«¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!». Simón Bolívar
De que este mundo actual, y en apenas unas décadas, ha cambiado bastante no creo que pueda nadie dudarlo. Las evidencias son abrumadoras y, ciertamente, además, como diría Bauman, se ha licuado. Especialmente cabe la observación con relación al homo actualis, que entre individualizarse y relativilizarlo todo en el cosmos ha conmocionado el saber, la moral y la cultura.
Una suerte de patológica sensación que nos hace sentirnos seguros en la inseguridad, cómodos en la incomodidad, viene operando y remodelando nuestro entorno, y no me refiero únicamente al trabajo, a la fábrica, a la cría, a la pesca, a la caza, a la escuela, a la universidad, sino, como es natural, a nuestro ser mismo, a lo que somos o asumimos que somos o queremos ser, en suma.
Hasta hablar de la extinción de la especie humana no solo se ha planteado, sino que se ha banalizado. Hablar del fin de la vida, del uso de armas nucleares, alguien hace poco incluso asomó que nos quedan acaso tres generaciones y, entretanto, la tecnología y la digitalización parecieran ser las operadoras de una existencia que se adelante como si no fuera personal sino automática.
La inteligencia artificial, en medio de nuestra precariedad espiritual, se erige según algunos no como una herramienta para nuestro beneficio sino como una entidad superior sin alma, pero a la que estamos dispuestos a dejar a cargo, mientras nos despersonalizamos y robotizamos más y más.
La pandemia hundióse en el acelerador de esa historia que vivimos y nos mostró entonces cuánto somos vulnerables, pero también que el forcejeo por la supervivencia traía en sus alforjas, recursos, respuestas inesperadas, insólitas para nuestras seguridades epistémicas, pero que la incertidumbre no era tampoco el final.
No somos testigos de una sola historia ni de una misma historia ni hay tampoco una de todos y cada uno. Es tiempo de segmentaciones del devenir humano, de episodios como nos revelan Yuval Harari y Byung Chul Han, por citar algunos que he leído y en cuyas sus obras me siento algunas veces dentro y en otras en el exterior, por decirlo así, de sus deducciones y de sus predicciones.
Estas notas iniciales sirvan de marco dentro del cual observo al ser humano en una bifurcación existencial. De un lado navega sin fijar su rumbo, en las aguas que lo llevan en un cauce que no por conocido lo transporta donde quisiera ir, si, por cierto, supiera eso; y, de otro lado, no ha entendido que la evolución que está protagonizando no lo confirmará como un ser social sino como un sujeto sin prójimo, un solitario rodeado de congéneres, pero sin vocación de trascendencia.
En ese desvarío se entiende su desespiritualización. Me refiero al hombre del oeste al que las ideologías definen, pero solo parcialmente o, incluso, tentado de regresar adonde no sabe, pero adonde tampoco sabe si teme ir, donde esa dinámica lo traslada.
En otras sociedades no occidentales el anacronismo es su fuerte, su cohesión, su convicción y su peligro. El islam persiguiendo a su Dios se ha alejado de los fieles, de esos seres humanos que les siguen y también se ha apartado de la razón humana por la razón ideológica.
Asia ahíta de cambios tecnológicos y digitalización se postula para tomar el relevo de la república imperial y el desafío ha de tomarse muy en serio y paralelamente, ¿entenderá Putin que su guerra con Ucrania debe cesar sin que por ello deba anexarse un cuarto de su territorio?
En ese contexto se produce la victoria de Trump en Estados Unidos, lo cual nos llena de interrogantes, a saber, ¿cambiará la política exterior norteamericana con relación a Venezuela? ¿Significa ese triunfo del conservatismo el fin del progresismo? ¿Se entenderán esas dos Américas? ¿Volverá el forcejeo con China? ¿Está Corea del Norte dispuesta a sosegarse?
«Hagamos a América grande de nuevo» fue un lema de campaña hace ocho años, pero ¿qué jurara el 20 de enero próximo el que muchos llaman el impredecible Trump? Habrá que esperar.