“Doing nothing at all vs small consistent effort. 365 (1.00) igual 1.00 vs 365 (1-01) 37.7” Anotación de un ingeniero amigo.
Desde el mes de enero del año que inicia, el escenario político estuvo ocupado casi exclusivamente con las peripecias y avatares del llamado referéndum revocatorio y la interrupción del proceso que ejercitaría un derecho político de rango constitucional, con auténticas vías de hecho que pretendieron disimular, desde la seudoinstitucionalidad que permite la actuación de poderes ciertamente usurpados y usurpadores y, entre ellos, el electoral.
Los que promovimos el referéndum sabíamos que podía acontecer como en 2016 y en cierto modo como en 2005, pero decidimos echarlo a andar y a todo evento, siendo que no se vislumbraba, luego de los comicios para elegir gobernadores y alcaldes, ninguna cita electoral hasta 2024 y percibíamos, además, patéticamente anodina la secuencia que siguió al episodio Barinas que pudo y debió tener mayor impacto en la hoy idiotizada opinión pública.
En el camino nos fuimos percatando del desinterés de unos y del cálculo de otros, y nos referimos al liderazgo reconocido como opositores al régimen y a los factores políticos y partidistas en la palestra, pero también conocíamos de estudios de opinión y sondeos que evidenciaban que la mención del revocatorio suscitaba en densos sectores de la población expectativas.
A pocos días del aborto que victima a la ciudadanía y que ultraja la constitucionalidad, una vez más y no será la última, debemos decir que pudo y debió ser una ocasión para sacudir un cuerpo político, lelo y apático, nulificado y ausente que deja hacer y que le haga el depredador autoritario lo que le venga en gana.
El déficit de ciudadanía es parte de la sintomatología que causa el daño antropológico que reduce la existencia a la supervivencia y a la intrascendencia. Ello, aunado con los perniciosos referentes de la antipolítica, configuran un peligrosísimo estado de indefensión por inconsciencia o síndrome de Estocolmo en gran escala, o quizá el resultado de años de repetir y promover una huelga electoral con el discurso de la abstención que acabó segregando a la ciudadanía del común de la gente.
Algunos han dicho o escrito que fracasamos en el intento del referéndum, visto el zarpazo de la satrapía que, como antes dijimos, impidió la finalización de la gestación y realización del revocatorio. No obstante, logramos tocar con un mensaje ciudadano a la sociedad en todas sus segmentaciones y, como diría un amigo entrañable que ama el fútbol, hicimos que el otro equipo cometiera falta, lo expusimos y lo expondremos, porque no hemos terminado, a mostrar su talante despótico y su calaña antidemocrática.
No es mucho, dicen, sobre todo los que no hacen nada, pero es un resultado que abona en una línea distinta de hacer política y que debe desarrollarse desde un compromiso ético como enseñó Max Weber. Me explico.
El éxito del chavismo y luego del madurismo consistió, y aún consiste, en dinamitar las seguridades y fortalezas políticas, jurídicas, sociales, institucionales de la imperfecta pero perfectible experiencia puntofijista o de la democracia del consenso, deformada a ratos por la oligarquización de los partidos actores y además y especialmente, por la tergiversación de las realidades desde los sesgados medios de comunicación. Diría Bauman, el licuado de las estructuras y de los parámetros del sistema.
Esa actuación con sus acciones y omisiones, falencias y manipulaciones abatió a la república civil y llevó a sociedad política a la aventura y a la ineptitud, al desarme de los valores genuinamente democráticos y a la confusión en la simulación de la clase política emergente, cuyo merito no fue otro que la propuesta sustitutiva ante la presentación, injusta y temeraria, del establecimiento dirigente todo como corrupto. La democracia en su práctica libérrima culminó defenestrando a la democracia.
El cuerpo político perdió la confianza y la fe que ya venían sentidas por la antipolítica y la falta de claridad estratégica de sus conductores, lo que facilitó errores de variada naturaleza y debilitó profundamente la experiencia iniciada en 1958, privándola de la autoridad moral con la que había vivido y engendrando nuevamente la fascinación por el nefasto militarismo.
El sainete del 4F animado por una de las peores arengas de Maduro, relativizándolo todo y, amenazando como quien no quiere hacerlo, pero lo hace, hasta incluso con adulterar el término del mandato constitucional, advirtiendo que podía no ser en 2024 sino en 2025, fue otra campanada más que ponderar del estridente epígono del difunto, menos por su incontinencia verbal que de su talante siempre pendenciero y cínico. El basilisco exhalaba vanidad, prepotencia e impunidad.
Lo cierto es que el referendo nos volvió a mostrar donde estamos y con quien lidiamos y la necesidad vital de ciudadanizar, para pesar realmente, gravitar, significar que hay un país que no se ha rendido y que siendo mayoría la hará valer más temprano que tarde.
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