Siempre hemos argumentado que las diferencias entre el chavismo y la falsa oposición son de forma. En principio pareciera que son diferentes porque uno pretende disputar el poder al otro, pero en esencia ambos buscan sostener al mismo régimen político chavista y su Constitución de 1999. La máxima aspiración política de la falsa oposición, en todas sus versiones, es intentar ser gobierno dentro del Estado chavista por la vía electoral y de una supuesta transición negociada. Pero esto no va a ocurrir porque el chavismo desde hace mucho tiempo decidió que jamás entregará el poder en forma pacífica.
Sin embargo, al mismo tiempo el chavismo se esmera en mantener viva la esperanza de que la falsa oposición algún día podría ser gobierno si juega según las reglas del Estado chavista y se acopla con este. Por parte del chavismo este ha sido el punto número uno en todas las negociaciones que ha celebrado con la falsa oposición desde 1999. Como la falsa oposición no ha tenido una dirección y orientación política única en todo este tiempo sus acciones están caracterizadas por marchas y contramarchas. Esto explica que unas veces hayan intentado llegar al gobierno participando en los fraudes electorales del chavismo y otras llamando a no votar. Eso sí, siempre y a todo evento jurando fidelidad a la Constitución chavista de 1999 y sus inviables e inaplicables métodos para elegir a un gobierno en forma democrática o revocar su mandato.
La conformación de un presunto gobierno interino dependiente de la Asamblea Nacional de 2015, sin ningún fundamento legal o constitucional, fue presentada como la posibilidad de crear un eje de poder político real alterno al Estado chavista. El apoyo diplomático de varios países, incluidos Estados Unidos y Colombia, al llamado interinato de Juan Guaidó hacía pensar que desde allí se construiría una suerte de gobierno en el exilio para coordinar las acciones en el desplazamiento del chavismo del poder en Venezuela.
El interinato de Juan Guaidó y la falsa oposición no tardarían semanas en mostrar que sus prioridades no eran precisamente articular un gobierno en el exilio para enfrentar al chavismo sino más bien operar como una oficina de nóminas y contratos para el beneficio de las franquicias partidistas de la falsa oposición y sus clientelas. Nunca el interinato de Guaidó ejerció actos de gobierno. En lugar de ministros tuvo “comisionados”. No solo evitó designar a un ministro de la Defensa u organizar un ejército sino que con infinidad de excusas nunca presentó una solicitud formal de apoyo militar a los países que le respaldaban para intervenir en Venezuela.
Lo que sí hizo el interinato de Juan Guaidó fue usar el apoyo internacional para hacerse reconocer como titular de los activos de Venezuela en el exterior y además receptor de fondos y recursos de la ayuda humanitaria entregada por otros países. Repitiendo prácticas típicamente chavistas el interinato se ha negado en forma sistemática a rendirles cuentas a los venezolanos sobre los cuantiosos recursos que ha manejado. Amparado en el hecho de ser un constructo seudolegal reconocido diplomáticamente por varios países, pero sin ataduras legales en ninguno, el llamado gobierno interino de Juan Guaidó se transformó bien temprano en un verdadero hamponato interino.
El inminente retiro del apoyo que ofrece los Estados Unidos a esa caricatura de gobierno es lo que movió a la falsa oposición a buscar una nueva negociación con el régimen chavista. Por supuesto, la única forma de regresar a la talanquera chavista es por la vía electoral. La necesidad y la urgencia de estar pegados a algo que se pueda parasitar es lo que lleva a los partidos de la falsa oposición a cambiar una vez más su postura y lanzarse a la celebración de la “fiesta democrática y electoral”.
La jugada ha sido tan burda como torpe. Supuestamente de las negociaciones en México y de las condiciones electorales que ofreciera el régimen dependería la participación de la falsa oposición en la farsa electoral. Pasado el tiempo y llegado el momento de hacer las postulaciones la falsa oposición y sus partidos presentaron puntualmente sus candidatos sin ni siquiera mencionar el tema de las famosas condiciones electorales. Los más descarados se destacan porque sin rubor dicen que al final las condiciones no importan, con ellas o sin ellas hay que ir a votar para “conquistar espacios de lucha.”
Mientras el Estado chavista controle todas las instituciones jamás habrá garantía de elecciones libres y democráticas en Venezuela. Las pequeñas concesiones reglamentarias que el chavismo le pueda dar a la falsa oposición son nimiedades comparadas con el inmenso poder que se reservan para decidir a quiénes les serán adjudicados los cargos.
Lo que habrá el 21 de noviembre no son unas elecciones, es otra farsa electoral orquestada por el chavismo con la complicidad de la falsa oposición en todas sus versiones. La supuesta pugna entre candidatos de la oposición es parte del show para tratar de darle dramatismo al asunto e intentar mover a la gente a votar. No por los votos que de por sí son completamente irrelevantes en el sistema electoral chavista sino para la fotografía de los centros de votación donde ambos, tanto chavistas como falsos opositores, esperan mostrarle a mundo largas colas de electores que avalan cualquier cosa que el Consejo Electoral chavista se le antoje anunciar como resultado oficial.
Aceptar la tesis electorera y oportunista de la falsa oposición y sus candidatos es avalar la corrupción que se ha tragado al hamponato interino. Pero esto solo podría ser un dilema para unos cuantos que aún esperan seguir viviendo de la política como clientela bien pagada por las franquicias partidistas con dineros y recursos del tesoro nacional. Por el contrario, la inmensa mayoría de los venezolanos no se plantea ni siquiera la posibilidad de ir a votar porque entiende que es una forma de apoyar al régimen, pero además porque no hacerlo es una forma, quizás la única efectiva por el momento, para votar al mismo tiempo contra el chavismo y la falsa oposición.