Mañana lunes se cumplirá el primer mes de la cuarentena decretada por el gobierno de facto, una decisión un tanto compulsiva, basada no solo en el pánico internacional derivado de la onda expansiva del mal de Wuhan, sino también en cálculos políticos.
Sin cavar muy hondo afloran a la superficie las intenciones ocultas: al condenar a la población al aislamiento social, Maduro y su impresentable combo pretenden inmovilizarla y reducir a cero el riesgo de incontrolables protestas por la precariedad del sistema sanitario —apenas un aspecto de la ya crónica crisis humanitaria, mas no el menos significativo— y el previsible desabastecimiento inherente a la escasez de combustible. Por ello asumen la grave contingencia a guisa de coartada justificativa de una eventual tregua encaminada a perfeccionar la usurpación. A este propósito contribuye la paranoia colectiva asociada a la intoxicación o infobesidad —sobrecarga de mensajes o saturación informativa difícil de procesar—, así como del superávit de noticias falsas —fake news— o infodemia, término perteneciente a la jerga de la Organización Mundial de la Salud.
Sí, le vino bien la pandemia al régimen dictatorial, y lo mismo el asueto fervoroso ma non troppo de esta sacra semana propicia para el perdón, especialmente hoy cuando se conmemora la apoteosis del hijo de María, “Gran figura histórico-mítica y Dios de Occidente”, cual le llamó en añeja entrevista Rafael Cadenas, quien el miércoles 8, día del Nazareno, llegó a 90 años de creativa existencia —“Siempre regreso al mismo idioma. Un cuero embrujado de animal Inatrapable, pero presente como la vida de un antepasado” —. ¡Gracias poeta, salud y felicitaciones!
No es el de hoy un domingo cualquiera. Es Domingo de Resurrección —o pascua florida—, fiesta cimera del calendario cristiano, pues se glorifica, ¡aleluya!, el triunfo de Jesús sobre la muerte, quien, de acuerdo con lo enseñado por catequistas y recitado por catecúmenos, “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, y, al tercer día, resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está desde entonces, precisa el Credo, a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”. Sí, hoy concluye la Semana Santa y si no lo impidiese el riguroso toque de queda planetario, hasta las más humildes iglesias del orbe cristiano se engalanarían para acoger en sus naves a una feligresía contrita y exultante al mismo tiempo; sin embargo, ante el vacío del templo, podríamos llenar de música barroca nuestros hogares y prestar oídos al Oratorio de Domingo de Pascua de Juan Sebastian Bach y a su Gran Misa Católica en Si menor.
Otros hechos acaecidos tal fecha como la presente, probablemente eclipsados por la vigilia pascual, reclaman nuestra atención, entre ellos el primer lanzamiento, en 1961, de un hombre al espacio, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin a bordo de la aeronave Vostok 1, hazaña perpetuada en las celebraciones simultáneas de La Noche de Yuri, el Día Mundial de los Vuelos Espaciales Tripulados y el Día de la Cosmonáutica. Igual y paradójicamente se festeja el Día de la Reducción de los Gastos Militares. Y si tanto parece poco, hay unos cuantos santos a venerar: Julio (en abril, quién lo diría), Alferio, Damián, Visia de Fermo, Zenón de Verona y el irlandés Erkembodone.
A nosotros, los venezolanos, nos interesa particularmente lo acaecido hace exactamente 18 años, el 12 de abril de 2002. Era viernes y una porción significativa de la población bailaba en una sola pata al conocerse la presunta renuncia del santón barinés, anunciada la víspera en cadena nacional por un caprichosamente trisoleado general con nombre de evangelista bueno para cuartetas sicalípticas y rimas malucas, en estos términos: “Los miembros del Alto Mando Militar de la República Bolivariana de Venezuela deploran los lamentables acontecimientos sucedidos en la ciudad capital en el día de ayer. Ante tales hechos, se le solicitó al señor presidente de la República la renuncia de su cargo, la cual aceptó. Los integrantes del Alto Mando ponen sus cargos a la orden, los cuales entregaremos a los oficiales que sean designados por las nuevas autoridades”. Se produjo, según algunos un vacío de poder; un golpe de Estado, de acuerdo con otros muchos. Golpe o vacío, la coyuntura permitió el ascenso de Pedro Carmona Estanga a la presidencia de la nación —su mandato ha sido el más corto en los anales republicanos— y disolver los poderes públicos a través de un decreto infausto cuya autoría aún es objeto de conjeturas.
