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Notas someras sobre Maquiavelo y la actualidad venezolana

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Maquiavelo | GETTY IMAGES

“Cuando los hombres están bien gobernados no solicitan ni apetecen otra libertad”. Nicolás Maquiavelo

En tono socarrón, un entrañable amigo me decía: “La política se ha puesto difícil”. Obviamente, cabe la observación a la vista del escenario electoral y también, acoto yo, económico, social, institucional, psicológico social, espiritual, ético y pare de contar. Todo está enrarecido y contaminado.

Ello, gracias al accionar del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo que socava la constitucionalidad, la legalidad y la democracia. Vivimos la hora del golpe de Estado permanente contra la soberanía del pueblo; el ogro felón del régimen se solaza en su cinismo y en su usurpación como conducta de Estado, del Estado PSUV.

Cada vez que se sospecha de la política se orientan la apostilla del momento hacia el resaltar de lo que se llamará maniobra, calculo, treta, para que luego alguien con convencimiento agregue al secretario florentino y apunte como un sentenciador que “el fin justifica los medios.”

Maquiavelo nunca dijo o escribió esa frase, tantas veces atribuida a él. Finalmente, los estudios recientes que se han hecho sobre la obra del genial Nicolás confirman que no lo dijo o escribió, pero no ha sido suficiente.

El asunto que deseo tratar, sin pretender más que eso en esta oportunidad, tiene que ver con un elemento central: ¿es posible mirar los textos del florentino a través de la diferencia que existe entre la ética por convicción y aquella otra por responsabilidad? ¿Es útil hacerlo?

La lectura de Los discursos sobre la primera década de Tito Livio muestra a un Maquiavelo no solo no desprovisto de moral sino, como los clásicos, preocupado por el deber ser de la política; en tanto que la pluma que nos obsequia El príncipe nos descubre un horizonte donde el actor para hacer lo conducente a su vocación de poder deberá lidiar y no desentonar con las más variadas pasiones humanas y vencer a todo evento, pragmático y recio, sin vacilaciones y con mucho conocimiento de la naturaleza humana, que por cierto, a menudo, desnuda su talante obscuro y su despiadado bajo psiquismo, su ambición y su cinismo.

Preparando unas clases para mis alumnos, entre fichas y papeles de las inagotables fuentes de Internet, encontré un trabajo titulado “Maquiavelo y la ética de la responsabilidad política”, de Carlos E. Miranda, Universidad de Chile. En ese académico ensayo, creí ver una glosa afortunada con respecto a la contrastante perspectiva de reconocerle mas allá de los estereotipos y convenciones más usuales, al para muchos, teórico liminar de la ciencia política, dos rasgos que se le suelen negar o peor quizás, en sentido contrario en la falencia se le imputa y se le trata como el malvado Maquiavelo.

El crimen del autor también del Arte de la Guerra consiste en batirse con la iglesia y preconizar sin tener que decirlo un espacio secularizado de un lado y del otro, dejar de ver la política como debería ser y no como frecuentemente se manifiesta, entre las más altas montañas a ratos y en el pantano con los reptiles también.

Carlos E. Miranda, arriba citado, se atreve a advertir en El Príncipe una circunstancia que ya Weber nos había enseñado: el poder se debe a los destinatarios y su interés debe prevalecer encima de las perspectivas personales inclusive.

El poder es responsable y además es una responsabilidad. Dramatizando demarcaré que en su ejercicio expone tu alma en vilo de la circunstancialidad de la razón de Estado.

En nuestra distópica democracia se discierne, entre complejidades y opacidades diversas, un liderazgo que no le ha fallado al propósito de salvar la patria del desastre y la agonía consecuente en la que vivimos. Ese es el aporte de la ingeniera María Corina Machado.

Paralelamente, el pajarito susurra en el hombro del hegemón como aquella criatura en la saga de El señor de los anillos haría, la importancia de seguir medrando y el gusto de la impunidad. Ese es su norte, su razón del por qué, su compromiso existencial y atrás del aquelarre, los alabarderos, los pretorianos, los desalmados que saben que tener que rendir cuenta es lo peor que les puede pasar.

Entretanto, leo también, El flautista de Hamelin.

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