Lamentablemente, no logramos superar el estado de tirantez, de pugnacidad, de enfrentamiento entre los partidos políticos, entre dirigentes, directivos, activistas, comunicadores, columnistas y opinadores, sobre cualquier tema que logre la condición de viral. Ciertamente, la esencia de la política es la controversia que surge de la confrontación de ideas, que persigue su decantación para llegar a las coincidencias que hará posible los acuerdos, que pueden ser parciales o totales.
En nuestro país, a partir del nacimiento de nuestra democracia a raíz del 18 de octubre de 1945 y fundamentalmente con la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente en 1946 las intervenciones de los constituyentes fueron muy duras, virulentas, pero con mucha altura, posiblemente por la formación intelectual de gran parte de sus miembros y fundamentalmente de su presidente el inolvidable poeta Andrés Eloy Blanco. A pesar de que los enfrentamientos entre los militantes de AD y los de Copei eran muy agrios y a veces se iban a las manos, sus dirigentes evitaban al máximo estimular y mucho menos ordenar a sus seguidores agredir a sus adversarios.
Desde 1958, luego del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, como consecuencia de las divisiones sufridas fundamentalmente por Acción Democrática y otros partidos, unos cuantos, de los dirigentes brillantes, bien preparados intelectualmente, con principios y valores se fueron apartando de la actividad política y fatalmente le dieron espacio para que muchos oportunistas, mercaderes de la política asumieran en algunos de ellos el protagonismo. Pero fue después de la llegada de Hugo Chávez al mundo de la política cuando apareció el odio como combustible de primera mano, apartando la actividad política del civismo, para convertirla en un instrumento de guerra, aislando poco a poco a los civiles del estrellato político e incorporando a los militares, a tal punto que en las primeras de cambio, los activistas preferían plantear sus problemáticas a quienes tenían uno o varios soles y comenzaban a acudir a los cuarteles y no a la casa del partido. Igualmente aparece el vocabulario soez, insolente e ignorante en la escena, incluso muchos decían el discurso de los chavistas es de cuartel.
Comenzando este siglo, en la dirigencia de los partidos políticos considerados democráticos, Hugo Chávez inoculó el odio al cual era inmune, pero los llamados dirigentes emponzoñaron a sus competidores internos con altas dosis de odio y los debates que eran rutinarios en los partidos y movimientos políticos, se fueron haciendo más distantes y extraños, con el agravante de que se hacían en los medios de comunicación sin recato alguno. Luego, ante la ausencia de estrategias certeras contra la «revolución», cada partido hacía conocer sus posiciones mediáticamente, y casi siempre era para agredir al competidor democrático y dejar ileso al chavismo. Hoy, lo estamos viviendo con mayor furor, basta con leer o escuchar las expresiones de muchos de esos dirigentes, para llegar a la conclusión de que no supieron leer los códigos surgidos del 28 de julio; cualquiera que no esté familiarizado con lo que está pasando, se imaginará que la lucha es oposición contra oposición y que el enemigo no es la tiranía. Recalco que soy un demócrata practicante día a día y por lo tanto la tolerancia es mi guía, lo que no significa que pueda criticar a quienes pregonan posiciones distintas a las mías, pero con el debido respeto, con la altura y educación que debe caracterizar a un político, que antes que nada es un educador.
Estoy en desacuerdo con alguien a quien admiro y respeto mucho, Ramón Guillermo Aveledo, igual que con Andrés Caleca, Simón Calzadilla y los tres candidatos por los que hice mucha campaña: Manuel Rosales, Henrique Capriles Radonski y Henri Falcón, pero tienen tanto derecho como yo a pensar y a expresar lo que piensan y lo que sienten. ¿Para manifestar mi desacuerdo con ellos debo recurrir al insulto, a la descalificación o a la agresión? No, sencillamente he expuesto mis argumentos, las razones por las que estoy convencido de por qué no debemos participar ni votar en esta pantomima, ellos han argumentado en contrario. ¿Entonces, debo enemistarme con ellos? No. En democracia cuando no hay consenso, se recurre a votar y el 28 de julio arrojó un resultado que no deja ninguna duda. En consecuencia, será el 25 de mayo que conoceremos quién interpretó fielmente la decisión que mayoritariamente tomó el pueblo de Venezuela. Ellos aspiran a que ese domingo los centros votación estén a reventar, que coincidencialmente es el mismo deseo de la tiranía. Yo espero que cada venezolano sea fiel a lo que votó el 28 de julio y por lo menos todo el que votó por Edmundo ni participe ni vote, más que para abstenerse, para ratificarle al mundo lo expresado por la voluntad popular el 28 de julio y exigir el reconocimiento del presidente Edmundo González Urrutia, y recordarle a este régimen usurpador desde el 10 de enero, que el país está harto de tanta ineficacia, humillación, vejámenes, miseria, corrupción y fraude continuado, y que seguimos empeñados en lograr el cambio que será inevitable.
El oficio de la política acarrea responsabilidades, tiene costos y consecuencias para la sociedad; ello nos obliga a dar la cara una vez ocurra esta bufonada, desde ahora les prometo que si me equivoqué lo reconoceré y le pediré perdón a nuestro pueblo. Pero, si es lo contrario, espero que ustedes hagan lo mismo, no por mí, sino por los millones de compatriotas que quieren vivir en democracia y libertad y ustedes no acompañaron.
rafael.tuto@gmail.com
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