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No requieres tenerla si puedes construir tu buena suerte 

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Generalmente la suerte se considera como una serie de eventos fortuitos y aleatorios que no pueden ser controlados. No obstante, si tomamos la “buena suerte” en un sentido más amplio, podríamos decir que hay maneras de maximizar nuestras oportunidades y aumentar la probabilidad de que sucedan cosas positivas en nuestra vida.

El caso de Rubén y Margarita

Psicóloga: Hola Rubén, Margarita, ¿cómo se sienten hoy?

Rubén: Estamos muy tristes y frustrados. Parece que siempre tenemos mala suerte. Las cosas nunca nos salen bien.

Margarita: Sí, todo parece ir mal, no importa cuánto intentemos. Nos sentimos derrotados.

Psicóloga: Entiendo su frustración. Es fácil sentir que la mala suerte los domina, pero a veces es cuestión de perspectiva. Lo que les propongo es que definan un propósito de vida. ¿Han pensado en cuáles son sus objetivos y metas?

Rubén: No lo hemos hecho realmente. Solo tratamos de superar cada día.

Psicóloga: Eso es común, pero definir un propósito claro puede ayudarlos a sentir más control. Si tienen metas concretas, pueden planificar cómo alcanzarlas. Esto les permite anticipar problemas y prepararse mejor para enfrentarlos.

Margarita: ¿Y si fallamos de nuevo?…

Psicóloga: No alcanzar metas no siempre son fracasos. Cambien la perspectiva y vean estas situaciones como ocasiones para crecer. Cada obstáculo les enseñará algo nuevo y los hará más fuertes, aumentando su resiliencia.

Rubén: Suena bien, pero no es fácil cambiar la mentalidad.

Psicóloga: Claro, requiere tiempo y práctica. Pero si empiezan a ver los retos como oportunidades para mejorar, con un plan bien definido, experimentarán mayor bienestar. Lo importante es que cada paso los acerque más a sus metas, incluso cuando las cosas no salgan como esperaban.

Margarita: Creo que nunca lo habíamos visto así.

Psicóloga: Y esa es la clave: si enfocan su energía en lo que pueden controlar, como sus decisiones y acciones, verán cómo su “mala suerte” cambia. Vamos a comenzar a trabajar juntos. ¿Qué les parece si hacemos un programa de acción para alcanzar objetivos?

Rubén y Margarita: Convenido…

 

Preparados y dispuestos

Desde hace miles de años ya se consideraba que no toda la suerte era al azar. El filósofo romano Lucio Anneo Séneca fue un destacado escritor, filósofo estoico y político romano y escribió extensamente sobre la fortuna, la preparación y la oportunidad. En sus cartas a Lucilio, conocidas como las Cartas morales, Séneca discute sobre la suerte y el destino y enfatiza la importancia de la preparación y la virtud. 

Para lograr “mejorar” la suerte debemos estar atentos porque las más de las veces la suerte se da «cuando la preparación se encuentra con la oportunidad«. Esto sugiere que estar listos para las eventualidades, adquirir habilidades, conocimientos y experiencias, aumenta las posibilidades de aprovechar las ocasiones positivas cuando se presenten. La idea esencial es que la “buena suerte” no es simplemente un producto del azar, sino más bien el resultado de estar dispuestos para ella. Esto está en línea con el pensamiento estoico, que Séneca promovió, de enfocarnos en lo que podemos controlar, en nuestra formación y educación, acciones y reacciones, en lugar de preocuparnos por lo que no podemos dirigir, como el azar y la suerte. 

Mantener esta actitud ayudará a atraer experiencias positivas y aumenta la resiliencia, así como la capacidad para adaptarte a diferentes situaciones. Todo ello permitirá ver soluciones donde otros podrían ver problemas. 

Tener una idea o propósito de vida junto con objetivos y metas por alcanzar nos ayuda a reconocer y aprovechar esas oportunidades que nos acerquen a las metas. Asimismo, coadyuva mantener y ampliar las redes de contactos con relaciones saludables, porque nunca se sabe cuándo alguien podría ofrecerte una opción o tener una información valiosa para mejorar nuestro estándar de vida. En ocasiones, para obtener algo que valoramos, debemos estar dispuestos a asumir algunos riesgos calculados. Si una persona ha participado en simulacros de terremotos o tsunamis tendrá “mejor suerte” en un evento de esa naturaleza que quienes no lo hayan hecho. 

