Si algo nos ha unido a los venezolanos de todo el mundo en la última semana ha sido la devastadora noticia de los ocho compatriotas fallecidos en la localidad de Brownsville, estado de Texas, en Estados Unidos.
La noticia agrega que otras seis personas resultaron heridas y que los muertos eran todos inmigrantes venezolanos. Los medios también han informado que, de los 6.000 migrantes que se encontraban en ese momento bajo custodia de la Patrulla Fronteriza en el Rio Grande Valley, 4.000 eran de nuestra nacionalidad.
Un individuo atropelló, al parecer de manera intencional, al grupo de más de 20 personas que esperaban en una parada de autobús, frente a un refugio para personas sin hogar, que en el momento se encontraba lleno de inmigrantes.
Estas personas salían temprano en la mañana a sus ocupaciones, ya que vuelven a ese centro solamente a dormir. La parada no está señalizada y los pasajeros acostumbran a esperar sentados en la acera, lo que los hizo presa más fácil del arrollamiento.
Un video deja ver cómo una camioneta se pasó la luz roja y embistió al grupo. Los mismos testigos detuvieron al conductor y lo entregaron a las autoridades.
Cinco de los compatriotas que perdieron la vida fueron identificados como Bryan García (24) y Enyerbert Cabarcas (23), de Maracaibo, Zulia; Jorge Luis Flores y Héctor David Medina Medero, de Falcón; y Richard Bustamante, de Portuguesa.
Tragedias de este calibre están ocurriendo en todo el mundo, por la exacerbación del odio al migrante. Se trata de una posición tan errada como inaceptable.
En primer lugar, porque, como aclara las Naciones Unidas, ningún ser humano es “ilegal”. Hay que distinguir la situación de identidad de la persona de su condición como ser humano.
Tachar a alguien de “ilegal” es el comienzo de un estigma que puede conducir al odio y, finalmente, a actos de violencia que cuesten vidas, como lamentablemente acabamos de ver en esta desgracia.
Es el miedo al desconocido y al distinto lo que parece echarle combustible al fuego de la estigmatización del inmigrante. Ese que no es de nuestro mismo color, que no habla nuestro mismo idioma, que come otras cosas y escucha otra música, ese que supuestamente está llegando para cambiarnos. Y se cree que hay que detenerlo.
Lo que no se dice es que, en la gran mayoría de los casos, el migrante es quien mejor se comporta. Ese ser humano viene huyendo de una situación adversa. Busca una oportunidad y está dispuesto a ganársela.
El migrante va a ser agradecido con la tierra que le dio techo y comida, la va a enriquecer con su cultura y aportará también unos hijos y nietos a quienes enseñará a amar y respetar ese país que ahora es de toda su familia.
Es especialmente doloroso para nuestro gentilicio, porque los migrantes de nuestra tierra son numerosos en este momento y están dispersos prácticamente por todo el planeta. Por esto, tragedias como la que hoy nos ocupa pueden terminar descargándose sobre nuestros compatriotas que están en situación de vulnerabilidad en cualquier latitud.
Lo más lamentable del caso de Brownsville es que el atacante era también un latino. Los últimos informes de prensa señalan que el presunto responsable no está cooperando con las autoridades y su nombre es George Álvarez, de nacionalidad mexicana. Presenta un amplio prontuario criminal, incluidos varios asaltos con armas de fuego.
Al momento de escribir estas líneas no se cerraba ninguna hipótesis sobre lo sucedido. Las autoridades decían que “podría tratarse de intoxicación; pudo ser un accidente o pudo ser intencional”.
El odio a un migrante es sin duda siempre un hecho condenable. Pero, aunque no sabemos mayores detalles sobre este personaje ni lo que hay realmente tras esta tragedia, no podemos evitar preguntarnos cómo se puede llegar a semejante arremetida contra otras personas, cuando aparentemente incluso hay un vínculo de origen con ellas.
La historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Sea por huir de conflictos y de situaciones adversas, o por buscar mejores oportunidades, los seres humanos se desplazan desde que el mundo es mundo.
Los países más desarrollados son los mismos que incorporan a sus sociedades a quienes llegan a tocar las puertas, saben aprovechar sus conocimientos y su fuerza de trabajo y terminan contándolos entre sus mejores ciudadanos.
Solamente quienes pretenden sacar provecho propio de discursos de odio pueden enfilar sus baterías contra personas en desgracia, que potencialmente podrían ser de provecho para su propia sociedad.
Nos queda solamente elevar nuestra oración por los fallecidos, por el consuelo para sus deudos y por los migrantes de cualquier nacionalidad, quienes son presa fácil de los prejuicios irresponsables que pueden llegar a ser letales.