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Nuda vida, hoy impacta y espanta

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La Política y lo Político (mayúsculas adrede), en nuestro país, se han venido transfigurando; se han convertido en muladar pestilente. No tanto porque los escenarios se muestren a veces impenetrables, difícilmente escrutables, sino también porque cosas, que parecían inimaginables, se han vuelto comunes y corrientes. Esas prácticas de abominación reciben «legitimidad» entre los detentadores del poder y los círculos de enchufados, arribistas y colaboracionistas del régimen.

Por más que nos esforcemos en buscarle alguna justificación a muchos de tales desmanes, jamás se les consigue el más mínimo sentido ético.

Cuando se contrastan, en la actualidad en Venezuela, la Política y lo Político procurando de alguna manera cierta lógica en los análisis nos quedamos perplejos y con demasiadas incertidumbres.

Estábamos acostumbrados, porque así lo hemos estudiado, a percibir lo Político, siguiendo a Aristóteles, esencialmente aquello que diferencia al ser humano del animal. Añadamos más, consiste en la capacidad de configurar la vida social. Dable entre humanos, únicamente.

La Política, por su parte, queda expresada en la concreta actividad que se encamina a la conquista del poder o a su conservación.

En términos sencillos: lo Político se instala, instaura y se anida en la vida social; la Política corresponde mucho más a la estructura, instrumentos, aparatos y parafernalias del Estado.

Las perversiones se originan por la sagacidad del Estado para la manipulación –a partir de la ley– e imposiciones -por la coerción- al secuestrar lo Político y absorber de hecho la vida social. Se origina esa distorsión cuando el Estado suplanta a la sociedad civil; peor aún, cuando un partido político desplaza las competencias y facultades del Estado.

Visto de esa manera, las múltiples manifestaciones de los seres humanos quedan al albedrío del partido que domina al Estado. En cualquier parte y circunstancia la lupa oficialista se encarga de escrutar la vida de los ciudadanos. De lo más mínimo hay que rendir cuenta. La vida del ciudadano depende, absolutamente, del Estado-partido. Mezclote indigesto en una república democrática, social de derecho y de justicia.

Sin dudas, estamos viviendo en una especie de régimen de excepción permanente. Increíble que en nuestro país se haya reeditado el Homo Sacer: enigmática figura del Derecho Romano arcaico que designa al hombre cuya vida vale muy poco, o casi nada. Y cuya “liquidación civil” – o física — no constituye delito alguno. Lo que el filósofo italiano Giorgio Agamben denomina “la nuda vida” o vida desnuda.

Explico un poco más al respecto: Si recibimos, individual o colectivamente, la calificación de Homo Sacer, nuestras existencias valdrán muy poco (o casi nada); por cuanto quedaremos despojados de todo patrimonio y consideración política. El Estado-partido nos liquida todo sentido ciudadano. El Homo Sacer – como persona o grupo social –queda desguarnecido de su civilidad.

El Estado-partido despliega en cada intersticio un férreo control político sobre nuestras vidas; para imponerle a la ciudadanía hasta la manera de sentir y pensar.

Nos están conduciendo, a través de ese deleznable experimento ideológico, a renegar de nuestra condición de ciudadanos, y al tiempo admitir que somos instrumentos dados y aprovechables para las más disímiles y sombrías prácticas políticas.

Los aparatos tradicionales de control y de sometimiento están conectados a mecanismos paraestatales que persiguen, apabullan y despojan a los individuos de todo derecho y posibilidad jurídica. Hay una paradójica disposición a justificarlo todo dentro de la Constitución y las leyes, aparejado a la genuflexa entrega al partido del resto de los poderes del Estado.

¿Qué aspiramos los demócratas? Deseamos construirnos y constituirnos desde el pleno despliegue de las potencialidades creativas de cada quien, donde se propugne el beneficio de todos, con plena solidaridad humana.

El mundo ya no soporta la utilización de aquellas rancias nomenclaturas: de izquierda o de derecha, con la intención de reetiquetar a la gente y a las corrientes del pensamiento. Por cierto, el sociólogo y psicoanalista Slavoj Zizek lo declara con crudeza “la izquierda no representa en estos momentos una alternativa positiva”.

El asunto diríamos entonces no es tratar de recomponer   la cartografía de las categorías sociopolíticas (del centro, de izquierda, de derecha, de centro izquierda etc.) para ubicar a las personas, sino reconocer definitivamente el valor sustantivo de los seres humanos en la sociedad. Lo más importante estriba en reivindicar a la ciudadanía, sin expropiarle su integral especificidad.

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