Uno de los temas recurrentes en mis artículos es el referente al idioma. Hoy, ante la fecha que nos une con la hispanidad, vuelvo sobre nuestra lengua.
Generalmente, entre los hispanoparlantes surge una discusión en torno a la corrección o incorrección de llamar castellano a nuestra lengua.
Pues recurramos al Diccionario panhispánico de dudas de la RAE para aclarar adecuadamente la duda. Dice el Diccionario: “Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas. Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región”.
Zanjada esta cuestión, pasemos a recordar que, a la caída del Imperio Romano, el latín se convirtió en el lenguaje de la gente culta; pero, el latín hablado por el vulgo, latín vulgar, dio lugar a variantes en los distintos territorios en los que se desprendió el Imperio. Estas modalidades dieron origen a lo que se ha llamado lenguas románicas. Romance proviene del latín romanice ‘a la forma romana’, que, a grandes rasgos, venía a referirse a cualquiera de las lenguas habladas descendientes del latín.
La latinización de Hispania, por el dominio de Roma sobre la península ibérica, trajo una consecuencia inmediata y fue la pérdida de los idiomas nativos, a excepción del vasco, y el correspondiente relevo de estos por el latín, y, más tarde, por las lenguas romances.
Las primeras manifestaciones escritas de las lenguas romances en Hispania son las glosas puestas como una aclaración en el margen a las palabras latinas para que fuesen mejor comprendidas. Como ejemplo tenemos las Glosas Emilianenses, consideradas como “la más antigua aparición escrita (por ahora) de algo que no es latín y parece castellano”. Si era o no castellano, o algo parecido, da pie a una larga discusión, puesto que hay varias lenguas usadas; entre ellas sobresale un romance hispánico similar “al español medieval con características riojanas que puede catalogarse como un navarroaragonés. Los textos también presentan influencias del propio latín y del euskera”. Esta discusión rebasa el objetivo del artículo; pero, al tratar de situar el desarrollo de nuestra lengua, no se pueden obviar datos tan importantes. Habría que señalar las jarchas, pequeños poemas líricos, de los cuales se conservan algunos ejemplos, escritos en lengua romance, sobre los cuales también se discute si pueden ser considerados textos primigenios del castellano.
Ahora bien, sobre lo que no hay duda alguna es que las primeras obras que muestran el romance en toda su amplitud son los Cantares de Gesta. Estos Cantares hacen su aparición en el siglo XI y es el Cantar del Mío Cid, el más completo y único conservado. Es anónimo; sin embargo, los especialistas en el Cantar del Mio Cid opinan que fue escrita por Per Abbat hacia 1207.
Los cantares eran recitados por juglares, personas que declamaban en público tanto para entretener como para informar. El oficio de los juglares se conoce con el nombre de Mester de Juglaría.
En un recorrido por el origen y desarrollo de nuestro idioma, el Cantar del Mio Cid es una parada obligatoria. Se puede hablar sobre su simbolismo, su carácter heroico, todo aquello que lo vincula con el imaginario español. Pero no es esa la reflexión que quiero hacer en este momento. Al ser el prototipo del romance del siglo XI, permite estudiar cómo se fueron dando los cambios que produjeron el español que nosotros conocemos y hablamos.
El avance del castellano como lengua de la cultura se puede estudiar remontándonos, precisamente, a la literatura épica, representada por el Cantar del Mio Cid y por el Cantar de Roncesvalles, poema épico también escrito en romance castellano y con fuertes rasgos del romance navarroaragonés, posterior al Mio Cid. De acuerdo con los estudios de D. Ramón Menéndez Pidal, este Cantar tendría unos 5.500 versos, conservándose tan solo unos 100. Hay que añadir que la tradición clerical es otra de las fuentes que contribuye a la expansión del romance castellano; sirvan de ejemplo los poemas sacros, Vida de Santa María Egipcíaca, y los profanos, Razón de Amor; imposible de obviar en este breve recuento, están los escritos de Gonzalo de Berceo o los Libros de Apolonio y Alexandre. Poseedores de técnica literaria, estos escritores le dieron al romance un considerable aporte, en tanto proveyeron una formidable porción del léxico culto primitivo.
