OPINIÓN

No se calmaron las negras aguas 

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

Apesadumbra el violento escenario de protestas turbulentas, destructivas y simultáneas en ciudades estadounidenses, (comparables con las ocurridas en ocasión del asesinato de Martin Luther King), por el crimen de un ciudadano “african american”; de color, negro. Palabra despectiva, discriminatoria e irrespetuosa para algunos, afortunadamente en Venezuela no es mal término, por el contrario, es usado con frecuencia en galantería: ¡negra pa’ bella!, ¡negrita querida!, ¡hermosa mi negra!

Con la conmoción callejera, una ola inmensa de debate público se ha desatado. Quien lo hubiera imaginado, Obama luego de 8 años de gobierno -en mucho cuestionable, pero estable y popularidad suficiente para ser reelecto- el problema racial habría, si no desaparecido, al menos calmado en Estados Unidos.

Muchos son asesinados en Estados Unidos, país legalista, respetuoso, como tradicionalista y armado. Negros matan y son matados, los hay ladrones, asesinos, violentos, sinvergüenzas, como los hay blancos y también de origen latino, dos comunidades que rivalizan en crecimiento y preponderancia, con la negritud llevando la delantera no por llegar primero, pues indios, mexicanos y españoles estaban en el centro y oeste estadounidense antes de que la defensa de los derechos de los negros esclavos o de sus amos blancos estallara en feroz, injusta y cruenta guerra; sino porque a raíz de ese problema dirimido en conflagración, los negros y su constitucional similitud con los blancos saltó a la palestra. Estados Unidos por una mezcla de necedad majadera mexicana y abuso de poder, terminó adueñándose de un territorio más grande que el México actual, todo el hollywoodense “lejano oeste” colmado de petróleo, oro, extensiones para cultivos y ganadería, sol y terremotos.

Durante años se discutió, no si los negros poseían o no derechos humanos y constitucionales, sino si tenían los mismos que los blancos; fueran iguales y vivieran como iguales fue el sueño de Martin Luther King, matarlos el de Malcolm X, ambos fueron asesinados.

La historia de Estados Unidos está rebosante de problemas laborales, choques raciales, y en la exigencia de justicia, destruyen, saquean, queman estaciones y patrullas policiales, golpean agentes, al límite de rebasarlos, y obligando salir a la Guardia Nacional para poner orden. El racismo es una constante en la historia norteamericana, difícil pero no imposible de superar.

El progreso, la tecnología, la educación y la evolución política han ido suavizando pero no eliminando el conflicto. El desarrollo y crecimiento de dirigentes propios en sus comunidades hizo pensar que los dilemas raciales irían esfumándose, cuando además se hizo realidad lo que pocos hubieran creído, ¡un negro presidente!, algo más increíble que la tragedia décadas antes, ¡un católico presidente!

A Kennedy lo asesinaron, no por católico ni para matar al catolicismo estadounidense. A Obama lo dejaron llegar, gobernar, decir y hacer unas cuantas tonterías, reelegirse y hasta visitar una bodega oficialista habanera.

Cuando todos pensábamos que ya lo del racismo era cosa en decadencia, resulta que no. Sigue ahí, pero ya no es desprecio, sino complejo y odio. Por cierto, y quizás sea casualidad ¿o no? las principales y grandes protestas de esta nueva oleada, son en las ciudades con alcaldes demócratas. Lo cual puede ser complicidad, trampa republicana, intriga socialista o conspiración comunista, ideología que, para sorpresa, parece encontrar trincheras en el país del capitalismo y el partido de los Kennedy, Clinton, Obama, y también de Bernie Sanders, en el cual Joe Biden, además de sospechoso de corrupción, acoso, exvicepresidente, tiene, en la actualidad, contradicciones frente al empuje poderoso de Donald Trump, los nuevos y sospechosos estallidos sociales, y la persistencia en la continuidad castro-madurista.

La ciudadanía norteamericana, en general, fue y es una sociedad inactiva socialmente, bien portada, moderada, disfruta comodidades -confort-. Pero, el dolor y la incertidumbre, comienzan a agravarse también en las sociedades desarrolladas. Lo difícil, peligroso y delicado es poder predecir si la desbordante convulsión e indignidad social expresada, tomará forma política o ideológica sostenible en el tiempo.

¡El poderío civilista ciudadano puede cambiar el cruel proceder y desvío institucional!

@ArmandoMartini