El huracán político desatado en la región ha introducido tanto en analistas como en fuerzas políticas y ciudadanos venezolanos muchas interrogantes y especulaciones sobre las razones por las cuales en esos países con crisis no comparables con la nuestra, pueden realizar movilizaciones de tal magnitud.
Como es natural, es hacia Bolivia hacia donde se enfocan más las comparaciones y contrastes, debido a la alianza de Evo Morales con el régimen de Maduro a quien apoya irrestrictamente y con quien coincide en un bloque común. También los equipara la decisión de perpetuarse en el poder. No faltan entonces lamentaciones sobre la docilidad de los venezolanos y la falta de coraje de su dirigencia, en este momento liderada por Juan Guaidó
Además de que es un axioma frecuentemente olvidado que los procesos políticos de cada país tienen sus propias características no transferibles, es importante traer a colación algunas diferencias que se vivieron específicamente en este proceso electoral boliviano. Una muy importante es la aceptación de misiones de observación electoral internacional. El contundente informe de la auditoria de la OEA, en el que se confirma el fraude denunciado por la oposición boliviana y por una vasta movilización popular, y recomienda una segunda vuelta con un nuevo Tribunal supremo electoral, fue determinante en el retiro del apoyo del ejército y la policía a Evo Morales.
Entre las protestas fue tomando fuerza el movimiento cívico, en buena medida encabezado por Luis Fernando Camacho, centrado en la solicitud de la renuncia del presidente, que logra coronar su objetivo una vez que el comandante del ejército le solicita la renuncia. Pero esta determinación; aplaudida prematuramente, lejos de constituir una solución para Bolivia, ha generado una crisis de gobernabilidad que la coloca al borde de una guerra civil.
El propio candidato presidencial Carlos Mesa, quien se ha mantenido en un cauto bajo perfil luego de la renuncia de Evo Morales, en una entrevista de El País de España al referirse a la actuación de las Fuerzas Armadas ponderó positivamente la decisión de no salir a enfrentar al pueblo, pero calificó de desafortunada la solicitud a Evo Morales de que se hiciera a un costado.
Por lo pronto el principal objetivo de unas nuevas elecciones luce contaminado, entre llamados a diálogo que no logran concretarse y una sostenida protesta de descontento popular que no cesa, en una situación que amenaza no sólo con prolongarse, sino con profundizar la grieta social, lo que resulta muy peligroso si tenemos en cuenta que los pueblos además de presente tienen futuro.
En nuestro continente abundan ejemplos de las consecuencias de abortar procesos con respaldo popular, citemos el asesinato de Gaitán en Colombia que sentó las bases para un conflicto armado que aun no termina y del golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala abordado en Tiempos recios, la más reciente y notable novela de Vargas Llosa.
No podemos dejar de citar los errores del 11 de abril y la imperdonable ligereza de los sectores personificados en Carmona que se apresuraron a tomar decisiones que violentaron la ruta constitucional prevista y cuyas consecuencias aún padecemos.
Por lo pronto deseamos fervientemente el encauzamiento de la situación política en Bolivia que culmine en la elección de un nuevo gobierno democrático y por supuesto que la lucha en Venezuela se continúe fortaleciendo, rescatando el mensaje sostenido por Guaidó de que solo con el esfuerzo de todos y cada uno podremos vencer a la tiranía, por supuesto con una dirección política apropiada que combine debidamente los distintos escenarios de lucha.