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Nuestro tradicional camino accidentado

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El pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero sí lo que debemos evitar

José Ortega y Gasset

La invasión de Napoleón Bonaparte a España y Portugal en 1808 provocó que esos dos imperios concentraran esfuerzos en defender su propia soberanía; dicha distracción contribuyó en la emancipación de algunas de sus colonias americanas luego de pocas batallas o capitulaciones más o menos honrosas. Casi todos menos nosotros… Nosotros libramos una guerra de casi 20 años, que arruinó a la pobre Venezuela agrícola y donde murió casi un tercio de la población. Alcanzada la libertad muchos pedían el restablecimiento del poder español.

La repentina pérdida del fuerte de Puerto Cabello, cuyo principal responsable fue el joven coronel Simón Bolívar, propinó una estocada mortal a nuestro incipiente proyecto republicano. La derrota provocó que el Generalísimo Francisco de Miranda firmara, en posición de vencido, una capitulación desventajosa pero que aseguraba la obtención a mediano plazo de una independencia organizada y sin derramamiento de sangre. Pero no. Nosotros somos venezolanos y aquí las cosas se resuelven de la manera más dolorosa, larga y descabellada posible. Nos metimos en la guerra, no solo para lograr nuestra independencia, sino la de todo el cono suramericano. Quizá no seamos los más prácticos, pero aquí siempre habrá lugar para personajes de epopeyas al estilo de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco.

Los hijos de Bolívar no le hemos defraudado. En este siglo hemos hecho nuestros propios ensayos. Pedro Carmona fue tan desatinado que se hospedó en Miraflores tan solo una noche. En 2007 le asestamos a Chávez una derrota impensable en su intento de reformar la Constitución, pero nos descuidamos y los pocos meses ganó una enmienda constitucional que le aseguró su permanencia en el poder. En nuestro repertorio de despropósitos no logramos defender el triunfo de Henrique Capriles en 2013; la promisora Asamblea Nacional de 2015 quedó a deber producto de sus propias contradicciones y recientemente el experimento con Guaidó no fue excepción, sino decepción, pues convirtieron al interinato en un fin en sí mismo. Debut y despedida.

El asunto del CNE y las primarias es un claro ejemplo de nuestra determinación a recorrer los senderos más intrincados. Frente a la evidente tutela de Miraflores al organismo electoral, ¿por qué no negociamos directamente con ellos las condiciones de las primarias? ¿Cómo es posible que nadie haya advertido que para la optimización de nuestro proceso interno debíamos llegar a ciertos acuerdos con quienes controlan el poder, tal como hicieron los chilenos con Pinochet o los argentinos con Galtieri?  No sé si quisieron hacerse los “vivos» para evitar el pago de los costos de una negociación o fueron tan cándidos que creyeron en la autonomía de los rectores chavistas.

Por no hablarle claro a los electores transitaremos los caminos más tortuosos. Ahora se aspira a instalar centros de votación en plazas e iglesias y volver al voto manual superado hace 30 años y más aún teniendo fresca la experiencia del fiasco de la consulta popular donde se anunciaron los resultados cuando ni siquiera habíamos agrupado los cuadernos para empezar a totalizar.

Un viejo periodista reflexionaba hace poco sobre el debilitamiento de las generaciones políticas del último siglo venezolano. El cronista considera a la generación del 28 como la mejor de nuestra historia, luego de esa da crédito a la del 36 y la del 45. La del 58 no la califica tan mal, pero cree que quedó en deuda con la nación. La última ha sido la de 2007, una generación política plagada de faltas en el carácter, de escasa formación y de infames disputas de egolatría. Luego de ellos la apatía absoluta por proyectos políticos.

Con franqueza: Aunque es incuestionable que la clase política venezolana no ha estado a la altura de las circunstancias, también es cierto que este pueblo siempre resurge de sus cenizas. Los venezolanos del pasado se repusieron luego de guerras innecesarias, desastres naturales y tragedias políticas. Los ciudadanos de hoy pueden alzar el cetro de la victoria que se representa en el clamor por la libertad y la democracia.

El venezolano de este tiempo ha endurecido el cuero con dolorosas recetas como la separación de los afectos, el hambre, la inseguridad ciudadana, la incertidumbre y la frustración por las promesas incumplidas. Este ciudadano común renunció por la fuerza al otrora Estado paternalista. Nuestra gente procura su sustento sin contar siquiera con una tarjeta de crédito. Para las afecciones de salud se cuenta exclusivamente con la solidaridad de parientes y amigos y esta dura lección enseñó a no malgastar y cuidar lo que se posee.

Hoy somos testigos de una sociedad que a fuerza de sangre, sudor y lágrimas ha evolucionado en dirección al deseo por el trabajo honesto, hacia la necesidad de formación académica y hacia el respeto por las elecciones ajenas. Ojalá los dirigentes que deseen conquistarles no pretendan hacerlo con ofertas demagógicas y faltas de originalidad, pues de ser así muchos de esos hombres y mujeres que no le deben nada a nadie repudiarán con vehemencia aquello con tufo a hipocresía.

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