Tal como decía mi abuela Adelaida, “árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza”. Ese es el patético caso de los impostores que escalaron la cima del poder en Venezuela, montados en la consigna “el gobierno de los pobres”. Esas palabras juntas en ese lema tenían un tufo populista que solo por los efectos del covid-19 sería imposible de no percibir. Desde que pusieron un pie en las oficinas públicas comenzaron a comportarse tal como realmente son: unos redomados arbitrarios llenos de resentimientos, odios, envidia y guiados por los más bajos instintos. Lo primero que hicieron fue pisotear la Constitución del año 1961 para que “el líder galáctico” justificara su antojo de convocar, con todo desafuero, una Asamblea Nacional Constituyente. Lo que vino después, hasta nuestros días, no ha sido sino violaciones, sectarismo, persecuciones a la disidencia, crímenes, robos descarados, nepotismo y alianzas con los ejes del mal.
En los despachos ministeriales y en las dependencias de gobernaciones y alcaldías, la Ley de Carrera Administrativa y los contratos colectivos quedaron para pasar coleto. Desde hace más de 22 años en esas instancias lo que se impone es la “ley del patriota cooperante”. Para nada sirven ya los méritos acumulados en años de servicio eficiente, lo que realmente vale ahora, es que usted cumpla con asistir a las marchas de la revolución, eso sí, vestido de “punta en rojo” y con la letra de los eslóganes caletreados… “así, así, así es que se gobierna”.
Otra obligación que no pueden saltarse los integrantes de estas comparsas revolucionarias es admitir públicamente que seguirán apoyando a Maduro como lo hicieron con Chávez, «aunque se estén muriendo de hambre». Deben confesar con orgullo que «cocinar con leña es mucho mejor que prender las hornillas con ese gas que contamina el medioambiente», y negar que «talar árboles sea un crimen ecológico». Que regalar nuestro petróleo es un gesto bondadoso, sin reparar ni cuestionar que esos obsequios sean para fortalecer otros países mientras el nuestro se hunde en la miseria. Que los errores cometidos por Chávez para poner en riesgo nuestro Esequibo “están bien buenos”, porque todo lo que hizo “el líder eterno” era maravilloso, aunque nos cueste un tajo grande de nuestro territorio.
En definitiva, iniciamos otro año más de sufrimientos con esa narcotiranía que por las señales que da no tiene la más mínima intención de frenar su malignidad, por el contrario, viene con renovados propósitos de envilecimiento. Debutaron este año asesinando al líder indígena Salvador Franco, porque eso de dejarlo morir cuando se le habían hecho las advertencias de rigor sobre su delicado estado de salud, no se puede dejar de calificar como un homicidio intencional. Desde el primer día de enero soltaron sus «perros de caza» para buscar a los disidentes, porque bien se sabe que opinar o disentir en este régimen es un delito que se paga con cárcel y con la vida también. Instalaron su circo parlamentario, con alacranes incluidos, además de la constelación de pranes, narcos y terroristas. ¡Es más que evidente que no tienen remedio, a menos que se les aplique una buena dosis de Responsabilidad de Proteger!