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Nos hace falta la Quinoterapia

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Quino

Foto Archivo

Imposible que no fuera lector de todas sus obras. En algún estante de mi biblioteca tengo algunos de los libros, que de vez en vez leo, sobre todo en los momentos en que me siento medio extraviado en la vida, o “desnortiado” como diría Cantinflas, cosa que no resulta rara en este mundo desarreglado e incierto como en el que nos ha tocado en suerte.

Siendo alumno de la Escuela de Sociología de la UCV siempre tuve la idea de que ese libro –me refiero al de Mafalda– podría ser el tema de mi tesis de grado, que versaría, según me lo imaginaba, sobre las dificultades que observaba, tanto del país como del globo terráqueo, calibradas desde su mirada infantil. Al final, por circunstancias que no vienen al caso mencionar, tome otro sendero profesional en el que, dicho sea de pasada me he encontrado muy cómodo e interesado, aunque debo soportar con alguna frecuencia el reproche de una neurona necia que me reclama el haber seleccionado otro tema para la tesis.

Joaquín Salvador Lavado

Fue este un extraordinario dibujante nacido en Aragón, España, en los tiempos de la guerra civil española, que a los cuatro años de edad viajó con sus padres, en calidad de exiliados a la Argentina, en donde vivieron siempre. Hace unos pocos días murió, cuando apenas contaba con 88 años de edad y digo apenas porque a la gente como él se le debería dar siempre una prórroga que extienda su vida. Joaquín Salvador Lavado (Quino en su existencia real) fue quien ideó, escribió y dibujó a Mafalda y a sus compañeros en una serie larga de historietas que publicó durante diez años. Muy joven, Mafalda dejó de existir y solo la “resucitó” su creador con ocasión de un homenaje que le hicieron en la Unicef y en la promoción de algunos eventos a favor de los niños, la paz, las mujeres y otras causas nobles por el estilo.

Mafalda tuvo un gran éxito en casi medio planeta y fue traducida a cerca de cuarenta idiomas (incluido el chino, ¿quién lo iba a imaginar?), señal de su aceptación y asimilación, incluso hoy en día, en sociedades de culturas que casi nada tenían que ver con la hispanoamericana. En Argentina es un ícono nacional, al punto de que se encuentra colocada en el salón reservado en La Casa Rosada a los ídolos del deporte y del arte, al lado de Evita, Gardel, Nicolino Loche,  Juan Manuel Fangio, Gabriela Sabatini, Sandro, Astor Piazzolla, Maradona, Messi y otros más, todos de “carne y hueso”, .menos Mafalda

Quino y Mafalda fuero tipos “progre”. Siempre se mostraron como críticos de la vida tal como transcurría en el planeta. «Salvador siempre fue un hombre de izquierda, y nunca lo ocultó», según palabras del periodista colombiano Daniel Samper Pizano, quien lo consideró el «genial revulsivo» de nuestra tranquilidad, que iba al fondo de las cosas. Supo crear un mundo con sus personajes, de los que había que preguntarse si en realidad eran niños: «Lo que ha hecho Quino es albergar en cataduras infantiles ciertas reflexiones, angustias, ternuras y alegrías sin edad», agregaba Samper.

Mafalda llegó, así pues, a convertirse rápidamente en el símbolo de la protesta social. Se ubicó en la vereda opuesta al capitalismo. Mostró desde el humor su desacuerdo con el mundo en que vivía, aludiendo temas que, con sus variantes lógicas, todavía continúan entorpeciendo la marcha del planeta. Como opinó el intelectual italiano Umberto Eco, Mafalda “ … se inserta en este mundo de incertidumbres y estudiar sus caricaturas supone una puerta de entrada a ese mundo político, social y cultural cuyas conmociones han dejado efectos después de medio siglo”.

Las historias de Mafalda me dejaron siempre la impresión de que ofrecían un menú de filosofía y de sentido común, además de un instructivo de recomendaciones que servía para hacerle frente a la vida desde la irreverencia, el escepticismo, el compromiso y, hay que decirlo también, desde su dosis de pesimismo y tristeza, todo desde una cierta distancia que hacía más veraces sus relatos sobre la vida de cada quien y la del universo tan enmarañado en el que nos había tocado en suerte plantarnos. Se trataba de la Quinoterapia, como la denominó Gabriel García Márquez, asomando un modo que  “…recupera la imaginación infantil para cuestionar al mundo adulto, sus prejuicios y contradicciones, y despierta nuestra percepción atolondrada y dormida por las rutinas de nuestra seriedad, haciéndonos sentirnos quizás más vivos. Comprobar esto en cada libro de Quino es lo que se parece más a la felicidad”.

“Paren la década que me quiero bajar”

Como algunas otras, esta frase surgida de la invención de la gente no es de Mafalda, pero la verdad resulta difícil creer que no fue dicha por ella. En su típico estilo, tomada en préstamo por Juan Villoro, la expresión describe un tiempo en el que parecieran haberse acumulado todas las crisis posibles a lo largo y ancho del mundo, la más grave de todas ellas, la política: no ha habido manera de sentirnos y obrar como especie. “Me sorprende que Mafalda tenga cada vez más vigencia”, afirmó un poco antes de morir Joaquín Salvador Lavado. “Me sorprende y me deprime un poco también, porque eso quiere decir que no hemos cambiado demasiado”, agregó.

Razón tenía el escritor portugués José Saramago cuando le dijo: “Mafalda fue mi maestra de filosofía y debería ser de lectura obligatoria, pero no en los colegios: en las universidades”. Dicho esto por el premio Nobel, a lo mejor yo no estaba tan equivocado cuando se me metió en la cabeza escribir mi tesis de grado sobre Mafalda.

Viendo las cosas como están, habría que darle la razón a Quino: “Seguimos construyendo la destrucción del futuro”. Y estoy seguro de que la propia Mafalda se vería en la necesidad de recordarnos que “lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.

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