Dos días más tarde de frustrada la chapuza en su contra, Hugo Rafael analgatizó en palacio por obra y gracia de su compadre, Raúl Isaías Baduel, encarcelado entre 2009 y 2015 por ingratitud, y desde 2017 porque le dio la gana al cogollo rojo y verde oliva. En cuanto a Lucas, no cabe dudas —la pueril y asonante rima es involuntaria—, fue factótum de una trama orientada a atornillar a Chávez, definitiva y vitaliciamente, en el trono miraflorino; en reconocimiento a su estelar actuación en la tragicomedia, fue pasado a retiro con honores y rango de embajador. Tiene 14 años —¿arrinconado?, ¡enchufado!— en la jefatura de nuestra legación en Lisboa, desde donde oficia, para mayor gloria de sus bolsillos y cuentas bancarias, de intermediario entre las mafias nicochavistas y agalludos empresarios portugueses.
A propósito de la trayectoria del primer general en jefe posgomecista y del accionar de las cloacas del poder detrás de la resurrección del comandante eterno, viene a cuento un fragmento de un artículo de Mariano Nava colgado en el portal Prodavinci (“Kakistocracia, el gobierno de los peores”, 04/04/20): “Una baja condición ética resulta esencial para el ejercicio de la tiranía. El engaño y la violencia se convierten en los pilares que la sustentan. Estos, a su vez, constituyen el hiato fundamental que separa a un régimen monárquico de uno tiránico, en otras palabras, la falta de legitimidad. Mientras la una se fundamenta en la ley o en el linaje, la otra lo hace en el engaño o la violencia”.
De la violencia ha dado sobradas muestras un narcogobierno repudiado, encuesta mediante, por más de 80% de sus súbditos, y en la mira de la DEA y la justicia norteamericana; del engaño ni se diga. El embuste y la intimidación armada son los recursos metódicos de gentes apoyadas en el revanchismo de una masa preterida y marginada, ahíta de redención y empatadas en un peor es nada ante la caducidad del contrato social en vigor desde 1958. Transcurridas dos décadas de fariseísmo puro y duro, tal masa ha menguado, desencantada de su alineación y arrepentida de su irreflexión. Abundan la mentira y la represión. Escasea el sentido de la realidad. Caben aquí un par de interrogantes del memorioso doctor Ramón J. Velázquez, formuladas en su introducción al libro La guerra de los compadres. Castro vs Gómez / Gómez vs Castro (Simón Alberto Consalvi, 2009): “¿Qué sucede con los hombres de poder, condenados fatalmente al desconocimiento de las realidades de la política, e incluso de su propia condición humana? ¿Por qué, seducidos por el poder y aferrados a sus privilegios, pierden la noción del mundo en que se mueven, menosprecian la naturaleza de las cosas y terminan por sentirse como poderosos dioses taumaturgos? Como dioses poderosos capaces de verlo todo, menos el precipicio que se les abre a sus pies”.
En Venezuela, aquí y ahora, profundas simas de desconfianza abrieron Maduro y sus cómplices a los pies de una población aterrorizada con la certeza de estar siendo embaucada con indicadores forjados y alegatos insuficientes respecto al impacto del coronavirus en nuestro país. Al respecto, la Comisión de Expertos de la Salud del gobierno interino afirmó en un comunicado: “Hemos oído de los voceros oficiales cifras de diferente orden de magnitudes en relación con pruebas diagnósticas, sin que hasta el momento se aclaren las contradicciones que generan dudas en la población”. Ignorar cuándo, dónde, cómo y a quiénes se practicaron los test impide determinar el número de contagios reales y potenciales.
Como afirmamos al principio, mañana finaliza la primera treintena de una cuarentena a contabilizarse seguramente no en días sino en semanas o acaso meses. ¿Tendrán tiempo los vagos al mando de arrepentirse y pedir perdón por sus mortales pecados, entre ellos el gravísimo crimen de lesa humanidad? Quizá convenga repetir hoy las últimas palabras del crucificado en el Gólgota: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
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