Quizás, una de las tareas más importante en estos momentos si nos acercamos a episodios históricos inimaginables es lo esencial de tomar tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos, un privilegio que nadie puede arrebatarnos. Podemos comenzar por sopesar los objetivos de las propuestas de cambio que nos inundan a diario dominadas por la economía, la sociedad, la política, el derecho. A priori se desecha que para materializar esos cambios el núcleo es el individuo. Casi siempre nos hemos equivocado, convencidos de que todo sucede afuera, concentrados en transformar el Estado dominante, la forma y el objetivo de las instituciones, las políticas públicas. Olvidamos que todas esas edificaciones las hemos creado nosotros mismos. Cambiarnos a nosotros mismos ni siquiera es insinuado. El pregón es por un mejor país, una sociedad distinta, un país próspero, otros tiempos, y todo lo que creemos ver afuera. Llega el momento de aspirar a convertirnos en individuos responsables y ciudadanos, es como saltar de lo que nos abruma a lo que verdaderamente “pudiéramos ser”.
Es dramática la ausencia de la visión de metamorfosis -Gregorio Samsa novelado por Kafka-, oscurecer el privilegio auténtico de los seres humanos en el universo, superior al cambio de la oruga, la mudanza interna de nosotros mismos, hacia la búsqueda del real sentido de la vida.
En los programas políticos y en las soluciones técnicas no se exalta al ser responsable. Evidencia que abunda por doquier, Jordán Petersen señala que el mercado de la responsabilidad está abierto, es infinito, nadie lo ocupa, es una oferta nunca hecha. Aquí en el trópico nos concentramos en defender derechos. La Constitución aprobada en 1999 es el mejor ejemplo, en cualquier contabilidad que realicemos, los derechos derrotan abrumadoramente a los deberes, en un contaje inicial los derechos ganan 54 contra 3 a los deberes. La responsabilidad individual contiene de suyo un encuentro con el sentido de la vida. ¿Cuál es mi papel en la vida, en qué contribuyo ¿qué puedo construir?
Esta disparidad entre derechos y deberes nos lleva a comprender la confesión de quienes ante los avatares y las coyunturas se sienten derrotados, desesperanzados, sin el impulso para levantarse cada día. Una impotencia que nace de la falta de sentido de la vida, del dominio de una narrativa histórica donde lo estratégico y lo que nos representa ha sido ceder nuestra responsabilidad, abandonar ante el Estado dueño de todo, que decide por nosotros, capaz de proclamar “Nos mantendremos en el poder por las buenas o por las malas” ¿Si somos responsables con nuestras propias vidas y con la de otros, familia, hijos, vecinos, colegas, amigos, enemigos, podemos aceptar que este torcido imperativo categórico defina nuestro presente y nuestro futuro?.
Un muro de lamentos se yergue en ausencia de la responsabilidad como un valor moral. La responsabilidad que no queremos ver, de la cual nadie habla, la que le da sentido a la vida, la innombrable por los políticos. Como nos dice Víctor Frankl, luego de su experiencia en los campos de concentración nazi, al constatar que los únicos que sobrevivían eran aquellos para los cuales la vida tenía un sentido. La que nos dibuja Roberto Benigni en La vida es bella.
El gran robo que ejecuta el socialismo es borrar el terreno de la responsabilidad individual, la sentencia del Manifesto Comunista es muy clara, no es la persona individual, es la fatídica noción de clase social, donde el ser humano solo existe en relación con una pertenencia a un grupo, un estrato definido como propietario o no propietario, trabajador-patrón. Una clasificación donde lo determinante son las circunstancias externas no la capacidad que tenemos todos de crear nuevas realidades que reflejen deseos, aspiraciones, sueños y también potencialidades. Tal como fatídicamente dictaminó el “Manifesto Comunista”.
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otra franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
En los tiempos históricos que nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.
La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas”.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. La sociedad ha tendido a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado. La esperanza es vernos cada uno en relación con “el otro” como ese mínimo espacio donde se encuentra Dios.
