OPINIÓN

Notas y crónica de la revolución de todos los fracasos

por Nelson Chitty La Roche Nelson Chitty La Roche

“Árbol que crece torcido, nunca su rama endereza”. Refranero popular

No es la primera vez que escribo sobre el ciclo que aún y en mala hora nos rige y que tal vez empezó, con aquel pretendido juramento ante el samán de güere, pero que pudo mostrarse quizá el 27 de febrero de 1989 y con formalidad histórica tiene dos fechas, entre muchas más, que pudiéramos evocar: el 4 de febrero de 1992 y el 6 de diciembre de 1998.

La república liberal democrática, también llamada república civil, misma que se inicia en enero de 1958, no sobrevivió a los embates de sus conscientes o inconscientes enemigos y tampoco a los yerros que sus personeros y dignatarios pudimos cometer a lo largo de sus 4 décadas de vigencia.

Entonces afirmaré que la elección de Hugo Chávez puso punto final y con el voto legítimo popular de apoyo al período temporal de esa república civil, la única de nuestra historia que podemos emplazar así y me atrevo a fijar el estreno de otro curso histórico que aún dura y que, objetivamente para distinguirla y evitar confusiones, denominaré la revolución de todos los fracasos y mire que no exagero de un ápice.

No incurriré, sin embargo, en un intento más, por hacer una glosa etiológica ni me detendré, otra vez, a examinar opiniones, observaciones ni estudios con ese carácter. Solo trataré de enunciar la significación, el impacto, la objetividad de la tragedia que han paulatinamente consolidado, estos revolucionarios del siniestro y el desplome.

En términos sencillos, una revolución persigue sustituir un orden que se aprecia agotado, desgastado, acabado por otro. Se trata de un cuestionamiento severo moral y de los valores, instituciones y normaciones con la convicción y el propósito de echarlos para que surjan otros en su lugar, en esas referencias axiológicas, deontológicas, económicas, sociales y corporativas. Esa sería, pues, la razón del por qué de ese esfuerzo y su agenda.

Metodológicamente, tomaremos ese riel para auscultar a ratos, pero también para hacer un balance del estado de las sedicentes acciones de ese proceso que se han hecho evidentes.

Iniciaremos por el corolario revolucionario, chavomadurista, en la estructura pública, vale decir la República Bolivariana de Venezuela, y apunto primeramente a la institucionalidad que antecedió a la llegada de los insurgentes. Y me temo que lograron abatir a la República de Venezuela y en poquitas palabras, lo describiré fenomenológicamente para sustentar mi aserto reciente.

No disponemos de una organización o marco político, jurídico, ni ético ni moral, para afirmar confiados que somos libres y que no estamos  dominados; una edificación, en la que tengamos seguridad jurídica y el gobierno sea de la ley y no de los usurpadores del poder, con órganos independientes e imparciales para administrar justicia y mucho menos con acatamiento a la soberana voluntad popular. Creo francamente que si carecemos de eso y se evidencia palmariamente así en este capítulo, no hay nada que discutir. La República ha vuelto a perderse.

El asunto se ha consumado con el vaciamiento del genuino telos, esencia de cada miembro público y su representación y atavío cual arlequín, comodín de la revolución y sus intereses en juego. Lo entendí mientras miraba con horror los nombres del Alto Mando Militar en las listas del PSUV y peor aún, me referían que se habían reunido para cantarle cumpleaños al difunto, frente, imagino, al cuartel de la montaña.

No hay república porque no hay tampoco constitucionalidad, ni legalidad, ni legitimidad, ni institucionalidad, ni soberanía nacional. Ya no tenemos Fuerza Armada Nacional porque al dejar de cumplir su juramento, desconocer el credo constitucional y preferir servir a un sector político que a la nación toda, la inutilizaron, la adulteraron. En lo sucesivo los señalaré: “PSUV, sección, los tenedores del armamento” y no la fuerza armada nacional y mucho menos, “bolivariana.”

