Desde mi adolescencia, me interesé por conocer los problemas de la gente.
Era una inquietud que además despertaba y hacia crecer en mi espíritu mi abuela Adelaida Ayala de Capriles. Esa enseñanza representó mucho para mí, porque nos permitía salir de la burbuja familiar y del ambiente donde nos desenvolvíamos. Aprendimos a conocer al país, sus potenciales y también saber de las necesidades de otros seres humanos con los cuales nunca marcábamos distancias porque esos valores de solidaridad nos los inculcaba nuestra inolvidable abuela.
Una forma de entrar en contacto con miles de personas, de los más variados estratos sociales, fueron las estafetas que ella escribía para responder decenas de planteamientos y preguntas que le llegaban a la Cadena Capriles y que descifraba, meticulosamente, con un inmenso sentido de responsabilidad, cuidando todos los detalles en sus misivas publicadas en la revista Páginas, en las que no faltaban las columnas “La abuela aconseja” y “La estafeta matrimonial”.
Cuando comencé mi relación con Antonio Ledezma profundicé mi conocimiento de Venezuela, recorríamos juntos, prácticamente, todos los estados, uno de ellos, Guárico, su tierra natal. Inolvidable el viaje por carretera hasta Cabruta, adonde llegamos después de pasar por Chaguaramas, Las Mercedes del Llano y Santa Rita. Impresionante ver aquel majestuoso río Orinoco a cuyas orillas se aproximaban los pescadores y comerciantes de la zona. Era un pueblo apacible, de agricultores, fundamentalmente de algodón entre algunos rubros. Lo que recuerdo de Cabruta es la simpatía de sus habitantes y ese carácter bonachón de sus mujeres y hombres. ¿Pero a qué viene este relato? Se preguntarán ustedes. Bueno al sacudón que produjo en mí la noticia de que “sujetos con armas largas y cortas emboscaron y asesinaron al comisionado de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) José Gregorio Palacios, de 46 años, jefe de la Dirección y Estrategia del estado Guárico (antiguo FAES) en la población de Cabruta, reseñó Notipascua”. Cuando leí los detalles, solo recordé las películas en las que se confrontan las mafias y me pregunté en silencio ¿y eso está ocurriendo en Cabruta? La crónica de los reporteros indica que “los uniformados fueron interceptados y atacados sin mediar palabra por aproximadamente 30 hombres, quienes al parecer logran rescatar a los delincuentes. Datos colectados indican que al parecer fue utilizado un francotirador para neutralizar la comisión”. ¡Fin de mundo!
Pero más allá, en las orillas del río limítrofe con México, grupos de migrantes venezolanos cruzaron el río Grande con muchos niños mientras los policías estatales de Texas los esperaban, así lo recogen las agencias de noticias internacionales, destacando que “una vez en suelo estadounidense, algunos de los migrantes besaron el suelo y rezaron al cielo”. Las imágenes impactantes de seres humanos que se arriesgan a superar las aguas del río Grande para llegar a Estados Unidos son realmente conmovedoras. Y esos seres humanos llorando le gritan al mundo “¡Dios bendiga esta tierra, tierra bendita!”, mientras confiesan: “¡Salimos del infierno de Diosdado (Cabello), somos venezolanos!”.
Retornando al drama dentro de nuestro país, tenemos que “los pacientes que sufren de hemofilia atraviesan una crisis sin precedentes debido a que desde hace 5 años a Venezuela no llegan los factores de coagulación 8 y 9, por lo cual están obligados a llevar una vida de cristal, pues un simple golpe puede ser mortal». Más de 5.000 pacientes a nivel nacional están en riesgo de morir, la Asociación Venezolana para la Hemofilia informa que “en Venezuela han muerto 91 personas por esta enfermedad en un año”.
Lo insólito es que pareciera que hay quienes sabiendo todo ese pandemonio exclaman ¡no pasa nada! y se refugian en su esquema electoralista, pensando en un proceso de elecciones regionales que solo servirá para darle oxígeno a la narcotiranía, que es responsable de todo cuanto sucede en Venezuela.