Entre el victimario y la víctima no se puede ser neutral. Entre el agresor y el agredido no se puede ser neutral. Entre un poder que destruye a la nación y la nación en condiciones de catástrofe humanitaria no se puede ser neutral.
Ser neutral, en estos y otros tantos casos similares, equivale a cooperar con el mal. A tomar partido, así sea de manera disimulada, por los que causan el daño por su despotismo y depredación.
El colmo de esa farsa fue la política que aplicó el Centro Carter en nuestro país, hace años: estamos a favor de todas las partes… No sé de dónde habrán sacado eso, lo que sí sé es que sirvió de pretexto para ayudar a la hegemonía.
Asumir claramente una posición en defensa de los derechos del pueblo no significa perder de vista la realidad y luchar de manera improvisada. Ello puede ser muy beneficioso para el continuismo del poder establecido.
Pero sí significa evitar las ambigüedades y los discernimientos interesados que, como tales, confunden la buena voluntad. ¿Por qué edulcorar las pretensiones avasallantes del poder? En muchos casos hay respuestas notorias en lo político y económico. En otros, intentar comprender, cuesta y duele.
La neutralidad es aliada de la hegemonía, acaso una de gran eficacia. Hay que denunciar la neutralidad. Y hay que plantear un compromiso con el cambio que sea de raíz. Sin imparcialidades de cartón, ni justificaciones a lo inaceptable.
No se puede -pero sobre todo no se debe- ser neutral ante los horrores que asolan la patria.