 

¿Qué cosas y cambios tiene la vida?

La vida está llena de cambios y lo que nos llevó al éxito en el pasado no necesariamente lo hará en el futuro. Saber adaptarnos ayuda porque nos permite movernos con las eventualidades y encontrar nuevas ocurrencias. Conocer nuestras habilidades, talentos y limitaciones puede auxiliarnos a orientar nuestras decisiones de la mejor manera posible y aumentar nuestras posibilidades de éxito y de tener “mejor suerte”. Todos enfrentamos desafíos y obstáculos en la vida y podemos tener éxito o no, pero incluso la “mala suerte” nos permite aprender, crecer y fortalecernos. Aunque usualmente no controlamos lo que nos sucede, siempre podemos manejar cómo reaccionamos ante ello. 

 

La distribución gaussiana

La vida está llena de patrones matemáticos y naturales que a veces se pasan por alto en la rutina diaria. Uno de estos patrones es la distribución gaussiana, una fórmula matemática que describe cómo se distribuyen ciertas variables en el comportamiento humano. La “campana” de Gauss es conocida como distribución normal, y se llama así debido al matemático alemán Carl Friedrich Gauss. En su forma gráfica, se asemeja a una campana, con el punto más alto en el medio y los extremos disminuyendo simétricamente. Esta distribución se utiliza para describir cualquier conjunto de datos que tiende a agruparse alrededor de un valor promedio. 

Así la conducta humana se distribuye en forma de campana. Podemos considerar un sinnúmero de características y, con suficientes datos, se formará esta distribución gaussiana. Se incluyen variables como la altura, el peso, la presión arterial y muchas otras. Consideremos como caso la altura. En cualquier población dada, la mayoría de las personas tenderán a una altura cerca del promedio ubicándose en el centro de la “campana, y con menos personas en los extremos de la distribución, es decir, la mayoría estará ubicada, entre el 80 y el 95 %, hacia el centro y se colocarán hacia el extremo derecho pocas personas que serán extremadamente altas, y en el extremo izquierdo las pocas personas bajas. Este patrón se ajusta a la forma de la campana. 

La inteligencia igualmente suele medirse mediante pruebas de coeficiente intelectual (CI), que están diseñadas específicamente para producir resultados similares. En este contexto, en una prueba de CI una puntuación de 100 es la media y la mayoría de las personas obtienen puntuaciones que se agrupan alrededor de este valor en el medio de la campana, e igualmente, en los extremos estarán los más inteligentes a la derecha y los menos a la izquierda. 

La “buena suerte” y la “mala suerte” son conceptos que la mayoría de las personas comprenden intuitivamente, pero que son extremadamente difíciles de definir en términos cuantitativos. 

 

¿Propensión a la “mala suerte”?

Si definimos la “suerte” como la ocurrencia de eventos aleatorios positivos, podríamos tratar de colocarla en una distribución normal gaussiana. Sin embargo, existen varias complicaciones. Primero, porque la percepción de qué constituye un evento “positivo” puede variar enormemente entre las personas. Lo que para alguien considera “buena suerte” puede no serlo para otra. No obstante, si llegáramos a una definición estándar y medible de “suerte”, podríamos teóricamente trazar una distribución normal, donde la mayoría de las personas deben experimentar una cantidad “promedio” de suerte, y menos personas experimentan extremos de buena o mala suerte. 

Las compañías de seguros se enfrentan a un problema similar, aunque con datos mucho más concretos. En lugar de tratar de cuantificar algo tan etéreo como la “suerte”, las aseguradoras se preocupan por algo más mensurable: el riesgo de accidentes. Las aseguradoras se basan en enormes cantidades de datos y sofisticados modelos estadísticos para calcular la probabilidad de que ocurra un evento, como un accidente con un vehículo. Estos cálculos son fundamentales para establecer las primas de los seguros. Aunque los detalles precisos de estos modelos son secretos comerciales, es razonable suponer que la distribución de las personas propensas a accidentes estará en el extremo izquierdo de la campana de Gauss, en el centro la mayoría de las personas presentando un riesgo medio y las personas de bajo riesgo en el extremo derecho. Las compañías de seguros consideran una serie de factores para evaluar el riesgo de un individuo, incluyendo la edad, el sexo, la profesión, la salud y los hábitos de vida. Todos estas variables se combinan para calcular un “perfil de riesgo” para cada individuo, que luego se utiliza para determinar el costo de las pólizas. Así, los individuos pueden ser clasificados de acuerdo con su perfil de riesgo, lo que es una herramienta para gestionarlo en grandes poblaciones. La propensión a los accidentes teóricamente puede ser reseñada en una distribución normal. En el caso de la suerte, aunque es extremadamente difícil definirla como variable o comportamiento humano, podemos suponer que se distribuiría como una campana. 

