OPINIÓN

Nuestra sempiterna fatalidad política, filosófica e intelectual

por Alberto Jiménez Ure Alberto Jiménez Ure

El tiempo es un vehículo sin motor de combustión interna que (irrefrenable) viaja a la velocidad de la luz, mientras esperamos, sin asumir responsabilidades ciudadanas, envejecer hasta morir tras postergar asuntos de vida o muerte que exigen participemos con trabajo físico o intelectual para resolverlos: a favor de nuestras familias, la sociedad, instituciones públicas y nosotros, individualmente. Desde cuando advertí que razonaba, expresé mis ideas ante hostiles, los cuales, rápido y sin argumentos, intentaban triturarlas. Jamás la canalla fue mayoría en lugares donde fijé residencia. Tampoco en instituciones como la Universidad de los Andes, donde trabajé hasta mi pase a retiro estatutario.

Durante mi adolescencia, un profesor de la Universidad de Madrid (cuyas ideas separatistas lo condujeron refugiarse en un campo petrolero venezolano, donde su hermano ingeniero petrolero tenía un cargo ejecutivo) me obsequió libros de Sartre, Camus, Dostoievsky, Ciorán, Nietzsche y más autores. Aquellos días, agitaban en el país los poetas y artistas del Techo de la Ballena: Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles, Juan Calzadilla, Edmundo Aray, a quienes pocos años después conocería en Mérida. Alí Primera era un pontífice. Más cauto al disertar en redor a política, pero compañero de juergas de los mencionados, Salvador Garmendia también  protagonizaba cuando la democracia corrupta cuartorrepublicana merecía ataques que procedían de sectores universitarios y culturales. Fanáticos y propulsores de la bohemia-parasitismo, enfocaban sus endebles, por ebrias, energías en pujar a favor de la instauración en Venezuela de un régimen idéntico al castrocomunismo. Entre los mencionados, algunos se arrepentirían. Ocuparon cargos diplomáticos y salieron del país. Reformularon su irreverencia, les gustó probar las mieles del poder político, la vida buena en un país «primermundista» de infinitos «descorches» e «idas nocturnas de tapas» (España).

Fui «director asistente» del poeta, médico y pintor Carlos Contramaestre en el Consejo de Publicaciones de la universidad. Nada menos que del fundador del contestatario grupo El Techo de la Ballena. Todos los días platicábamos sobre libros y autores. Respecto a sucesos e ideas políticas. Sobre el país y sus conflictos, similares a los experimentados en el resto de Latinoamérica, donde ya el nefasto allendismo socavaba Chile. Pero, fundamentalmente, le obsedía mantener vínculos epistolares con terroristas. Recibía revistas e informes del Ejército de Liberación de Palestina. Yo publicaba artículos de opinión en El Nacional y El Universal, que él me reprochaba porque, mediante ellos, cuestionaba, durísimo, los sistemas de gobierno totalitarios como el de Cuba (tanto, que recibí una invitación, de Hubert Matos). Nunca pudo mi amigo explicar -o justificar- por qué admiraba asesinos de naciones: Castro Ruz, Hussein, Gadafi. No reprochaba las matanzas de israelitas provocadas por los fundamentalistas del islam, pero le enfurecía que el Estado de Israel se defendiera, exitoso, de los inagotables ataques contra su población.

En Venezuela, los ciudadanos padecíamos gobernantes que impulsaban formas caricaturescas de gobiernos democráticos. Medio funcionaban algunas instituciones, que son las columnas de una edificación llamada Estado de Justicia y Derecho. Conforme a cuanto la filosofía política clásica propugnadora de tres poderes públicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial (Montesquieu enseñó). Incorregibles reaccionarios como yo, conservadores y proclives a revoluciones cuestionábamos a señores convertidos en amos de la república para infligir daño al pueblo robándolo. Eran ovacionados de pie. Se trata de nuestra sempiterna fatalidad política-filosófica-intelectual. No decidimos la eliminación temprana de esa clase de alimañas, postergamos cesantear sus organizaciones políticas-clientelistas. Es todavía vigoroso el adoctrinamiento, lavado de cerebros, la vindicación fingida. Somos teatro-dependientes, drogadictos y carnavalescos. La palabreja crisis se ha repetido en titulares de prensa, qué fácil expresarla como eslogan. Es orgásmica, para todo uso.

@jurescritor