Además, debemos mencionar que las traducciones fueron un elemento de capital importancia en este proceso de avance del romance castellano. La labor traductora en España data del siglo X; su principal centro de operaciones fue la conocida “Escuela de Traductores de Toledo”. Pero, dejaría de ser yo, si no le dedico, aunque sean unas líneas, al Rey Sabio, Alfonso X. Su contribución en este aspecto fue determinante; no basta con hablar del número de traducciones; es necesario enfatizar en el cuidado que le prestaba a este trabajo; fue Alfonso X quien institucionaliza esta “Escuela de Traductores de Toledo”. Sumémosles a esos dos aspectos la prosa histórica. La Historia era escrita en latín, pero de nuevo hace su aparición Alfonso X, el Sabio. Durante su reinado se iniciaron dos grandes compilaciones: la Estoria de España y General Estoria. Es muy importante señalar que estos dos grandes textos originan infinidad de copias y será Menéndez Pidal quien, en 1906, edita la Primera Crónica General de España, aun cuando, esta edición no representa en su totalidad el texto original de la obra. En el léxico de estas obras es posible diferenciar vacilaciones en formas lingüísticas, creación de palabras a partir de calcos semánticos. Un deleite para quienes amamos estos estudios filológicos. Es el rey Sabio quien convirtió al castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y León.
Debo dar un salto histórico y situarme a la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492. Para ese momento, el español ya se había afianzado tanto política como lingüísticamente en toda la península. Justamente, 1492 es la fecha que se considera como el inicio del Siglo de Oro. Son tres los eventos que marcan ese comienzo: la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492, la llegada de Colón a América, y el término de la Reconquista española.
De tal manera que el español traído a nuestras tierras americanas es una lengua consolidada; aun cuando es natural que hubiese matizaciones propias de cada región. A pesar de esas variantes, llámense andaluzas, castellanas, vascas, la lengua que cruza el Atlántico poseía un perfil homogéneo. Obviamente el español asimila voces nativas, pronunciaciones locales e, incluso, palabras oriundas de estas tierras; sobre todo, para nombrar especies de la flora y de la fauna, ausentes en el español.
Tenemos una extraordinaria herencia; como bien decía Pedro Henríquez Ureña: “Es la lengua española el instrumento de identificación mayor y más válido entre los pueblos que viven desde las estepas del río Bravo hasta la helada pampa patagónica”. Que no hemos sabido sacar el mayor fruto de esa herencia es una cosa y, otra muy distinta, que le achaquemos a España todos nuestros males.
Cada año, cuando llega el 12 de octubre y comienzan las letanías de la hispanofobia, pienso en un hecho que suele ser ignorado. Si tomamos como referencia el año 1810, año de inicio de las luchas independentistas, constatamos que España dejó 25 universidades en América, fundada la primera poco después de pisar los españoles el continente. Aunque suele ser controversial, se reconoce a la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, Lima, por Real Provisión del 12 de mayo de 1551, ratificada por bula del 25 de julio de 1571, como la primera universidad fundada en América
En este sentido, no hay manera de comparar a ningún otro imperio con el español. De las historias de las universidades hemos tomado los siguientes datos, que pueden verificar, amigos lectores. Veamos al imperio francés, y encontramos que la Universidad de Argel data de 1909. En cuanto al imperio portugués, la Universidade de Lourenço Marques de Mozambique es de 1962; la primera universidad de Angola, de 1962; en cuanto a Brasil, la primera fue la Universidade do Paraná, 1913. Hubo anteriormente una Escuela de Leyes, 1827, en São Paulo, pero solo se convierte en universidad en 1934. ¡No olvidemos al imperio británico! Las universidades de Madrás, Calcuta y Bombay son de 1857; Sídney,1850; la Universidad de New Brunswick, en Canadá,1785; en Estados Unidos, The College of William and Mary fue el primer «college» en constituirse en Universidad, 1779. Harvard fue fundada con anterioridad por los ingleses, 1636, pero como institución de enseñanza superior, no como universidad
No es asunto de justificar los pecados históricos de España y del daño cometido; pero, ni “leyenda negra”, ni “leyenda dorada”. Recordemos el artículo de Ernesto Sábato, titulado, precisamente, “Ni leyenda negra, ni leyenda blanca”, El País,1991, ante la cercanía del 500º aniversario de la llegada de Colón a América. En ese artículo planteó una superación de la falsa disyunción entre ambas leyendas, ofreciendo un enfoque que, “sin negar y dejar de lamentar las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores”, a la par, permita posesionarse de la cultura, de la lengua castellana y del mestizaje, que esa acción configuró en América.
@yorisvillasana