«El Año Nuevo cumple recién una semana de estrenado y ya se siente como una película a la que uno llegó después de empezada la función». Elda Cantú, The New York Times.
El sexto día del recién nacido 2022, mientras el bellaco mazo-dando mostraba a su exigua clientela requisitorias ilegalmente impresas y exponía a dirigentes opositores al escarnio público, violando todo ordenamiento jurídico —pueril intento de desagravio ante las solicitudes de captura libradas en su contra con millonarias recompensas en dólares—, decidí poner en blanco y negro las divagaciones a publicarse este electoral domingo 9 de enero. A decir verdad, lo hice sin tener claro cómo abordarlas: el bochinche y la guachafita se prolongaron más de lo prudente, y aún se escuchaban edípicos ditirambos hallaqueros, nos culpabilizaban los chantajes afectivos magnificados por el distanciamiento social inherente a la pandemia y proseguía el intercambio protocolar, hipócrita o cortés de felicitaciones e ilusorios parabienes de cara al vigésimo tercer año de la era chavista. Así, pues, acaricié la idea de parodiar a El dinosaurio, el más encomiado de los microrrelatos de Augusto Monterroso y no muy velada referencia al PRI, partido de la perfecta dictadura mexicana — «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»—, y escribir, en alusión a los más de 200 civiles y militares confinados en las infames ergástulas del régimen ―230 hombres, 14 mujeres y un menor de edad―: «Comenzó 2022 y los presos políticos continuaron encarcelados». Reconozco la obligación moral de solidarizarnos con estos compatriotas; sin embargo, otros asuntos distrajeron mi atención. Deslumbrado por dos fumetti debidos a la invectiva de Andrés Rábago García, humorista gráfico español, cuyas viñetas, rubricadas con el seudónimo de El Roto y a medio camino entre la ironía y el sarcasmo, ponen un cáustico acento en las páginas de opinión de El País, cambié de rumbo.
«Nos lo venden por nuevo, pero es un año viejo, reciclado», fue la leyenda del talentoso caricaturista estampada en su primera entrega del año. El aserto tiene sentido en Venezuela porque, a pesar de las falaces afirmaciones de Nicolás en su postrera alocución de año muerto, no hay fundadas esperanzas de una normalización de la vida ciudadana a corto y mediano plazo; no con la crisis crónica de gobernanza, la menesterosidad rayana en la indigencia de la población y unas finanzas maltrechas basadas en el espejismo de la dolarización y la excluyente economía de bodegón (Once Upon a Time in Cuba), concomitantes al anacrónico modo de dominación a contracorriente de la historia. Y la historia, desde una muy distorsionada óptica, claro, es el reservorio de disparates del fanatismo bolivariano; fanatismo e intransigencia, capaces de engendrar extorsiones emocionales, como las contenidas en el mensaje navideño filmado en Miraflores, en el cual Bigotes y La Dueña se pasean en una especie de retablo independentista entre actores disfrazados con trajes y uniformes de época, provenientes, conjeturo, del vestuario del «canal de todos los venezolanos» —¿habrán adelantado el Carnaval?, me pregunté, cuando vi el esperpéntico spot, pero es obvio: «Quien controla el pasado, controlará el futuro», no lo digo yo, lo escribió Orwell, of course—, en una nueva tentativa de reinterpretar el pasado a capricho y ajustarlo a la peculiar narrativa nicochavista. Semejante desviación es síntoma inequívoco de esa enfermedad infantil conocida con el nombre de patrioterismo; y el patrioterismo, de acuerdo con El Roto, «es una inflamación de las glándulas patrióticas».
Así elucubraba yo la noche del jueves, cuando, después de colocar el punto y aparte al párrafo precedente, encendí el televisor y me cayó la locha al contemplar en un canal español la llegada de los Reyes Magos a la Plaza Mayor de Madrid en tiempos precovid. Majestuosamente ataviados, coronados y enturbantados, tres actores a destajo se hacían pasar por Gaspar, Melchor y Baltazar, pero a caballo —a fin de cuentas, «un camello es un caballo diseñado por una comisión»—, y la chiquillería aplaudía y gritaba a rabiar. Asocié la representación madrileña con una obra de William Shakespeare, sin reyes ni dromedarios ni vacas ni bueyes ni estrella de Belén, versionada cinematográfica y recurrentemente al menos 20 veces.
