Un rojo intenso cubre a un árbol de acacia, sus casi diez metros brindan generosa sombra que da tregua al calor de la tarde, debajo de sus frondosas ramas unos adolescentes juegan a soñar; sentados sobre las brotadas raíces se pierden entre las páginas de un libro que les recomendó el profesor que les enseña con alegría, lo recorren con la pasión que despiertan algunas letras. Desde ese claustro caluroso se ponen en marcha y las mentes se trasladan a Frankfurt o Bombay, se miran a sí mismos como médicos, científicos y afamados deportistas; cuando se trata de palabras, los poetas son finos puentes por los que cruzan las almas y el mundo se hace chico, siempre redondo y gira, como giran los versos que desde esas páginas llenan las mentes de aquellos jóvenes que ahora ya son pensamientos buscando el cobijo de un universo que se expande en las estrellas o en las aventuras de aquellos que se atreven a naufragar en la mirada de lindas muchachas… Súbito, el timbre marca el fin del recreo, en medio de la sacudida se dan cuenta de que ya la profesora de Biología estará entrando al salón, se descuelgan con prisa de las fantasías y echan a correr. El patio es un hervidero de risas y vasos de jugos bebidos con apuro, nada más colorido que la alegría de los estudiantes; la muchachada, cual desordenada tropa, busca animosa las escaleras que los lleva a la calurosa aula de clases. Es de nuevo la hora de aprender, la escuela es el mejor lugar del mundo.
La compleja situación de la red educativa nacional es una fidedigna expresión de los desaciertos en las políticas públicas de pésimos gobiernos y una inadecuada respuesta por parte de la ciudadanía ante esta problemática que, de manera crónica, ha afectado el desarrollo integral de los individuos. Hoy la realidad golpea a los docentes y, en general, a casi todos los asalariados de cualquier ramo; se observan con detalle las consecuencias del descalabro social en el que nos encontramos. Sectores prioritarios para la población presentan un acentuado deterioro y, de no contar con una profunda reconversión del sistema y la necesaria participación del colectivo, veremos en corto y mediano plazo escenarios mucho más comprometidos que el actual.
En el pasado, los alcances y la calidad de la instrucción “gratuita” fueron factores claves para diversificar la economía y, especialmente para producir movilidad social. Gracias a la enorme cantidad de personas que accedieron a las universidades e institutos de profesionalización, Venezuela contó con una generación formada en la excelencia académica, precisamente en ese nivel superior se produjeron enormes inversiones del fisco y se implementaron políticas que consiguieron importantes logros científicos, tecnológicos, económicos y sociales. En contraste, el rumbo de los niveles de la escolaridad fue diametralmente opuesto al universitario: desde mediados de los años setenta del siglo XX ocurre la desinversión, la politización y el abandono progresivo de la instrucción pública como real prioridad del país. Finalmente, y como epítome del desastre, se institucionaliza la educación como medio de lucro, hecho por demás aberrante.
Con justificada razón una gran parte de los padres y representantes fueron migrando a la población estudiantil del régimen público al privado. En la medida de las posibilidades cada quien buscó una alternativa que brindase una mejor preparación a sus hijos en vista de las insuficiencias por diversos factores de los planteles pedagógicos que dependen exclusivamente de la administración del Estado. Ciertamente, el presente evidencia como nunca antes la desidia gubernamental, pero es inobjetable que desde hace cuatro décadas se condicionó el menoscabo del tejido educativo con el objetivo del beneficio pecuniario. Solo destruyendo el aparato institucional se podría alcanzar ese deleznable objetivo.
Es una obligación de quien gobierna el implementar acciones planificadas que consigan mejorar no solo los índices académicos y disminuir la deserción escolar, sino que tenga como fin germinar la conciencia dentro de los estudiantes, dotándolos de principios y estimulando el pensamiento crítico. Con mejores individuos tendremos mejor sociedad. En un plan integral que realce a toda la educación no pueden existir maestros y profesores que subsistan en condiciones de miseria; es vital para que en el mañana contemos ciudadanos éticos y responsables, la clase docente vea satisfechas sus necesidades y puedan optar a un crecimiento integral desde su rol en la nación.
Es común el discurso de que para la solución de nuestros problemas debemos centrar los esfuerzos en la enseñanza; desde el seno educativo se pueden originar avances pero este siempre acabará enfrentándose a una realidad que erosione el fundamento formativo: las condiciones materiales en las que viven los individuos. Malos resultados en la economía, carencias en el sistema sanitario, un deficiente y corrupto Poder Judicial, el desamparo de la integridad personal y, principalmente, una inexistente estructura que genere oportunidades que permitan explotar las capacidades y talentos de cada estudiante. Estos pesados fardos imposibilitan que Venezuela pueda marchar hacia un radical cambio para un mejor futuro. A pesar de unas poquísimos excepciones, la pobreza influye desfavorablemente en los procesos de instrucción y el espectro cognitivo. Un niño que viva en la miseria tiene menos posibilidades de desarrollar plenamente su potencial.
Es inconcebible que un país no vele por aquellos que están facultados para otorgar herramientas y capacitar a los niños y jóvenes, que son quienes tendrán protagonismo en el destino que tendremos como sociedad. Como colectividad debemos sumarnos en la búsqueda de mejoras salariales y dignificar la importante labor que tienen quienes enseñan. Es hora de saldar nuestra histórica deuda con quienes han dedicado su vida a enseñar.
Si bien anhelamos que los beneficios contractuales y los salarios de los maestros les permitan vivir con la dignidad que todo trabajador merece, también es oportuno abogar porque se produzca una nueva realidad y que el sistema educativo sea el motor para mejorar de forma sostenible a la infancia y la juventud, para así poder construir futuras generaciones que logren una auténtica transformación de Venezuela.
Juntos debemos trabajar con ahínco para crear un sistema educativo acorde con los nuevos paradigmas de la humanidad, pero con fundamento hoy nuestra misión debe ser apoyar esta lucha magisterial; alumnos, maestros y representantes debemos liderar la construcción de un modelo nuevo de Estado y así evitar la tristeza grande de un país en el que ya nadie quiera enseñar.
@EduardoViloria