OPINIÓN

«No quiero”, «No me da la gana», razón y capricho

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

En decisiones personales, las razones que se emplean para justificarlas revelan perspectiva y actitud ante la vida. Estas expresiones generan debate y aunque a primera vista parezcan similares, esconden matices.

«No quiero» es una negativa con propósito, expresa decisión consciente y deliberada que transmite reflexión. Reconoce que existe la posibilidad de querer, pero que la voluntad, después de evaluar, se inclina hacia la negativa. 

«No me da la gana» es la fuerza del capricho, denota una decisión menos racional y más visceral. Afirma autoridad y autonomía, que prescinde de explicaciones, se interpreta como un acto de rebeldía, incluso desafío. No involucra meditación sobre la negativa, refuerza lo innecesario de justificarla. Un recordatorio del derecho inherente a decidir por impulso, sin someterse a presiones externas o expectativas.

En la política, decisiones, posturas y discursos están cargados de simbolismo que definen la esencia del liderazgo y el rumbo de las sociedades que se gobiernan. Por esa razón, las frases adquieren significado profundo y reflejan actitudes distintas frente a la responsabilidad pública. Aunque parecen equivalentes, muestran diferencias de ejercer y justificar el poder.

Cuando un político utiliza argumentos equivalentes a «no quiero» proyecta una decisión que, en teoría, responde a un análisis reflexivo, vinculado con la idea de que los dictámenes deben sustentarse en razones objetivas, datos y principios. No se trata de cumplir deseos personales, sino de justificar acciones basadas en un entendimiento del contexto, ética y prioridades sociales.

Sin embargo, si rechaza implementar una política diciendo «no creo que sea lo mejor para la población», comunica una postura basada en convicciones y cálculo racional. Aunque pueda haber desacuerdos sobre el contenido, esta forma de argumentar invita al debate y al escrutinio público. En política, «no quiero» representa compromiso con la transparencia y responsabilidad, al menos en su forma ideal.

En contraste, cuando las acciones responden al equivalente de un «no me da la gana», el escenario cambia drásticamente. Esta actitud refleja un ejercicio del poder autoritario e impulsivo, donde las decisiones no se justifican ni se abren al escrutinio público. No es solo una afirmación de voluntad, sino una negación del diálogo. Una postura que, al no ofrecer razones ni admitir cuestionamientos, se interpreta como soberbia o desconexión con la necesidad ciudadana. Esta forma de actuar puede atraer a quienes estiman líderes «decisivos» o «fuertes», pero abre la puerta a la arbitrariedad y abuso del poder.

En política, hay una delgada línea entre autoridad y autoritarismo, la diferencia entre «no quiero» y «no me da la gana» es más que semántica, define el tipo de relación entre gobernantes y gobernados.

«No quiero» implica reconocer que el poder debe estar sujeto a límites, como rendición de cuentas, leyes y respeto al ciudadano. Aunque el gobernante pueda decidir en contra de ciertos sectores, está obligado a explicar sus motivos.

«No me da la gana», por otro lado, elimina este reconocimiento. Es el lenguaje de la imposición, donde la voluntad del líder se presenta como incuestionable. En este contexto, la democracia se debilita, pues el poder se aleja del diálogo y se convierte en un instrumento unipersonal.

Y las implicaciones para la ciudadanía, estas diferencias no son meramente teóricas. Cuando los gobernantes actúan bajo el marco de «no quiero», existe al menos un espacio para la plática y crítica, pues la decisión está expuesta al razonamiento. Pero si la respuesta es «no me da la gana» el mensaje es claro, su opinión no importa, vale nada o poco. La política del capricho silencia el debate y carcome la confianza en las instituciones. Una ciudadanía que no encuentra razones para las decisiones de sus líderes tiende al descontento y escepticismo, debilitando la legitimidad del sistema.

La política, en su esencia, es el arte de construir consensos, resolver conflictos y promover el bienestar colectivo. Elegir entre un «no quiero» y un «no me da la gana» no es una cuestión de estilo personal, es una decisión que define el carácter del liderazgo. Mientras el primero abre el portón a la gobernanza responsable y democrática, el segundo perpetúa la injusticia y absolutismo. Como ciudadanos, exigimos líderes que justifiquen sus decisiones con razones y nos incluyan en el proceso, porque la política y democracia no son actos de imposición, sino de voluntad colectiva.

@ArmandoMartini