I
Como venezolana que decidió quedarse en el país, siempre he pensado que es una responsabilidad que debía asumir el de documentar todo lo que ha ocurrido. Se trata de una descripción para no olvidar nunca lo que regímenes tiránicos hacen a los individuos y a los países.
También creo que esta descripción ayuda a entender la difícil realidad de un país con más de dos décadas de controles; una irresponsable política monetaria; una política sistemática de destrucción de la propiedad y un discurso que sataniza al empresario (en su concepto más amplio).
Por ejemplo, me parece necesario tratar de entender cómo un país como Venezuela, que hasta 2017 sufría una de las mayores crisis humanitarias de la región y la escasez era uno de los signos más característicos de su economía, hoy en día muchos de un modo simplista califican su economía como la de los bodegones.
El momento actual es difícil de explicar para el que no vive en el país y el que vive en el país a veces no se detiene a analizar todo lo que está detrás de esta economía. Se han relajado los controles (lo que no significa que no existen); circulan más las divisas extranjeras que el bolívar; parte de lo que se mueve en el país es resultado de legitimación de capitales o efectos colaterales de las sanciones del gobierno de Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, aunque diezmado, existe un sector de la economía que trata de subsistir, sin ser aliado comercial o político del régimen. Estas líneas van pensadas para estos últimos resistentes.
II
Este diezmado sector de la economía además de sortear los obstáculos propios de un país sin Estado de Derecho, debe hacer frente a los juicios de valor (en realidad prejuicios) del consumidor. Cuentas como Coca tan blanca suelen burlarse de algunas marcas de moda venezolana porque se las considera sobrevaloradas por cierto sector de la sociedad. En una economía tan distorsionada como la venezolana, podría concederse cierta razón a la queja y burla de esta cuenta. Pero por este mismo motivo, tendríamos que detenernos a analizar mejor esta situación.
Se comete el error de comparar el valor de una franela en Estados Unidos a 20 dólares y otra similar aquí en 35 dólares o más. Esta comparación es una falacia, «falsa analogía», porque no se pueden comparar 2 situaciones completamente distintas.
En una existe la libre dinámica de la oferta y de la demanda; pero en la otra, esta dinámica está absolutamente enrarecida (por decir lo menos) por la fuerte intervención del Estado en la economía desde hace 20 años.
Aunque actualmente estamos viviendo una relajación en la aplicación del control de precios y del control de cambio, para una gran mayoría del país seguimos en una economía de sobrevivencia por la sistemática destrucción de la propiedad. Se depende completamente de las importaciones. Las aduanas retienen arbitrariamente la mercancía y procesos que en otros países pueden durar uno o dos días, aquí se extienden a tres semanas como mínimo. No olvidemos las asfixiantes regulaciones laborales y tributarias a las que están sometidos aquellos que todavía se atreven a ejercer alguna actividad económica. El bolívar está completamente devaluado y desde hace unos 3 años vivimos un proceso hiperinflacionario.
Cuando usted paga por una franela 35 dólares o más, no está pagando por un precio libremente fijado por el vendedor; sino por el precio fijado por un vendedor que pasa por un sinnúmero de obstáculos previamente para producir y distribuir.
III
Desde hace algunos años sigo una marca venezolana que este 2021 cumple 16 años de fundada. Ushuva es su nombre y Marina Taylhardat es la cabeza y el corazón detrás de ella.
Esta marca, aunque atraviesa por todos los obstáculos propios de este país, y especialmente el pasado 2020, aún continúa. Además de sacar nuevas colecciones (Human not perfect la más reciente), consiguieron nuevas formas de mantenerse.
A través del proyecto Laboratorio Ushuva presta apoyo a otras marcas que comparten la misma filosofía (slow fashion; sostenibilidad; transparencia) de Ushuva. Marina apoya con la asesoría técnica y comercial a los nuevos emprendedores y al mismo tiempo ofrece el espacio y las manos de las tres maravillosas costureras (Milvida Xiomara González González, Filiberta Flores y Arelis Mercedes Martínez González) de Ushuva. La primera marca beneficiada de Laboratorio Ushuva es For Koko Studio, cuya jovencísima diseñadora es María Esperanza Pineda.
Esta primera colección de For Koko Studio, que incluye hoodies y pantalones de algodón, lino y otras telas, ofrece prendas entre 40 y 90 dólares. Pero antes de que también sea víctima de un sesgo de confirmación (explicación sencilla para un problema complejo), les invito a conocer la filosofía que está detrás de la marca (slow fashion); el propósito que María Esperanza busca con su marca (sostenibilidad); las manos que están detrás de cada costura (mujeres trabajadoras no explotadas en un agradable ambiente de trabajo); el destino de esos 40 o 90 dólares (2,5% de las ganancias serán donadas al proyecto Topotepuy); sin olvidar lo que significa producir en este país.
Marina no se conformó con las colecciones de su propia marca o con Laboratorio Ushuva. También ideó desde el año pasado, Ushuva Fix, que consiste en arreglo de ropa para darle una segunda vida a las piezas (upcyclingfashion).
Todos estos proyectos además son presentados de la mejor forma posible. En una casa de Altamira, hoy convertida en la sede de Ushuva, que exhibe la arquitectura propia de los años cincuenta y sesenta de Caracas; rodeados de música (siempre hay un DJ invitado) y con el apoyo de otros emprendedores (como Cervecería La Esquina).
No he querido escatimar en detalles de todo lo que hace Marina Taylhardat con Ushuva y con otros emprendedores que insisten en seguir trabajando aquí, porque quiero que cada vez que vean una franela con el sello «hecho en Venezuela» nos detengamos a analizar lo que está detrás de ese precio de 35, 50 o 60 dólares, que no es igual de lo que está detrás de la franela de 20 dólares en Estados Unidos. Nos tocó esta realidad, pero no por eso debemos simplificarla o evadirla.
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