Los aburriría si me dedico a registrar al TSJ y demás tribunales nacionales, MP y los fiscales, nacionales, regionales y otros, Contraloría, y el elenco del poder público en suma y sus distintas dependencias que ya no son sino caricaturas moldeables para lo que sea menester necesario al régimen. Dejaron de ser lo que otrora fueron y eso es de lo que se trata entonces, de advertir. Lo que hay no es lo que hubo ni mejor, sino mimetismo socialista y fraude consecuente.

¿Qué queda de la Venezuela económica, de las universidades, de la educación primaria y secundaria pública, de la jerarquía hospitalaria y de la organicidad del sistema de salud, de las inspectorias del trabajo, de aquellas de tránsito, de los entes de seguridad ciudadana, de las empresas públicas incluidas las nombradas empresas socialistas, de Pdvsa y sus filiales?

¿Qué queda de los sindicatos, de las asociaciones y colegios profesionales, de las comunidades educativas, de los gremios, de las asociaciones de trabajadores, de los pensionados, de la sociedad civil, de una juventud idealista, de los sueños y utopías que nos indujeron a construir un futuro que hizo crecer a nuestra patria, para resumir de una vez?

No solo han abatido al país sino que no lo dotaron subsecuentemente de otros y superiores aportes, como sería lo propio y natural de una revolución que, se dignara respetarse a si misma. Por el contrario, cedieron los espacios a la antisociedad por cálculo y terminan enervadas las competencias del Estado a nombre del régimen de facto que además, es un bueno para nada.

El arqueo es cruel y vergonzoso. Ya sabemos que a la ignorancia, la ineptitud, la incapacidad, se agregó la concupiscencia y el más grosero latrocinio, un festival baltasariano de ladrones, estafadores, malhechores, malvivientes y especialmente felones drenaron las arcas públicas al extremo que se nos reconoce en el mundo, como la peor gestión económica universal, en las últimos 40 años y el rancho sigue ardiendo, valga el coloquio.

Desde que llegó al poder el difunto y hasta hoy con sus epígonos, solo se anotan fracasos, descalabros, caídas, desastres, quiebras, fiascos, chascos, ruinas; salvo en los bolsillos de los enchufados que incluyen a los usufructuarios del régimen que, acota a los chicos bien que se aprovecharon, manchando sus apellidos, como lo pondrá en demostración más adelante la memoria histórica.

Retroceso brutal en la defensa de nuestra soberanía y pobreza generalizada entran en la lista de fracasos que no cesa de crecer y, no me dirán que la misión vivienda, es un éxito que como compensación cabe incluir. 6 millones de venezolanos se han ido y los que quedamos menguamos por una vacuna que acaso llega una dosis y la otra no, o por una bolsa de comida.

El “hombre nuevo” del que se ufanan las revoluciones, no nació con la chavomadurista; al contrario, se esclerotizó el que teníamos, se le secó su espíritu crítico, se  desvalorizó, pragmatizó y envileció. Se le despojó hasta de su orgullo elemental y de su sentimiento solidario y humanitario, civilidad y respeto por sí mismo.

Se le anuló políticamente, se le introdujo en el deletéreo laberinto del daño antropológico. Lo mataron pero sigue vivo como el errante que respira, sin voluntad no obstante.

Puedo seguir, pero siento que ya se trata únicamente de pugnar, pujar, alumbrar, una salida del pandemónium y ciudadanizar a tiempo para reaccionar y no morir en el instante. Esa es la tarea de lo que sería una autentica revolución que, por cierto, si debemos emprender, para recuperar la soberanía, la dignidad perdida, la vida y el alma.

Pediré prestada una cita de un artículo publicado el lunes pasado en un diario regional, de mi colega universitario y amigo apreciado y admirado, Carlos Ñañez y con su venia, inserto acá ahora, con humildad pero mucho convencimiento.

Concierne a un gigante de las letras francesas y planetarias, Honoré de Balzac: “El socialismo que presume de juventud, es un viejo parricida. Él es quien ha matado siempre a su madre, la República y la libertad su hermana”.

@nchittylaroche

nchittylaroche@hotmail.com