OPINIÓN

No te amañes en el desierto

por Alejandra Jiménez Pomárico Alejandra Jiménez Pomárico

En todo tiempo de retos las cosas que requerimos leer o escuchar se erguirán frente a nosotros sin posibilidad de ser ignoradas. Si las brincamos o no deseamos escuchar, mutarán en una nueva forma y manera, hasta que entendamos lo que es pertinente. De lo contrario, las situaciones se reciclarán una y otra vez, gestando la plataforma para inquirir en el aprendizaje que se requiere. Recientemente, tuve la fortuna de toparme con una frase imponente, que se repetía en mi cabeza una y otra vez, proferida a una persona que se encuentra en medio de una situación de acecho, le buscan para procurar su destrucción y quien le advierte, hace la siguiente recomendación: “Procura no pasar demasiado tiempo en el desierto, no sea que tú y los que te acompañan perezcan allí”.

Esas palabras se clavaron en mi alma y retumbaban como lancetas contra las ráfagas de pensamientos. Me propuse meditar en qué sería un desierto exactamente donde se pueda fallecer, y además se arrastre a otros a una muerte prematura, o quiénes serían esos otros. Acuñaba la idea de que un desierto puede ser una estructura propia de pensamiento, donde otros queden adheridos como en una trampa, adoptando conductas por imitación más que por convicción. Por supuesto, también puede ser un lugar oscuro de procesamiento y prueba, donde se llega por decisiones propias o circunstancias de la vida. También, podría tratarse de una condición que se adopta a voluntad, para evadir aquello que resulta oportuno y evidente enfrentar, luego sin cortesía se opta por una actitud en particular. Todas ellas, situaciones desérticas, en las que sin duda otros serían salpicados de arena.

Por alguna razón, eventualmente se contagian las malas actitudes y amarguras como reproducidas bajo el secuestro de maquinarias moleculares vitales, y en lugar de ser alertas para cambios de velocidad o posturas intervencionistas, se adoptan con gran facilidad y soltura. Entonces, un comportamiento se vuelve común o hasta exclusivo de un grupo de personas, como si las definiera, o fuese característico de esencial para formar parte. Todo esto resulta bien curioso, y de una u otra forma le ocurre a todo individuo en diversas etapas de la vida. Se requiere una mente despierta y un espíritu protagónico para gestar cambios al respecto.

Grandes fortificaciones son construidas con gran rapidez en el desierto, con el fin de resguardarse de las inclementes condiciones que se experimentan allí. Sin embargo, esas mismas estructuras se convierten en anclajes confortables a la estación desértica que estocásticamente corresponde vivir. Termina resultando que los individuos se acomodan como residentes temporales, cuando deben ser solo turistas estacionales. Por más que las situaciones discurren y el tiempo avanza, no inquieren en la sabiduría que fungirá como llave para salir a la siguiente estación. Por ello, mi exclamación en esta oportunidad es: ¡no te amañes en el desierto, no sea que tú y los que te frecuentan, escuchan y aman, perezcan junto a ti al abrazar la tóxica hiel de tu boca!

@alelinssey20