“No hago otra cosa que pensar en ti. Por halagarte y para que se sepa, tomé papel y lápiz y esparcí, las prendas de tu amor sobre la mesa. Buscaba una canción y me perdí, en un montón de palabras gastadas. No hago otra cosa que pensar en ti, y no se me ocurre nada”. (“No hago otra cosa que pensar en ti”. Joan Manuel Serrat).
Recuerdo muy bien los primeros tiempos, los primeros artículos, con los que me inicié en este mundo mágico del columnismo. Entonces, lejos de preocuparme de cómo debía escribir, mis desvelos, más bien, eran motivados por algo muy diferente. Es verdad que, si lo analizo, sigue ocurriéndome, y para muestra esta columna, pero la causa de mis desvelos, entonces, era encontrar un tema sobre el que escribir, sobre el que hilar la columna.
Mis primeras columnas, siguiendo con este razonamiento, se basaron principalmente en vivencias y anécdotas personales. Cierto es que, al principio, es una buena fuente de inspiración, si bien llega un momento cercano en el que se te acaban las anécdotas. De esta época recuerdo, con cariño, columnas como «La Polilla» o «En tiempo de guerra«, que todavía pueden encontrarse en las correspondientes publicaciones. Es verdad que ahora, cuando las releo, noto las carencias del escritor novel, pero también la frescura del que buscaba entretener con cada artículo.
Recuerdo también que uno de mis lectores más fieles de aquel entonces en que solo me leían los cercanos, mi primo Eduardo, me dijo un día que eran muy divertidos, pero que de que iba a escribir cuando se me terminasen las anécdotas.
Es cierto que, entonces, aún no había comprendido que no hay que buscar un tema interesante, que componga un artículo brillante, grácil y original, como un postre de Daviz Muñoz, sino que, más bien al contrario, el desafío consiste en construir un artículo sobre un tema nimio, que en principio podría parecer que no da para dos líneas. De aquella época, en la que comprendí esto tan simple, recuerdo artículos como “La mosca” o “Instrucciones para no leer a Cortázar». En realidad, si ustedes me leen habitualmente, en la mayoría de los casos escribo sobre estupideces, sobre temas de cabecera que, posteriormente, derivan por los caminos que ellos eligen llevar, no por el camino que yo quería marcarles.
Hay días, como hoy, en que la musa te abandona. Hay días, créanme, en los que te sientas delante del teclado y eres incapaz de pulsar la primera tecla, del mismo modo que, en ocasiones, te aborda un tema para un artículo, sustentado en una frase que acabas de leer, o una canción que acabas de escuchar, y hay que grabarlo o apuntarlo rápidamente, porque de la misma manera que llega, se vuelve a ir, con el viento, y no puedes recordarlo con la nitidez que sería necesaria. En ocasiones, una frase o una situación sirven para escribir, en tiempo real, el artículo completo en tu cabeza. Sobre esto, recuerdo que David Summers, vocalista de los Hombres G, por si hay algún lector de Marte u otros planetas, me contó que había llegado a salir de la ducha para escribir una idea antes de que se fuera para siempre, por el desagüe. Si le pasa a David, que es un erudito, que también me pase a mi es una buena señal.
Y ocurre en todos los ámbitos creativos. Es cierto que lo deseable es que tengas algún conocimiento del tema que estás tratando, si bien la opinión, que es el campo en el que yo me muevo, te permite hablar sin ser un experto de infinidad de materias. Baste con ver las tertulias de televisión, donde el mismo tipo o la misma tipa opinan de la corrupción en el caso mascarillas o del beso de Rubiales. En el columnismo ocurre lo mismo, a no ser que seas tan pretencioso de querer sentar cátedra con tus opiniones, que no es el caso. De cualquier modo, en cierta ocasión, AJ Ussía, novelista y columnista de diversas publicaciones, me dijo que en su opinión, “no puedes escribir sobre como huele un bar inmundo si no has estado en un bar inmundo”. Le compro el razonamiento, como hombre brillante que es, pero yo creo que hoy hay mucha gente que habla de todo desde el sillón de su casa.
Así pues, y desde la iniquidad que aporta la posibilidad de expresarse en público, lo realmente interesante, a la hora de escribir, es no tener ni idea de lo que vas a escribir, como me ha pasado hoy, y dejar que tus elucubraciones fluyan, para convertirte en lector de lo que estás escribiendo a medida que el texto aparece, negro sobre blanco, en la pantalla.
“Calle arriba caminé tranquilo, al encuentro de un invierno frío que dejé pasar. Al doblar la esquina de la acera, di de bruces con la primavera, no la vi llegar. Un verano sin escusa, y en otoño de olvidó la musa, me dejó marchar. Me perdí en las estaciones y hoy el tren paró por vacaciones, no quiere arrancar”. (“Estaciones”. Antonio Vega).
@elvillano1970
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