Escrita entre el último año del siglo XVI y el primero del XVII, La duodécima noche, Como gustéis, o Noche de Reyes ―estos son apenas 3 de los muchos nombres dados en castellano por traductores y metteurs en scène a Twelfth Night or What You Will, como se llamó en isabelino inglés―, es una deliciosa comedia de enredos en 5 actos que debemos al genio y la pluma del Cisne de Avon y fue pábulodel garabateo de estas líneas, por referirse,aunque solo nominalmente,a la Adoración de los Reyes Magos, festejo agendado en el calendario eclesiástico como Epifanía del Señor y celebrada con regalos, roscones, galettes des rois y otras golosinas para alegrarle la jornada festiva a grandes y chicos —el año pasado, Donald Trump puso una sangrienta guinda al pastel de su arrogancia y olímpico desprecio a la democracia, alentando a sus iracundos seguidores a sitiar el Capitolio federal, y cagarse literalmente en la Constitución y en los padres fundadores. 5 muertos y 140 heridos… pero eso es harina de costal diverso—.
No abrumaré al lector contándole el argumento de la obra; me interesa, sí, destacar una frase contenida en una carta apócrifa interceptada por Malviolo (Nigel Hawthorne), criado de Olivia (H. Bonham Carter), de la cual aquel deduce que su ama está enamorada de él, y en los subtítulos, fue traducida de esta guisa: «No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande». La sabia reflexión puesta en manos de Malviolo nos remitió a la realidad. Pensamos de inmediato en Nicolás Maduro. En su cara de yo no fui, en sus intermitentes arrebatos de misticismo y su pertinaz búsqueda de lo que no se le ha perdido. La figura y el recuerdo magnificado de su antecesor le aplastaron. Por eso transita el camino de la destemplanza, la confrontación y la provocación; por eso mismo procura desmarcarse del entorno del eterno. Satélite al fin, no brilla con luz propia. Como no calza los puntos de quien le apadrinó, se resigna a vestir gorras y camisas militarizadas similares a las del excesivamente venerado comandante galáctico; empero, cual sentencia Feste, el bufón (Ben Kingsley), «cucullos non facit manachum», es decir, el hábito no hace al monje.
¿Cómo no pensar en el señor Maduro y su pedestre imitación gestual de quien, además de ponerle donde está, negoció con Rusia la instalación en Venezuela de una fábrica de fusiles Kalashnikov, proyecto retardado u olvidado y, ahora rescatado como regalo de reyes por algún hijo (o hija) de Putin, según informó Valeria Reshétnikova, portavoz del Servicio Federal de Cooperación Militar y Técnica de la nación euroasiática en trance de invadir a Ucrania y muy bonito nos va a quedar esa conchupancia con el oso expansionista, tan bonito como asegurar que los retrasos registrados en la construcción de la factoría armamentista se debieron a la pandemia y, hágame usted el favor, ¡a las sanciones de Estados Unidos!
Hoy se conmemora el 151° aniversario del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), organismo revolucionado por el socialismo del siglo XXI, a objeto de no inquietar a la marabunta roja y al comandante for ever con cifras e indicadores contrarios a sus expectativas, mediante un singular manejo de la informática y las ciencias actuariales; manejo compartido, graciosamente, con el Poder Electoral, a prueba también hoy cuando Maduro y el PSUV se juegan a Rosalinda en Barinas, apostando por el exyernísimo. La opinática se inclina por Sergio Garrido; pero, la sala electoral del tsj (minúsculas obligatorias) debe tener lista alguna marranería contra el candidato de la oposición unida jamás será vencida ni su victoria reconocida. Ya el vicepresidente sectorial de obras públicas y ministro de energía eléctrica y zoología fantástica denunció un presunto sabotaje (premonitorio del timo) urdido, ¡cómo no!, por la extrema derecha para entorpecer los comicios en el terruño de los Chávez…Quousque tandem abutere, Reverol, patientia nostra?
Hoy 9 de enero, Día Mundial del Ascenso en Globo —hay días, pa’tó, ironizaría un torero— nos toca recordar, para concluir, a Fausto Verdial y Teodoro Petkoff, quienes estarían cumpliendo 89 y 90 años, el próximo martes 11 el primero y el pasado lunes 3 el segundo, y a Adriano González León, fallecido hace 14 años, el 12 de enero de 2008 a los 76 años de edad. De los tres fui amigo y les recuerdo con admiración.Y hasta aquí mi Noche de Reyes. La víspera Guaidó fue ratificado —«A tres me parece que va la vencida» (La Celestina XIX 3) —, los presos políticos siguen presos y olvidémonos del diálogo.
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