariamente por políticos que reflejan nuestra identidad.


 

Publicado en intdemocratic.org

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