 

La “mala suerte”

Este concepto de “mala suerte”, presenta dificultad cuando intentamos definirla y analizarla con precisión. Para nosotros, una interpretación psicológica apunta a que esta puede ser una manifestación de la falta de objetivos, la ausencia de planificación y una carencia de previsión, más que una fuerza arbitraria e incontrolable. Es dejarlo todo precisamente al azar, a “como vaya viniendo vamos viendo”. Al considerar la “mala suerte” en un contexto psicológico, podemos revaluarla como un producto de nuestras acciones, elecciones y actitudes, en lugar de ser un fenómeno externo a nosotros. 

 

Sin norte

La falta de objetivos puede interpretarse como una forma de “mala suerte”. Los objetivos proporcionan dirección, motivación y un marco de referencia para la toma de decisiones. Sin un propósito y objetivos claros, lo más probable es que nos encontremos a la deriva, sin un camino claramente definido hacia donde queramos dirigirnos. En este estado, es fácil atribuir las dificultades y contratiempos a la “mala suerte” cuando, de hecho, pueden ser el resultado de no tener una dirección y acción clara. 

 

Sin planes

La ausencia de planificación también da a lugar a lo que se percibe como “mala suerte”. La programación efectiva nos permite anticipar obstáculos, tomar medidas preventivas y estar preparados para adaptarnos a situaciones cambiantes. Cuando no se planifica, se incrementa la posibilidad de encuentros inesperados y dificultades, que pueden interpretarse como “mala suerte”. La falta de previsión, o la incapacidad para anticipar las posibles consecuencias de nuestras acciones, también puede percibirse así. La previsión nos permite evaluar acontecimientos futuros y tomar decisiones informadas. Sin ella, podemos encontrarnos repetidamente en situaciones desfavorables y atribuir estos resultados a la “mala suerte”, cuando podrían haberse evitado con una consideración más cuidadosa del porvenir. Desde este punto de vista, la “mala suerte” en alguna medida es por la de falta de control sobre nuestras propias vidas. Al delegar nuestros resultados a la “suerte”, renunciamos a la responsabilidad de nuestras decisiones y acciones. 

 

La peor de las suertes 

Es dejarlo todo precisamente al azar. Y si además le agregamos andar en conducta automática, sin usar el cerebro en actitudes como no pensar, no decidir, ignorar nuestra voluntad, carecer de estrategia, no creer en nosotros mismos y nuestros valores, estaremos garantizando nuestro fracaso de forma continua. Si dejas abierto el carro y con las llaves adentro seguro tendrás la mala suerte de que te lo roben. Cerrado, sin llaves y con las alarmas puestas te darán mejor suerte. Si fumas o vapeas porque supones que todos o muchos lo hacen, o por un mal hábito, y no piensas, ni buscas las investigaciones sobre su daño a la salud, si presumes que no puedes dejarlo, lo cual implica no creer en ti, y no tomas la decisión de dejar esta insana práctica, habrá consecuencias, pero no porque tengas “mala suerte”. 

Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, los fumadores tienen un mayor riesgo de desarrollar padecimientos del corazón, accidentes cerebro vasculares y cáncer de pulmón. El riesgo de desarrollar eventos del corazón es 2 a 4 veces mayor en fumadores que en no fumadores. El riesgo de tener un accidente cerebrovascular es 2 a 4 veces mayor en fumadores que en no fumadores. El riesgo de desarrollar cáncer de pulmón es alrededor de 25 veces mayor en fumadores que en no fumadores. En cuanto a la mortalidad, el CDC informa que la esperanza de vida de los fumadores es al menos 10 años más corta que la de los no fumadores, y que aproximadamente la mitad de los fumadores que continúan haciéndolo morirán debido a enfermedades relacionadas con el tabaco. Estos números proporcionan una imagen de la campana de Gauss clara y del riesgo elevado que los fumadores enfrentan en comparación con los no fumadores. Obviamente, no fumar significa vivir con mayor “suerte” que quienes lo hacen. Si un fumador quiere tener mejor “suerte” definitivamente debe dejar de aspirar el humo o el vapor.

