OPINIÓN

Notas críticas sobre Tongolele no sabía bailar

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Tal vez para comprender el verdadero alcance y la exacta dimensión del «affaire» político y literario que tiene como protagonista al reconocido y laureado escritor hispanoamericano de origen nicaraguense Sergio Ramírez Mercado, (Masatepe, Nicaragua, 1942) en los actuales momentos sea menester apresurarse y procurar su más reciente novela, la tercera de una trilogía protagonizada por el personaje de ficción, el inspector  Dolores Morales. La primera entrega fue El cielo llora por mi (2008), la segunda Ya nadie llora por mí (2017) y esta tercera poderosamente titulada con el sugerente nombre de Tongolele no sabía bailar (2021).

Esta primera edición de «Tongolele…» que viene precedida de un inusual escándalo de naturaleza política por la injusta y arbitraria persecución del Premio Cervantes (2017) de la letras iberoamericanas por parte del gobierno presidido por Daniel Ortega Saavedra. La edición, la primera tanto en formato de papel como en digital es la correspondiente al recien finalizado mes de agosto y viene respaldada por el prestigioso sello Alfaguara de novela. Son 346 páginas de vibrante y conmovedoras páginas de un caudal narrativo que ratifica el aforismo de Jorge Luis Borges que afirma: «O más real procede del mundo de la imaginación».

La novela de Ramírez se edifica sobre un complejo de turbias maniobras urdidas por los imperceptibles y no por ello menos deletéreos secretismos, traiciones y oscuras decisiones movidas por los omnipresentes hilos del poder que mueven hasta las discretas estructuras de vida económica, social, cultural y política de la Nicaragua que sirvió de escenario en el año 2018 a una insólita masacre de más de cuatrocientos ciudadanos cruelmente asesinados, en su mayoría jovenes estudiantes y trabajadores, razzias represivas que dieron como resultado cientos de heridos y decenas de desaparecidos y miles de exiliados salieron en resguardo de su integridad física a destinos de países vecinos del Itsmo centroamericano. De exilio y extranjía sabe asaz bien el autor de esta memorable novela histórica de la más urgente contemporaneidad, pues ha vivido y padecido largos períodos de exilio voluntario en Costa Rica y Alemania para resguardarse de las hostiles garras de los invisibles zarpazos del «interminable» interregno orteguiano que con igual saña represiva arremetió contra ese otro ícono emblemático de la cultura nicaragüense que fue y sigue siendo el poeta Ernesto Cardenal.

Aclaratoria, tal vez no indispensable. «El personaje Anastasio Prado, alias Tongolele, jefe de los servicios secretos y un personaje ubicuo que prefiría mantenerse en el anonimato, una biela maestra, pero silenciosa, de la máquina de poder».

La novela está dividida en dos partes, cada una dividida a su vez en nueve capítulos que hacen las veces de pequeños cuadernillos de regular extensión en los cuales el autor despliega ese poder narrativo que le confiere el bien ganado estatuto de maestro de la narrativa hispanoamericana de las útimas décadas del pasado siglo y lo que va del presente. Sergio Ramírez es, junto con una granada pléyade de novelistas aún vivos, una de las más destacadas y notables voces de la narratava del posboom que emergió en hispanoamérica a finales de los años cincuenta y comienzos de los años sesenta del siglo XX.

En esta joya novelesca el autor se luce desplegando sus más vistosas galas expresivas de un discurso narrativo orlado por certeras expresiones caracterizadas por un lirismo de singular vigor metafórico que engalana al observador que a la vez hace las veces de actor con un sostenido y elocuente rigor en las tramas y subtramas que brotan y proliferan a lo largo de sus más de trescientos folios de magistral escritura.

«El inspector Morales sacó del bolsillo trasero del pantalón su teléfono Samsung Galaxy, como una cigarrera de lujo, que le había obsequiado Fanny».  La realidad, la cruda e hiriente realidad es metamorfoseada por la prodigiosa mente y el admirable virtuosismo narrativo del escritor en obra de arte.

Gato de Oro y Serafín, dos personajes que dialogan en umbral del cruce de la frontera de un país colindante con Nicaragua reflejan dos estrcturas caracterológicas de personalidad «hermanados» por unos nexos psico-afectivos forjados en la más sórdida complicidad de unas vidas lastimadas por existencias perseguidas por todo tipo de vicisitudes y carencias de las más insospechadas naturalezas.

—Me estás faltando el respeto con todos esos calificativos denigrantes, Serafín.

—Más bien lo estoy ensalsando, jefe…

Percibo, y esa percepción me la otorga la lectura apasionada de la novela; pues no puede leer sino apasionadamente porque sin dudas está escrita desde las febriles fibras de la pasión del narrar. He allí por qué cité el inmortal aforismo de Borges, el más universal de los argentinos en el ars narrandi.

Leonel Medina, dueño de una gasolinera, Serafín Manzanares, alias Rambo, otro personaje esencial en la diminuta pero decisiva demografía de la novela, el cerro La Campana, y San Roque, topologías que adquieren caracter de verosimilitud en el relato novelesco configuran elementos bordes indispensables en la geomorfología de la narración. Una abuela de nombre Catalina que elaboraba Chilcagre que vendía en el mercado San Miguel de Managua. El Chilcagre, valga decirlo, de acuerdo con la definición de la Academia Nicaraguense de la lengua es una voz proveniente del (náh chilli, picante-agre, agrio) m. Tabaco criollo.

Por ejemplo, en la ciudad de Masaya solían sembrar 4 millones de plantas de tabaco Chicalgre y unos dos millones de plantas en la ciudad de Masatepe, lugar de donde es oriundo el autor de esta novela.