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¿Nos hemos vuelto estúpidos?

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¿Estamos permitiendo que nuestras decisiones se vuelvan primarias, dominadas por la emoción en lugar de la razón? ¿Nos damos cuenta de cómo la bronca, la ira, la decepción y el enfado están moldeando nuestras elecciones? Vivimos en tiempos en que la reflexión parece haberse desvanecido, dejándonos a merced de impulsos momentáneos y soluciones simplistas. ¿Somos estúpidos o estamos distraídos?

Rob Riemen, el ensayista neerlandés que publicó El arte de ser humanos, grafica el retrato de lo que podría ser el humano en el siglo XXI. Alerta sobre el resurgimiento del fascismo y nos advierte con claridad: «La estupidez organizada en la que vivimos provoca la amnesia de la historia».

Al menos, convengamos, son tiempos confusos. Por ejemplo, en el Reino Unido, los recientes resultados electorales reflejan una elección curiosa. Keir Starmer, apodado irónicamente «Mr. Boring», llega siendo un deslucido abogado, sin antecedentes políticos destacados. Se le reconoce su inquebrantable compromiso de terminar su jornada como primer ministro a las 18 horas los viernes, demostrando que incluso la alta política debe ceder ante la hora del té familiar. No se lo eligió por sus talentos o ideas excepcionales, sino porque es un tipo que no ha despertado emociones adversas. En muchos sentidos, es un desconocido que no polariza, aunque quizás sí lo hace al menos con los políticos que tanto detestamos.

Los conservadores británicos, bajo liderazgos como los de David Cameron, Theresa May, Boris Johnson o Liz Truss, enfrentaron períodos de gestión marcados por controversias y fuertes divisiones internas. Rishi Sunak, actualmente, se insinuaba como el arquitecto de cierta recuperación británica, aunque no ha sido percibido como un «rock star» político a demanda de sociedades que hoy los hacen consumibles. Lo que realmente llama la atención es que se les elige más por sus excentricidades que por sus verdaderos dotes políticos.

Francia parece haber confirmado su estado de ingravidez política tras los recientes resultados legislativos. Las elecciones no arrojaron un claro ganador, dejando al Frente Nacional «Popular Nacional Popular» de izquierda, «Ensemble» de Emmanuel Macron y la «Agrupación Nacional» de Marine Le Pen en un precario equilibrio de gobernanza. Este estancamiento podría ser un preludio, un aperitivo, para una victoria de la extrema derecha en 2027. Sorprendentemente, los franceses parecen distraídos, sin alarmarse por los continuos coqueteos con Viktor Orban, un aliado cercano de Vladimir Putin y figura prominente en la liga del mal contra Occidente.

Miguel de Unamuno, en Del sentimiento trágico de la vida, nos recuerda que la tragedia es una parte ineludible de la existencia humana. No podemos escapar de nuestras dificultades ni encontrar respuestas perfectas en recetas del pasado. Buscar refugio en enfoques conservadores es un atajo, no una solución verdadera. Hoy en día, somos incapaces de aceptar la incertidumbre, anhelando viejas estrategias en un intento desesperado por evitar el conflicto y la duda, derivando así en colectoras intolerables.

La pregunta crucial es si estamos educados para no educar nuestra razón. En una era donde la información rápida y superficial predomina, ¿hemos olvidado cómo pensar profundamente? La educación debe ser nuestra herramienta para cultivar una conciencia crítica, pero parece que hemos abandonado ese camino en favor de la inmediatez, la simplificación.

Por eso, Riemen propone un retorno al humanismo como solución, enfocado en la educación y el cultivo de virtudes individuales. Esto incluye la promoción de la compasión, el coraje y el análisis crítico, valores necesarios para contrarrestar la estupidez organizada y el atractivo de ideologías extremistas que no disimulan su mediocridad. Por el contrario, la potencian.

En una era donde la amnesia política alimenta el extremismo y la figura de enemigos comunes, el humanismo emerge como el antídoto esencial, ofreciendo un respiro a una sociedad asfixiada por narrativas hegemónicas y problemas estructurales disfrazados de cuestiones individuales. Como señala Chantal Mouffe, filósofa política belga, «la política democrática no puede eliminar el antagonismo sino transformarlo en agonismo, donde se reconozca la legitimidad de los oponentes»’

En su obra «Arquitecturas del Yo» el arquitecto Ezequiel Hayes Coni refleja esta idea al explorar cómo las dinámicas contemporáneas pueden tanto fragmentar como unificar, subrayando la necesidad de este enfoque humano para superar la crisis actual. En ese sentido, el agonismo acepta los conflictos inevitables en una sociedad pluralista y busca canalizarlos constructivamente, fomentando el respeto mutuo y el debate abierto. No se trata de una lucha entre buenos y malos; creerlo así es realmente un gran bulo.

Nos encontramos en una encrucijada histórica. Podemos seguir siendo una sociedad que responde impulsivamente, o podemos esforzarnos por recuperar la reflexión y la memoria histórica. Estas son nuestras mejores herramientas para resistir la tentación de la estupidez organizada, que, sin preocuparnos, se refleja en elecciones que pueden caer en manos de autócratas o, peor aún, inútiles.

En todo caso, no se trata de buscar soluciones apresuradas, sino de dudar, reflexionar y cuestionar continuamente. Como concluye Ezequiel Hayes Coni en su obra, «es crucial fomentar una reflexión crítica que desafíe lo establecido, elogiando la duda y adoptando un enfoque cauteloso, humilde, utópico pero realista». Al menos así, disimulamos tanta estupidez.

Artículo publicado en el diario La Razón de España

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