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Nuestra universidad: irreverente, insumisa y crítica, así la queremos 

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Confieso el inmenso agrado que siento cada vez que seleccionamos el tópico universitario para tejer reflexiones, de cualquier aspecto de nuestra admirada institución.

Reconocemos que la universidad, algunas veces, se nos presenta esclerosada; pero, también elogiamos que la universidad sigue siendo un exquisito espacio societal donde se crean, re-crean, preservan, difunden y legitiman los conocimientos. Tal es su esencia.

La universidad venezolana -la que promueve y permite el disenso y el pensamiento crítico- ha resistido los embates desde diversos lados. Adversarios internos y bastantes que le disparan desde afuera.

Nuestra universidad ha soportado las trapacerías que las mentalidades obtusas y retrógradas han hecho (y aún insisten) para que desaparezcan estas casas de estudios superiores.

Han declarado: “Muerte a la inteligencia. Viva la muerte»; aquella infeliz expresión del general Millán Astray, enfrentado al rector Unamuno, en el Paraninfo de  la Universidad de Salamanca (1936).

Otros, no pocos, apelan a los ardides más inimaginables para intentar “arrodillarla”.

Los totalitaristas creen que colocando la universidad en condición abyecta responderla, de mejor manera, a sus específicos intereses ideológicos.

La universidad por su pura y clásica definición jamás estará al servicio caprichoso de parcelas y menos hará juegos a conveniencias individualistas.

Con toda seguridad, en la fortaleza de principios de la universidad estriba su fama bien ganada de irreverente, protestataria y crítica. En permanente ebullición de ideas.

Sépase que así la queremos y necesitamos. Y nuestra disposición para defenderla siempre es irreductible e indoblegable.

Somos creaturas de la Universidad que mantiene incólume sus exquisitos escenarios para las constantes y respetuosas confrontaciones plurales.

Ha sido el propio carácter crítico, que la universidad genera y propicia, los que nos motiva a repensarla, sin descanso; a debatir lo que ha venido siendo y cómo debería ser. Con la severa advertencia de no incurrir en el artificio contrario de querer modelarla según nuestras egolatrías; o pretender cerrarle sus disímiles miradas y apocar sus horizontes.

Nuestra posibilidad académica apunta en otro sentido: resensibilizar, desde adentro, para que se desplieguen serias actividades de transformación. No es poca cosa. Lo sabemos. Hay demasiados asuntos álgidos a lo interno, que respaldan los conservadurismos o por lo menos “reman en dirección contraria” en estos tiempos de cambios acelerados.

En el presente tramo epocal muchas veces las opciones tecnológicas llevan un ritmo más rápido para alcanzar las causas de los hechos, que superan los rituales tradicionales de enseñanzas-aprendizajes y a los contenidos de las matrices curriculares, en nuestras universidades. Comporta –ciertamente- un interesante desafío, aunque produzca vértigos.

Frente a la descripción anterior, asumamos una actitud autocrítica. Empecemos por reconocer que estamos obligados a salir de este atolladero.

Que a nadie se le ocurra que la solución, en lo inmediato, es nombrar una comisión de “reforma universitaria”. De lo que se trata es de transformar; que es adentrarnos mucho más allá de las formas.

Transformar, con libertad y autenticidad. Vamos a exponerlo con las palabras de este distinguido investigador social venezolano, Alex Fergusson: “La institución universitaria tiene, entonces, la responsabilidad de incitar a tener una visión crítica sobre sus propias misiones y las relaciones de ésta con la sociedad. Por consiguiente, también tiene la responsabilidad de desarrollar la reflexión crítica y de garantizar una autonomía de pensamiento…es, sin duda alguna, el sentido que   debe darse hoy a la libertad académica y científica”. 

Hay que dejar atrás (decimos nosotros en añadidura) suficientemente lejos a tantos que han vegetado (y han medrado) por años en las universidades. A esa gente que jamás se han atrevido a propiciar nada que vaya a contracorriente de lo estandarizado.

Debemos desplazar a quienes se dicen capitostes de la Universidad; que engulleron lo que alguna vez fue legitimado; pero que ya tal esquema se ha vuelto disfuncional e impracticable.

Hay que abrir las miradas para comprender y aprehender que hoy estamos inmersos en una sociedad que valora intensamente las múltiples opciones generadoras de conocimientos: fuente sustantiva de sus propias realizaciones.

Posibilidades tecnológicas incorporadas cotidiana y rutinariamente.

Entendamos que en la actualidad las ignorancias tienen un alto precio.

Agreguemos a todo lo reflexionado lo siguiente: si la intención es construir saberes; entonces, que continúen anudados dos previsibles sustratos filosóficos en los espacios universitarios: Pensamiento crítico y libertad. Ambos factores conjugados no son   pecaminosos ni ingenuos. Por cuanto pensamiento crítico y libertad conforman una síntesis intrínseca en y desde la universidad. Pensamiento crítico y libertad han hecho insumisa a la universidad, a lo largo de la historia.

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