GDA | El Tiempo | Bogotá
“Maduro se ha convertido en metáfora de la muerte en Venezuela y su régimen, en la muerte misma”, dijo en el Parlamento Europeo el diputado español Esteban González Pons. Y luego agregó: “No dejemos solos ni a Juan Guaidó ni al pueblo venezolano”. Estas rotundas palabras siguen resonando hoy en día, al tiempo que se le niega la entrada a la asamblea a Juan Guaidó y Maduro da por elegido como presidente de esta a Luis Parra, diputado trásfuga de la oposición.
La realidad venezolana tiene en la actualidad dos caras. Mientras los hijos de los generales corruptos que sustentan el régimen chavista se van de fiesta en Madrid, el pueblo de Caracas tiene que bajar al río a recoger aguas fecales para beberlas, dice González Pons. El bolívar está por los suelos, mientras que el dólar paralelo ha llegado a cifras desmesuradas.
No podía sospechar que la Caracas donde viví largos años iba a ser sacudida por más de tres décadas de vértigo, que la paz de sus patios y crepúsculos iba a saltar en añicos ni que enjambres de inmigrantes españoles, italianos y portugueses llegarían a una ciudad de recientes autopistas que se abren o se enroscan como pulpos y arañas, con derroches de neón, artificios de vidrio y acero, todo lo cual iban a darle a Caracas otro perfil, sin dejar casi nada de lo antiguo, salvo el Ávila y un vago perfume de flores que todavía sigue sintiéndose cuando anochece.
El chavismo es la doctrina heredada del otrora presidente Hugo Chávez, quien ejerció el poder desde 1999 hasta 2013, cuando murió. Es un coctel socionacionalista inspirado en el ejemplo cubano y de antiimperialismo militante que saca sus fuerzas de un viejo fondo revolucionario latinoamericano.
Los catorce años del reino de Hugo Chávez ayudaron a una pequeña parte de la población: los más pobres entre los 30 millones de venezolanos se beneficiaron de cierta retribución de la renta petrolera. En lo que se refiere a todo lo demás, el chavismo arrasó con el país: economía bajo control del Estado, inversionistas locales e internacionales desmotivados y sin incentivos, control de precios, control de cambios, control del comercio exterior…
Elegido en abril de 2013, el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, lo superó con creces. En un año congeló la actividad económica del país. Anunció que se veía obligado a implantar una cartilla de racionamiento parecida a la que Cuba instauró hace más de medio siglo.
Todas las semanas, amigos periodistas y conocidos personajes venezolanos me envían desde Caracas sus dolorosos artículos. Al recibirlos, lo primero que me pregunto es en qué medios los publican. En Venezuela, como es sabido, se han clausurado los periódicos de siempre; es el caso de El Nacional, donde, gracias a su director, al inolvidable Miguel Otero Silva, publiqué mis primeras notas de prensa. Después de más de 75 años de existencia, este periódico murió por la carencia de papel, pero sobre todo por falta de libertad. Hoy, en la televisión tampoco hay campo para expresar nada que pueda ser contrario a la dictadura de Maduro.
Lo que todos ellos describen sobre la situación venezolana cabe en una sola palabra: tragedia. En 20 años de dictadura chavista se registran 400.000 muertos y 1 millón de heridos a causa de una dura represión oficial de la cual forman parte los siniestros «colectivos». Más de 3 millones de migrantes han salido del país, formando hambrientas y desesperadas caravanas que recorren las carreteras de Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. Como se sabe, hay una dramática escasez de alimentos y medicinas. Las fallas de los hospitales obedecen también a los cortes de luz, que a veces duran más de 4 días, y a la falta de agua. La dura realidad económica es la causa de estas desventuras. No las olvidemos.