La opción para darle sentido a la vida es mudarnos desde la defensa de los derechos como práctica ética-política a decidir ser responsables con nosotros mismos y con los otros. Mientras mayor grado y más dificultad tengan las tareas que nos proponemos, más sentido tiene la vida. Ser responsables conlleva una nueva narrativa, otra mirada y acciones consigo mismo. Nos obliga en ocasiones a comprender a los supuestos enemigos. Ejercer la responsabilidad individual confiere el pleno sentido a su vida, vislumbra una vida humana que merece la pena vivir, es imaginar, pensar y razonar. Aceptar o rechazar emociones y apegos hacia cosas y personas que están fuera de nosotros mismos, padecer, sentir anhelos, compasión y gratitud. Ser responsables con una concepción del bien, con otros seres humanos, imaginar la situación de otras personas, respetar nuestra individualidad., vivir la propia vida, acatar o rechazar con firmeza las decisiones políticas que nos gobiernan, unirnos más allá de nuestros egos.
Responsabilidades que se trasmutan en fundamentos de nuestros derechos de ser libres para crear riqueza, trabajar, expresarnos, asociarnos, educarnos, consagrar el derecho a la propiedad privada.
El surgimiento de la psicología positiva ha significado un giro trascendental en la valorización del ser humano, trasciende de la exaltación de “lo patológico” en la conducta humana a una búsqueda de fortalezas, como esfera de la existencia, definida de la siguiente manera “La psicología positiva se define como el estudio científico de las experiencias positivas, los rasgos individuales positivos, las instituciones que facilitan su desarrollo y los programas que ayudan a mejorar la calidad de vida de los individuos, mientras previene o reduce la incidencia de la psicopatología. Es definida también como el estudio científico de las fortalezas y virtudes humanas, las cuales permiten adoptar una perspectiva más abierta respecto al potencial humano, sus motivaciones y capacidades (Sheldon & King, 2001), incluye también virtudes cívicas e institucionales que guían a los individuos a tomar responsabilidades sobre su comunidad y promueve características para ser un mejor ciudadano (Seligman & Csikszentmihalyi, 2000)”.
La psicología positiva mira al individuo con todos sus armamentos y facultades, emerge por primera vez de forma esperanzadora al saber que no existe condena alguna sobre el ser humano, que sus capacidades internas son su equipaje en la tierra. Su autor más importante, Martin Seligman abre un mundo nuevo en la concepción de la persona humana “Uno de los principales aportes de la psicología positiva ha sido establecer que el sentimiento de felicidad o bienestar duradero es bastante estable en las personas, y que está compuesto por un puntaje fijo, probablemente hereditario, que es relativamente independiente del ambiente en el que se vive, se puede modificar por circunstancias específicas, pero luego de unos meses vuelve a su nivel de línea de base. Así, el temperamento es uno de los predictores más importantes de los niveles de experiencias positivas que una persona sentirá (Seligman, 2005).
Por otra parte, están las fortalezas de carácter, que son propias de cada persona y pueden ponerse en práctica. Las fortalezas son rasgos o características psicológicas que se presentan en situaciones distintas a través del tiempo, y sus consecuencias suelen ser positivas. Poner en práctica una fortaleza provoca emociones positivas auténticas (Seligman, 2005) y actúan como barreras contra la enfermedad, entre estas se encuentran el optimismo, las habilidades interpersonales, la fe, el trabajo ético, la esperanza, la honestidad, la perseverancia y la capacidad para fluir (flow), entre otras (Seligman & Christopher, 2000).
La importancia de este enfoque comienza de manera progresiva en algunos lugares del mundo a introducirse en los pensum escolares, al lado del desarrollo cognitivo, de la lógica y el fortalecimiento de la razón, en muchas escuelas hoy se descubre de manera positiva la virtud que tiene el ser humano de cambiarse a sí mismo, usar su carga emocional positivamente, tener metas y objetivos y no estar condenado a priori como miembro de un grupo, una clase, un determinado nivel económico. Ser individuos responsables implica afrontar retos, superar y derrotar a cualquier entidad que oscurezca nuestras responsabilidades gestoras de derechos, contra todas las dificultades. La oportunidad consiste en derrotar la ecuación de Frankl sobre la desesperanza: (D = S-P): Desesperanza sobre la posibilidad de cambiar esta cruel coyuntura es igual a Sufrimiento sin Propósito. El propósito es contribuir con todas nuestras esperanzas y energías en el cambio que urge hoy para cada uno de nosotros y para todos. Es nuestra legítima responsabilidad individual y el encuentro con un sentido a la vida.