Una primera aseveración con la cual iniciamos estas reflexiones, que con seguridad muchos compartirán, es creernos que, porque se ha incrementado el uso de tecnologías en los procesos de enseñanza-aprendizaje, ya hemos entrado en la educación del futuro.
El informe más actualizado que tenemos sobre la cobertura del servicio de comunicación vía internet en el país apenas abarca a un 30% de los hogares. De allí, podemos colegir que hay un 70 por ciento de hogares, con niños y jóvenes en edades de escolarización, que se han quedado rezagados, discriminados; que hasta ellos no llega la tan mencionada educación a distancia, e-learning o bajo cualquiera otra modalidad virtual.
No se requiere ser demasiado inteligente para conocer, de modo crítico, que la Educación, considerada y admitida en la contemporaneidad en tanto un Derecho Humano universal, al parecer se ha convertido en una preeminencia de las familias que tienen y están en mejores posibilidades y condiciones que otras. Inaceptable y absurdo.
La televisión que había sido un instrumento genuflexo a los juegos del poder y a los enormes intereses económicos, las circunstancias la llevaron a mutar –obligantemente– en “una aliada” de la educación; sin embrago, cabe la pregunta, ¿será verdad que es una ayuda para la enseñanza?
En un interesante estudio reciente de Cecodap, conseguimos: “algunos docentes manifiestan las ganas de volver a las aulas. Sienten que hay días en los que las emociones están fuera de control, en lo que la parte de no socializar, de no tener ese contacto físico con las otras personas, les ha afectado. Hace falta el aula, los amigos, todo esto. La tecnología nos ha distanciado. No existe ese contacto de tú a tú. No tener ese niño al frente, poder escucharlo directamente, compartir con ello”
Todavía así, con lo que acabamos de describir brevemente, conseguimos a quienes, sin el menor recato, se atreven a presumir de que tenemos la mejor educación del mundo. Solo que tal falsa elucidación se desmorona cuando nos toca compararnos con los procesos educativos que se desarrollan en otros países.
Si, tristemente esa es nuestra realidad. Se nos ven las costuras por las limitaciones y demás “falencias” al momento de contrastar nuestros indicadores de Calidad Educativa con los resultados de las Pruebas Pisa: Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, la cual se aplica en estos momentos en 79 países.
Entendemos que las políticas educativas son diferentes en todo el mundo. Que responden a las propias especificidades de cada nación; al tiempo que asumimos que la administración del sistema educativo debe fomentarse y desenvolverse como Política de Estado y no como instrumento ideologizante provechoso de los gobiernos.
No hay excusa que valga para quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la academia; pretender escurrir el obligado debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas miradas por el futuro de la Escuela y la Educación en Venezuela.
Parece un atrevimiento teñido de audacia que escrutemos a la Educación desde sus interioridades. Eso es lo hermoso, aunque produzca vértigos. Quiénes más sino nosotros para reconocer, luego de cualquier diagnóstico descarnado, que nuestra Escuela, ampliamente considerada en sus distintos niveles y modalidades, ha devenido en una estructura-institución desacoplada de las realidades, desactualizada para los presentes y exigentes tramos epocales.
La pandemia ha develado bastantes carencias de planificación, programáticas y metodológicas de nuestra Escuela. Reconozcamos con honestidad que la dinámica de realidades externas (las tecnologías de la comunicación) lleva un ritmo de aceleración superior en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos. Así la Escuela muy poco aportaría para propender a la sociedad de la creatividad y la innovación.
No es suficiente una declaración oficial –que luce señuelo electoral—, y que según este vocero todo viene dado para fortalecer nuestro sistema educativo: “…El 93% de escolaridad en Venezuela ratifica la inclusión del pueblo en un sistema educativo público, humano, liberador, gratuito y de calidad. Las misiones educativas avanzan en el marco del Plan de la Patria 2025…”
El enunciado anterior constituye un aseguramiento del gobierno demasiado grueso; por tanto, se requiere metabolizarlo para darle su justa respuesta y lugar.
La Escuela no está para demagogias ni babosadas.
Una de las premisas que hemos sostenido, quienes abrigamos nuestras esperanzas de transformación de las sociedades a través de la Escuela y la Educación, estriba en que no basta enseñar, aunque sea rápidamente (para cumplir metas), hay que hacerlo también sólidamente.
En vez de palabras, sombras de las cosas, nos atrevemos a añadir que lo que hace falta en las Escuelas es el conocimiento de las cosas mismas. Vivenciar las realidades.
Innegablemente que la incorporación de todos los elementos y modernidad tecnológica comportan un recurso necesario, en estos tiempos, pero no es suficiente.
Valoremos además que la indelegable presencia del docente, educando con amorosidad (Maturana, dixit), señala y marca los destinos de los estudiantes desde el preescolar hasta la universidad.
Cuántas veces el docente puede ahorrarle al estudiante, de cualquier grupo etario, años de sufrimiento y frustración sólo con una palabra amable, un gesto de identificación, la ubicación en su mismo plano de aprendizaje, con orientaciones oportunas y eficientes.
Pero también, prestemos atención a lo siguiente: un educador con la autoestima baja, mal remunerado como el nuestro, tanto en dinero como aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros lo que él mismo está necesitando como el aire que respira.
La Escuela debe estar comprometida con la sociedad. Participar, sin limitaciones y con sentido crítico, a aportar soluciones constructivas a los problemas que afecten significativamente su contexto.