Javier Moro ha publicado una novela “venezolana” y su libro está muy bien escrito, aunque se le escapen algunos pronombres que no se utilizan en el lenguaje latinoamericano de la manera en que él lo hace. Nadie dice en América Latina, por ejemplo, “vosotros vais”. Pero su novela, Nos quieren muertos, es amena y narra la trágica vida de un “hombre, la lucha de una familia y la conciencia de un país”. El personaje en cuestión es Leopoldo López, que dirigió un gran partido político de oposición a Chávez y Maduro, que fue un exitoso alcalde de Chacao y acabó siendo acusado por la dictadura de haber propiciado algunas muertes durante manifestaciones antigubernamentales. Lo extraordinario es que Leopoldo López se entregó en 2014 y, por supuesto, Maduro lo tuvo sometido a ferocidades conocidas en la prisión militar de Ramo Verde. Estuvo allí varios años, que soportó con gran coraje, antes de concedérsele la “casa por cárcel”, pero perdió la popularidad de que gozaba y que le hubiera permitido competir con Maduro en todas las elecciones que este propició y amañó.
Al mismo tiempo, su mujer, Lilian Tintori, que había sido una joven un tanto apartada de la política, se fue convirtiendo en la auténtica representante de la oposición a Maduro y recorrió el planeta, siendo recibida por los jefes de Estado y por el Papa, y realizando, forzada por las circunstancias y a la par que sus suegros, una espléndida carrera política. Pero el gran partido que ambos habían formado se fue desaguando en estos años, a la vez que las tropelías de Maduro prosperaban y la compra de militares, a los que por lo visto les encargó el negocio del narcotráfico, daba lugar al surgimiento de nuevas fortunas. Al mismo tiempo, el país más rico de América se empobrecía y casi 7 millones de venezolanos se repartían por los suelos de América y Europa en busca de trabajo. Cerca de un millón y medio llegaron al Perú, que, dicho sea de paso, al igual que Colombia, se portó magníficamente con esa avalancha de refugiados, a los que dio de inmediato permiso de trabajo y, mal que mal, entre protestas de algunos nacionalistas, asimiló difícilmente.
Un país que había sido, gracias al petróleo, el refugio de América y un imán para inmigrantes de muchos otros lugares, prácticamente desapareció y una Venezuela irreconocible vivió a tres dobles y un repique.
Mientras tanto, los heroicos Leopoldo y Lilian, marginados, pese a todo, continuaron su obra espléndida, pero perdieron mucha de su vigencia, en tanto que el antiguo boletero de autobuses que era Maduro se fortalecía en el poder. Cuba y sus agentes habían tomado el control de la seguridad y así han ido sucediendo las cosas año a año, como un ejemplo de lo que no debiera de ocurrir en América Latina. Una sociedad moderna y trabajadora se convertía en una dictadura feroz en la que sólo se admitía la adhesión al régimen y se perseguía a todo lo que pasaba por independiente u opositor. A la vez que nacían fortunas encubiertas y Venezuela se convertía en una dictadura minúscula y comunista, aunque en ella practicaran un capitalismo mafioso sus dirigentes. Naturalmente, Rusia la acogió entre sus redes y estrechó lazos con ella de inmediato, como lo hicieron Irán y otras dictaduras. Desde entonces, el régimen ha ido sometiendo sistemáticamente a todos los disidentes y activistas, matándolos si era preciso, o sometiéndolos a torturas, para vergüenza de Occidente.
¿Fue oportuno el sacrificio de Leopoldo López? Yo no sabría decirlo, y, probablemente, será la voz exclusiva de los venezolanos la que dará su veredicto al respecto. Pero lo cierto es que tanto Leopoldo como Lilian han llevado a cabo, todos estos años, una admirable tarea de resistencia, ayudando y trabajando por el mayor número de venezolanos, sin ceder nunca a las tentaciones de Maduro, que, por supuesto, ha multiplicado las ofertas de rendición. Finalmente, Leopoldo se asiló en la embajada española y, luego de varios meses, debió huir, en una pintoresca excursión que está narrada con lujo de detalles en la novela de Moro. Leopoldo estaba decidido a arrojarse a las aguas del río cuando la guarnición de Maduro se rindió al encanto de los dólares y permitió la fuga. Desde entonces, Leopoldo y Lilian, residentes en España, han multiplicado las ayudas a sus compatriotas. Pero es María Corina Machado quien lidera hoy a la oposición, según las encuestas que pronostican su victoria en las primarias programadas para octubre y las presidenciales del próximo año. Todo indica que ella podría ganar de punta a punta, aunque, por supuesto, hombre precavido, Maduro la ha puesto fuera de la ley, inhabilitándola para presentarse en estas elecciones. Ella ha anunciado que seguirá en carrera hasta el final.
El libro de Moro describe con lujo de detalles todo lo relacionado con la oposición a Maduro y la manera como los venezolanos han levantado la cabeza una y otra vez, manifestándose en contra del régimen, al mismo tiempo que los gobiernos democráticos del mundo apoyaban a Juan Guaidó, designado en su día presidente interino por la Asamblea Nacional, siguiendo lo dispuesto por la constitución de la propia dictadura. Era una figura que no tenía el arrastre popular de Leopoldo López y que, sin embargo, ha dado muchas muestras de valentía en la oposición a Maduro (hoy está exiliado en Estados Unidos). Es verdaderamente triste ver el estado en que se encuentra Venezuela. Un país devorado por el comunismo, saqueado de todas las fuentes que hicieron su grandeza en el pasado, y condenado, como Cuba, a hundirse en el atraso, bajo la represión más feroz.
¿Hay alguna solución para este país? El heroísmo de los venezolanos no está en duda. Una y otra vez han demostrado su coraje y la convicción de que sólo una democracia salvará a ese país al que han hundido en la ruina y en el despilfarro ese puñado de militares y demagogos. Pero no es nada fácil la solución. La verdad es que las dictaduras, ayudadas por Rusia, Irán y otros países autoritarios, son cada vez más difíciles de derribar porque han aprendido a sostenerse mediante el garrote y la corrupción (y en el caso de las latinoamericanas, por los sistemas de inteligencia cubanos). De manera que cada vez más se perpetúan, como América Latina lo demuestra, unos gobiernos que, a pesar de ser respaldados por una minoría ridícula, logran impedir que la sociedad tome sus riendas y se oponga exitosamente a los facciosos. Cada vez cuesta más liberarse de la tutela de esas pequeñas minorías que se atribuyen la representación de la masa y emplean toda la violencia que sea necesaria, sin importarles la condena internacional, como lo demuestra otro caso trágico, el de Nicaragua. Vaya destino el de América Latina. Cuando parecía enrumbarse por el buen camino, todo se ha perdido gracias a los arrebatos frenéticos de esas mafias políticas que se arrogan la representación del bien común, como en Venezuela, un país que producía tres millones y medio de barriles diarios y ahora ha llegado poco menos que a la mendicidad gracias al saqueo de sus dirigentes y de un sistema estatista y mafioso incompatible con la prosperidad.
Basta leer la novela de Javier Moro para saber que un gobierno puede acabar con un país en relativamente poco tiempo. La historia de Venezuela se escribirá algún día y nos quedaremos maravillados de que un puñado de “revolucionarios” pudieran haber acabado con un país que llegó a tener la renta per cápita más alta de la región. ¿Resucitará la Venezuela de antaño algún día? El futuro lo dirá, pero quienes quieren tener una aproximación de ese drama atroz harían bien en leer las páginas que, con notable esfuerzo, ha presentado Javier Moro.
Artículo publicado en el diario El País de España