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Nota inconclusa sobre el CNE

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La noche del martes pasado comencé a pensar sobre qué demonios se podía escribir para este domingo con un mínimo de lógica, sobre la incoherencia devastadora de la política nacional. Tema principal, me digo, el CNE y las parlamentarias. Hoy jueves en la mañana, día de entrega, me doy cuenta de que en unas cuantas horas han tenido lugar decisiones trascendentes y contradictorias a un ritmo vertiginoso. Y, por último, de que no tengo la conclusión del tema escogido. Posiblemente esta tarde se conocerá. Por tanto, usted no tendría por qué leer, en domingo, lo que sigue.

Antes de abrir la prensa del miércoles todo parecía siniestramente sencillo. El ilegal TSJ chavista había tomado decisiones que conducían el juego a favor de un nuevo fraude, como la elección de Maduro. Había decidido reconocer como legítima la parte minoritaria de la Asamblea, fracturada recientemente con métodos gansteriles, institución de por sí desacatada al nacer en uno de los atropellos electorales más monstruosos de la dictadura. Con lo cual invalidaba, de paso, lo que se había adelantado para llegar a un CNE unitario que, reintegrados los diputados oficialistas a la “desacatada”—sí, así no más— eligieron la comisión preliminar y esta, por unanimidad, el comité de postulantes para elegir los rectores. Todo lo cual había sido ya muy sorprendente dada la intensidad bélica con que se enfrentaban las huestes que tan calladamente coincidían y el señalado carácter fantasmagórico del ente parlamentario. Escindida luego, pues era imposible el quórum necesario y mucho menos con la parte minoritaria presidida por un tal Parra, solo conocido por una acusación delictiva.

En consecuencia, entre puñales y  disparates jurídicos, el TSJ decretó la omisión parlamentaria para decidir él sobre los nuevos rectores. Eso estaba claro y también que el nuevo CNE iba a ser transado entre el gobierno y el cogobierno minoritario y mendicante de la mesita, porque tampoco era cosa de repetir con Tibisay o algo demasiado parecido, en la peor hora de las dos décadas largas de despotismo. Hasta aquí la cosa estaba más o menos lista, y auguraba salir poco magullado del compromiso. Bastaba inscribir el asunto en la política cada vez más brutal y genocida del chavismo cívico-militar. Y la convicción de que no cabía otra opción para la gente decente que quedarse en casa, como hacemos ahora a diario, ese domingo de elecciones parlamentarias y seguir diciendo que el verdadero Parlamento es el nuestro, supongo que más o menos clandestino ya para entonces, con todo y presidente interino y los cincuenta y tantos amigos internacionales. Los últimos estertores de constitucionalidad.

Pero hete aquí que abierta la prensa me topo con que el mismísimo Juan Guaidó declara que se está conversando con el gobierno para ver si se llega a un acuerdo para la elección del tal consejo electoral. No doy mucho crédito a lo que leo, “esto sí no puede ser verdad”, pero sí, aunque algunas versiones locales se contradicen, llego a la entrevista original en El Diario y me convenzo de que ese que allí habla, y lo hace muy bien, es el presidente interino. Después de que ha llovido tanto resulta que hay conversaciones y la posibilidad entonces de un difícil acuerdo. Vaya, pues. Además, las condiciones que pone el tipo de La Guaira son tan correctas y convincentes para que la elección sea realmente digna y libre que no puedo sino asentir, y ponerme a pensar cómo deshacer las trabas jurídicas que parecían inamovibles a pesar de la locura nacional. Pero me alegro y me digo que esta parece una especie de convulsión más o menos agónica del gobierno sin dólares, ni gasolina, ni oxígeno para el virus, ni nada pues. Boto unas anotaciones de ayer y escribo con energía el miércoles. Y reparo en el especial énfasis en que es la Asamblea la que va a elegir, y que supongo que habrá que reunificar y revivir. Además de otras imprescindibles rectificaciones institucionales y políticas de acuerdo con la Constitución, al menos eso exigen Guaidó y sus huestes. Bastante alucinante a decir verdad, ya por ahí circulaba no solo la firmeza del alto tribunal sino los nombres y apellidos de los rectores y no sé qué se puede hacer con las decisiones solemnes y recientes de ese TSJ. Pero bueno, ya sabemos dónde vivimos.

Hoy hay una nueva. El máximo tribunal le da 72 horas al Comité de Postulaciones para presentarle los postulados, se supone entonces que para elegir ellos. Pero siguen discusiones, me dice un enterado. Sí, para saber cómo se procede. Lo sabremos cuando usted lea esto, yo no lo sé cuando lo escribo.

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