 

Cómo manejar con mayor acierto nuestras vidas

Establecer un destino

Es común preguntarnos: ¿hacia dónde nos dirigimos?, ¿cómo podemos mantener el control y navegar hacia el destino deseado? Garantizar un puerto seguro de llegada y tener una visión clara de nuestras metas son aspectos fundamentales para vivir una vida plena y satisfactoria. Establecer un destino, en primer lugar, provee un sentido de propósito, que es vital para nuestro bienestar. Investigaciones han demostrado que las personas que tienen un propósito en la vida tienen menos probabilidades de sufrir de depresión y ansiedad, y más probabilidades de sentirse satisfechas y felices. Un estudio demostró que tener un sentido de propósito en la vida se correlaciona con mejor bienestar psicológico y menor angustia mental. Otra investigación encontró que la autotrascendencia, que incluye tener un propósito en la vida, está fuertemente vinculada a la felicidad y satisfacción con la vida. Otros investigadores concluyeron que tener un propósito en la vida se correlaciona con un menor riesgo de infarto de miocardio y, en general, de enfermedad cardiovascular, lo que sugiere que también tiene beneficios para la salud física. Igualmente, otros autores determinaron que mantener una vida activa y con propósito se asocia con una mejor salud mental en la vejez. Además, tener un destino nos proporciona un marco de objetivos, y a su vez las metas, para tomar decisiones, ya que podemos evaluar nuestras opciones en función de si nos acercan o alejan de ellas. 

La planificación

La primera consecuencia de tener destino, objetivos y metas es que nos permite anticipar los retos, prepararnos para ellos. Además, al planificar las actividades en función de las metas podemos asegurarnos de estar invirtiendo nuestro tiempo y energía de manera efectiva y calculando con el menor riesgo nuestros pasos para avanzar hacia nuestros objetivos. Una vida organizada y bien planificada también contribuye a nuestro bienestar mental, ya que reduce la sensación de caos y nos permite tener un mayor control y seguridad sobre nuestro entorno. Asimismo, una buena organización puede facilitar el equilibrio entre el trabajo y la vida personal, lo que puede contribuir a una mayor satisfacción. Son herramientas poderosas para tomar el control de nuestras vidas y navegar hacia el puerto seguro que deseamos alcanzar. Proporcionan la dirección, el enfoque y la estructura necesarios para vivir con mayor plenitud, satisfacción y bienestar. 

¿Problemas?… ¡Bienvenidos! 

Siempre surgirán los imprevistos, lo cuales no tenemos que verlos como problemas sino convertirlos en metas a lograr y cuya resolución nos proporcione momentos de felicidad. El problema con la planificación es que, a pesar de ser una herramienta útil para guiarnos, puede engendrar una falsa sensación de control sobre el futuro. La resiliencia es un constructo psicológico que ilustra cómo los problemas pueden ser vistos de forma distinta. Al enfrentarlos y resolverlos, fortalecemos nuestra capacidad de afrontar las dificultades y desarrollar habilidades y estrategias que nos permitan manejar mejor las situaciones en el porvenir. 

Recordemos que caerse ayuda al niño a aprender a caminar. Imaginemos, ¿qué sucedería si vivimos en un mundo sin problemas? A primera vista, podría parecer el escenario ideal. Sin embargo, una vida sin desafíos sería inadecuada para el aprendizaje y el crecimiento personal. Nos debemos preguntar si la humanidad hubiera evolucionado sin los problemas. La ausencia de problemas puede llevar a la complacencia, la estagnación o estancamiento y la falta de motivación. De hecho, la psicología positiva nos enseña que el bienestar no proviene de la ausencia de ellos, sino de la capacidad de afrontarlos de manera efectiva.

La mejor actitud para enfrentar tanto la “buena” como la “mala suerte” es mantener una perspectiva donde el foco lo pongamos en nuestras acciones, pensamientos y reacciones ante ellas. Cuando la buena suerte nos favorezca, recibirla con gratitud, pero reconociendo que no define nuestro valor ni garantiza la felicidad. Por otro lado, ante la mala suerte, usemos la adversidad como parte de la vida y como una oportunidad para nuestro crecimiento personal, manteniendo la resiliencia y aprendiendo de la experiencia, y alegrándonos cuando superemos la situación. Siempre contaremos con los seres queridos, los amigos, los vecinos y con las bendiciones de la Divina Providencia.


María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad y de ¿Quién es el Universo?

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